Una lectura integral de “El Capital (Obra citada) permite distinguir entre la actividad meramente mercantil (comercial y financiera)-de vieja data y predecesora del capitalismo- y la actividad capitalista burguesa que apenas cifra un medio milenio, cuya modalidad industrial se origina en los milochocientos de esta misma era cristiana.
En ese orden de ideas, los comerciantes han acompañado a todas las clases explotadoras surgidas desde que se inició la producción de mercancías, hecho que supuso el intercambio de los bienes con la mediación de terceras personas y a través del dinero. Hasta ese momento los vendedores artesanos practicaban trueques o vendían directamente su pequeña producción personal sin ser comerciantes. Hasta el siglo XVIII la burguesía fue esencialmente mercantil, pero a partir del s. XIX la producción de mercancías se hizo relevante y desde entonces ser burgués es ser capitalista industrial por antonomasia.
Así la cosa, es en los centros fabriles donde se lleva a cabo la explotación capitalista, una explotación que se ve completada con los comerciantes y financistas contemporáneos. Por esta razón, estos dos últimos también son asimilados a capitalistas ya que estamos en presencia de un sistema basado fundamentalmente en la contrata de asalariados creadores de las mercancías involucradas en las actividades de aquellos.
Las operaciones financieras y comerciales pasan a un segundo plano, aunque productores, comerciantes y financistas suelen aparecer desempeñando cualesquiera de esas actividades, en todas, en dos en o en una sola de ellas, y sin que tales ejercicios puedan ser considerados como actos ilícitos ni ilegales ya que se trata de operaciones sistemáticas, estrictamente económicas, aunque regidas por el Derecho Positivo para aquellos casos perfectamente señalados como especulativos, amañados o ventajistas que pudieran acompañar sobrepuestamente a la relación de compraventa.
En ese sentido, los comerciantes y financistas no son actualmente los principales capitalistas, sino que participan en la plusvalía que arranca el capitalista industrial a sus asalariados. Antigua, precapitalista y respectivamente los comerciantes y banqueros coparticipaban en el plusproducto que esclavistas, sátrapas, faraones, emperadores y feudales arrancaban a sus esclavos, vasallos y siervos. Actualmente, los tratantes de blanca, de los sindicalistas, de muchas amas de casa y de todos los gobernantes del Estado moderno son explotadores sin la participación de comerciantes ni banqueros, pero ahora se trata de un modo de vida rezagado al lado del activo y en pleno desarrollo sistema capitalista.
Es por todo eso que se sigue defendiendo y afirmando que la fuente de las ganancias es el mercado y no la producción. Así se sostuvo durante la Edad Media, por los fisiócratas, incapaces para explicar el aporte de los siervos de la gleba, y como más atrás sostenían los esclavistas que ni siquiera consideraban personas a los trabajadores, como Aristóteles quien si bien descubrió la relación de valor de cambio entre los bienes, no pudo hallar su contenido real, “enceguecido” como estaba por las condiciones esclavistas donde su genio brillaba(Ibídem).
Curiosamente, los tratantes de esclavos resultaban tan esclavistas como quienes se limitaban al tráfico de mercancías producidas en condiciones de esclavitud, y como quienes se dedicaban a la cacería de gente con miras a su comercialización.
Si los esfuerzos que hace un Estado y su gobierno para perseguir a los burgueses por el simple hecho de ser tales los invirtiera en perseguir a los delincuentes en general, las sociedades bien podrían vivir más tranquilas y reducidas solamente a la explotación burguesa salarial cuyas penas sólo son zanjables por mecanismos económicos y no jurídicos ni constitucionales.
Llamar ladrones1/ a los capitalistas es hacerle un flaco servicio al conocimiento del sistema que protagonizan los miembros de la clase burguesa con anuencia del proletariado. En ese desaguisado incurre mucha gente con sabihonduras de revolucionarios anticapitalistas2/. El calificativo jurídico de ladrones le encajaría mejor a los sindicalistas cuando estos negocian con los patronos. Es penoso admitirlo, pero sus regulación no estaría ni mala ya que ellos, al contrario del criterio manejado hasta ahora, y a pesar de la buena fe que pudieran albergar muchos revolucionarios sindicalistas, su labor en defensa de mayores salarios y de mejoras ambientales fabriles, sólo se traduce en una mayor inversión de capital, una mayor productividad laboral y consecuencialmente en mayores ganancias derivadas de una mayor plusvalía absoluta que entregan unos trabajadores más “contentos” con mejoras salariales.
Obsérvese que si los salarios pudieran crecer sin mejoras productivas, por parte de los trabajadores, el costo de producción sería igual al monto del capital anticipado por los inversionistas. En fórmulas convencionales, esto es: D = M = D. Con ello, las ganancias del inversor quedarían sujetas estrictamente al mercado, pero este sólo podría reintegrarle tanto capital como el inicialmente aportado, es decir, no habría forma de conseguir una pizca de acumulación de capital. Así pues, la sociedad se estancaría y comenzaría un auténtico arrebato de clientes entre vendedores y entre productores, situación donde sí aparecería de nuevo el acaparamiento, la especulación y los sobreprecios que escaparían a toda ley jurídica que pretendiera contrarrestarlas.
1/
Ob. cit., Libro 1, Cap. 2, Nota 37.
2/
Por un diario capitalino venezolano aparece un artículo llamado “Grano de maíz” que lamentablemente se ha sumado a tan falsa interpretación de la explotación burguesa.