Estimado
Tarek El Aisami
Ministro de petróleo de Venezuela
Su despacho. —
Para bien del Estado, el país y del gobierno debe detenerse inmediatamente la importación de gasolina y de otros derivados, los cuales tenemos capacidad técnica e ingenieril de producirlos dentro de nuestro territorio. Económicamente, estas transacciones por importación hacen un inmenso daño a las finanzas y al patrimonio de la nación.
Desde hace décadas importar gasolina y otros derivados provenían de un proceso técnico, pero con el tiempo se dejó como un negocio. En cuanto al caso de la gasolina fue una práctica usual y normal incorporarle una cantidad exagerada de aditivos, lo cual atrapó a PDVSA desde el segundo gobierno de Rafael Caldera. El Grupo Giusti introdujo la licencia de fabricar gasolina con agregados muy costosos, que, con el tiempo, hicieron de nuestra gasolina un producto ecológico y de primer orden, inclusive hasta el llamado plomo se le quitó.
Así llegamos a la gasolina de 95 octanos, muy ecológica y pura, pero eso correspondió a un negocio, dada la compra en el exterior de algunos de sus derivados para su elaboración, que se tradujo en una estela de compromisos y, repito, más negocios.
Este hecho de la gasolina como una cadena tiene más antecedentes. Después del año 1985, la gasolina exportada desde Venezuela hacia Estados Unidos fue objeto de duras sanciones. Se prohibieron sus envíos, acusando a PDVSA de utilizar excesivos componentes, como el plomo y otros más, que hacían a nuestras gasolinas muy contaminantes para su uso en territorio norteamericano. De allí vino la presión para establecer nuevos contratos que beneficiarían a nuevos envíos de gasolina, obligándonos a incorporarle aditivos especiales que se nos vendía en el exterior, para lograr obtener una gasolina muy pura, pero muy costosa.
Para 1990 el tipo de gasolina Súper se perdió, fue eliminada, mientras otros países cercanos aún la utilizan y la nadie objeta. Ahora no podríamos regresar a la gasolina Súper, pues la industria adecuó su fabricación sólo a las ya conocidas de 91 y 95 octanos.
Esto suena a una práctica extraña y seguro difícil de comprender, pero ha sido un hecho obrado desde hace décadas, en detrimento de nuestra industria petrolera. Como nación no hemos sido independientes en cuanto a suministros y derivados fabricados desde el petróleo. Pareciera un hecho tenerlo todo con sus inmensas reservas, administración, manejo y negocio del crudo, pero no ha sido así. La verdad es que la total independencia tecnológica para una nación tan importante como Venezuela en el campo petrolero ha estado demorada, más por negocios, antes que orientarse por un liderazgo verdadero en nuestra industria.
Muy sencillo, parte de la actividad a la cual nos hemos dedicado por más de un siglo, aún mantiene una importante dependencia, en cuanto a las cadenas de suministros, que en su totalidad han sido tomadas por las trasnacionales dedicadas al negocio del petróleo.
El caso que más nos afecta en cuanto a su certificación es el negocio y presión ejercida desde EE.UU., pues sus trasnacionales obligan tal cual disciplina a no salirnos de sus estándares, o corremos riesgos de sanciones. Así fueron ejerciendo control sobre el crudo, más allá de sus fronteras hasta controlar envíos, navieras, rutas, equipos, componentes y, por supuesto, sus capacitaciones técnicas e ingenieriles, vendidas en costosos programas de electrónica, computación y redes.
El control primigenio ejercido por el modelo de las trasnacionales, desde antes de los tiempos de la Nacionalización, nunca han querido perderlo, en cuanto al ejecútese de la comercialización de nuestros bitúmenes. Por eso sancionan, intervienen en nuestras rutas, han puesto freno a las importaciones de productos; ejercen pretextos, convertidos en leyes como lo hicieron en contra de nuestra gasolina, que siempre ha sido centro y objetivo por parte del Departamento de Energía de los EE.UU.
Este Departamento nació exclusivamente para enfrentar a la OPEP y obtener, entre otros objetivos, el liderazgo que les permitiera cortar la independencia técnica a la mayoría de las naciones productoras de crudo. Así nos han mantenido en el ojo de su huracán, estamos al filo de sus precipicios, pues Estados Unidos se cree ─y se siente─ el dueño del crudo de las naciones productoras. Hay que decir sin empacho que el control de nuestros combustibles aún se debate en la intervención de fórmulas y normas estadounidenses. Éstas siempre han estado controlando a los países productores de la OPEP y ello se ha ejercido a través de sus países satélites dentro de la Organización. De esto que afirmo, Arabia Saudita es la muestra actual.
Otro ejemplo de la dependencia ha sido la fabricación de aceites para vehículos donde la pasta base para su elaboración final también es importada. El proyecto para la construcción de la fábrica que extraería esta base se hizo en los buenos momentos de PDVSA, pero su entonces presidente Rafael Ramírez, blindado con su grupete, no la aprobó, a pesar de tener el proyecto y los recursos necesarios. Esta fábrica consistía en obtener del aceite utilizado por los vehículos mediante un proceso ingenieril la recuperación de la citada pasta base, que, procesada nuevamente serviría para fabricar más aceites, pero como no se hizo, sigue importándose esa pasta base, y éste, el aceite quemado, al no ser reutilizado sigue contaminando ríos, o botándose en cualquier espacio. Todo esto ha sido una habilidad casi que eterna, la cual mueve intereses económicos y por supuesto estratégicos, y hoy sigue como algo normal, sin que hasta ahora nos demos cuenta de que debemos cambiarla.
Otro mal ejemplo, es la importación de nafta, la cual muchas veces proviene de cualquier país africano u otra nación del orbe. Este mineral va unido a la gasolina encargándose de subir el octanaje. Durante años nos ha llevado a invertir millones de dólares, cuando ésta pudo ─y puede─ ser fabricada en el país.
Actualmente, con la reactivación de la Refinería El Palito, ubicada en Puerto Cabello estado Carabobo, están realizándose pruebas de temperatura para poder fabricarla. Éste es otro importante paso que está dando la Junta Reestructuradora de PDVSA, de la cual aspiramos sea la misma intención desde el Ministerio de Petróleo, con la nueva Junta Directiva de la industria.
En aquellos tiempos de años recientes ─que seguro volverán por el efecto rebote─, cuando el barril cerraba sobre los cien dólares anuales, estos "gustos", más que desapercibidos eran el exquisito decorado de una vista gorda. Pero ahora, no podemos seguir manteniéndolos, por sus exageradas extravagancias ─además de ser vergonzosos e impúdicos─, pues tras la caída de los precios del barril el 12 de septiembre del 2014, hemos llegado a escenarios inimaginables, cuando el juego estadounidense con el precio del barril bajo, han sido capaces de ponerlo en cero, sin precio, es decir, sin costo. Inaudito, que un pasaje en el mal servicio de trasporte público que tenemos, valga más que un barril de petróleo.
Mantener estos negocios desde las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado sin dudarlo, fue en beneficio de gerentes corporativos y presidentes de PDVSA, situándolos en la complicidad más descarada de una vulgar dependencia. Esas acciones, sumadas a otras, tan graves como el bajo nivel de extracción de crudo, nos llevaron a perder el poder refinador; y de esto, son responsables los últimos tres cuentandantes, incluido el recién destituido presidente de la industria petrolera. Una vez que perdimos nuestro excelente poder de refinación, los negocios por gasolina han marcado inusuales fórmulas para adquirirla en el mercado internacional. La caída de producción de casi tres millones y medio en el 2014 a cuatrocientos mil barriles en agosto 2019, es un grave indicador del daño patrimonial tan delicado en nuestras finanzas.
Ahora para Venezuela conseguir gasolina en el mercado internacional es mucho más desventajoso. Un buque contentivo de galones de gasolina importada tiene que transarse por dos de petróleo. Cualquier ingeniero petrolero o químico bien sabe que con un solo buque con petróleo bien pueden fabricarse hasta tres buques de gasolina. En otros casos, otros países nos exigen el pago transado en oro, toda una exponencial grosería. La tragedia sigue: en cualquier parte del planeta el flete por barril de gasolina normalmente cuesta hasta cuatro dólares por barril, a nosotros por el bloqueo y las sanciones ningún buque arriesga trasportarnos combustible, so pena de tener que enfrentar duras reprimendas de sus contratos sostenidos en otros países. Entonces, nos cobran sólo por flete catorce dólares por cada barril de gasolina, más que inaudito, vulgar, extravagante.
Aparte, tenemos que enfrentar otro bemol, aún mucho más catastrófico, pues los responsables de traer el buque hasta las refinerías, puertos o terminales de Venezuela primero lo desvían y fondean para vender ilegalmente parte de la carga a sedientos compradores. Recordemos, entre otras cosas, que estamos situados en el camino de tránsito hacia el Canal de Panamá. Allí los esperan en alta mar haciendo negocio con el trasegado de nuestro combustible, el cual en porcentajes nunca llegará hasta nuestros ávidos compradores a lo interno de nuestro país, que esperan durante días y horas en largas colas frente a las estaciones de servicio. En esa operación ilegal perdemos el quince por ciento de la carga. Aquí hay complicidad y cohecho en quienes deben recibir en nuestra industria íntegra la compra. El petróleo trasforma a la gente, será su olor, bien lo decía Ramón Díaz Sánchez, después de 1950, cuando se disponía a escribir su célebre novela Mene.
Lo mínimo que un buque puede traer es una compra de cuatrocientos mil barriles, si a esto le quitamos el quince por ciento son sesenta mil galones. En minutos son robados millones de litros de gasolina o gasoil los cuales son cobrados en dólares o euros. ¡Cómo hace falta en Venezuela una fiscalía especializada en el delito petrolero, con tribunales especializados que combatan con mano de hierro este delito, y metan a la cárcel a este reducido número de groseros privilegiados!
Finalmente, la gasolina es un producto de vital importancia estratégica para la seguridad y defensa de una nación, importante elemento interpretativo en la geopolítica de los recursos de los hidrocarburos. Es tanto su poder que en algunos países por su mal manejo han llegado a derrocarles en sus narices a gobiernos legítimos, y que en su momento fueron estables. El combustible genera profundos traumas en una sociedad por la violencia de su control. Aparte de que tenemos el denominado bachaquero interno que hace cualquier "ciudadano", que ha llegado al descaro de vender el litro de gasolina hasta en dos dólares y medio. En mi opinión, no menos de diecisiete estados del país participan en esta "actividad" del contrabando de combustible para el exterior.
Ésta es nuestra dolorosa verdad. Y hay que actuar, y rápido…