“No hablamos aquí del desarrollo más o menos completo de los antagonismos sociales que engendran las leyes naturales (sus efectos) de la producción capitalista, sino de las leyes mismas, de las tendencias que se manifiestan y realizan con férrea necesidad. El país más desarrollado en el plano industrial no hace más que mostrar a los que lo siguen la imagen de su propio porvenir. En todas las otras esferas nos vemos afectados, como todo el Oeste de la Europa continental, por el desarrollo de la producción capitalista tanto como por el estado incompleto de este desarrollo. Aparte de los males de la época actual, tenemos que soportar una larga serie de males hereditarios provenientes de la supervivencia de modos de producción superados, con las consecuencias de las relaciones políticas y sociales anacrónicas que engendran.”
“En Inglaterra, la marcha de la conmoción social es visible para todos; es inevitable que en cierto punto esa conmoción repercuta en el continente. Entonces adoptará, en su aspecto, formas más o menos brutales o humanas, según el grado de desarrollo de la clase de los trabajadores. Con abstracción de los motivos más elevados, su propio interés impone, pues, a las actuales clases reinantes (capitalistas y terratenientes), la necesidad de eliminar todos los obstáculos que puedan trabar el desarrollo de la clase obrera. Con vistas a ese objetivo asigné en este volumen (El Capital, Libro Primero) un lugar tan importante a la historia, el contenido y los resultados de la legislación inglesa sobre las grandes fábricas. Una nación puede y debe extraer enseñanzas de la historia de otra. Aunque una sociedad haya llegado a encontrar la pista de la ley natural que preside su movimiento – y el objetivo final de esta obra (El Capital) es el de descubrir la ley económica del movimiento de la sociedad moderna-, no puede franquear de un salto las fases de su desarrollo natural, ni abolirlas por decreto[1]. Pero puede acortar el período de gestación (de cada fase) y atenuar los dolores del parto.”;(Cualquier medida anticapitalista de las emprendidas por los llamados revolucionarios marxistas, que entorpezca el desarrollo de las fuerzas productivas burguesas, resulta contraproducente y sólo le alarga la vida útil al sistema burgués).
“Unas palabras más, para evitar posibles malentendidos. No pinté de couleur de rose [color de rosa] al capitalista y el terrateniente. Pero aquí no se trata de personas, salvo en la medida de que son la personificación de categorías económicas, los puntales de intereses y de relaciones de clases determinados. Mi punto de vista, según el cual el desarrollo de la formación económica de la sociedad es asimilable a la marcha de la naturaleza y a su historia, puede, menos que ningún otro, hacer responsable al individuo(burgués o proletario) de relaciones de las cuales es socialmente la criatura, haga lo que hiciere por desprenderse de ellas (mediante actividades revolucionarias anticapitalistas)”.[2]
“Espoleada por dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes”;[3]
La Economía Política gira alrededor del valor o valor trabajo, del consumo de fuerza de trabajo humano, ayer, esclavo, luego feudal y proletario desde hace medio milenio, aprox. Se trata del consumo de fuerza de trabajo realizado con motivo de la producción de cualquier mercancía, fuerza que aplicada productivamente crea un valor que presenta y combina dos cualidades en paralelo: una, material y ostensible, artificial y particularmente creada con arreglo a los medios y recursos técnicos involucrados: es el valor de uso satisfactorio de necesidades vitales[4], y el valor de cambio creado y mensurado socialmente durante la creación del valor de uso, y que permite su mercadeo como valor útil convertido en mercancía. Esta ambivalencia[5] de la producción mercantil es el principal objeto de estudio de la ciencia de la Economía Política elaborada por Carlos Marx, o “Economía Política”, propiamente dicha.
La Economía Política elaborada por los economistas clásicos giró sobre un valor trabajo producido por una mano de obra incapaz, a juicio de ellos, de crear más valor que el monto de los salarios recibidos en pago. Aquí cayeron en una contradicción insalvable: Adam Smith, por ejemplo, por un lado, descubre y explota las mejoras productivas, pero las reduce a valores meramente técnicos, a mejoras en los rendimientos cuantitativos ofrecidos por la división del trabajo, pero no toca para nada la creatividad inmanente de la fuerza de trabajo, creatividad que redujo a una simple transformación de los medios de producción que “naturalmente” reaparecen en el valor de uso así fabricado. La acumulación de capital la hizo depender más de factores tecnomecánicos que del trabajo excedentario de la mano de obra asalariada[6], es decir, Adam Smith no le llegó, desconoció o ignoró, históricamente, la existencia del Capitalismo, del trabajo asalariado, de la explotación del trabajo asalariado. De allí su póstuma y prolifera apologización recibida hasta ahora en un intento anacrónico y desfasado por anular los aportes de Carlos Marx.
Pero el verdadero valor económico, el valor trabajo, el valor capitalista[7] de una mercancía, elimina todas las diferencias cualitativas que ella exhiba como valor de uso frente a todas las mercancías y sus correspondientes particularidades técnicas laborales. En las mercancías, ese “valor capitalista” se expresa mediante el precio de mercado, para lo cual es necesario que concomitantemente haya una mercancía que sirva de denominador común o de medida unitaria capaz de expresar los distintos precios de todas las mercancías en función de sus distintas dosis del trabajo en ellas depositadas para el momento de su elaboración; tal mercancía es el dinero.
Esa mercancía que con anuencia social o colectiva logró prestar mejor utilidad cambiaria y monopolizó la función de equivalente general en los intercambios se hizo dinero, y, al respecto, “el oro conquistó históricamente ese privilegio”;[8]. Por su parte, (cito): “la economía política (premarxista) analizó el valor y la magnitud del valor, aunque de manera muy imperfecta. Sus economistas nunca se preguntaron por qué el trabajo se representa en el valor, y la medida del trabajo por su duración en la magnitud de valor de los productos…las ilusiones del sistema monetario provienen indudablemente del carácter fetichista que la forma-dinero (valor en forma de dinero) le imprime a los metales preciosos.”;[9]
Bien, la perdurabilidad del sistema capitalista está medido por el encanto racional, por demás, que supone la posibilidad - aun inverosímil para las mayorías- de “saltar la talanquera”, de la condición de explotado a la de explotador, máxime en un régimen donde sólo la afinidad de la fuente de las rentas asocia a las personas[10], y lo hace sin mayores distingos subjetivos, frívolos, académicos, religiosos ni racistas. Ser explotador es sólo cuestión de disponer de un capital que, por pequeño que sea, dé una ganancia que, por pequeña que sea, no resulte menor relativamente que la ganancia media de los capitales más voluminosos de los grades capitales transnacionalistas.
Así, los “buhoneros” de menor giro son explotadores que podríamos considerar como el peldaño inferior de la escala burguesa contemporánea, y su progreso capitalista sería cuestión de acumulación de ganancias no consumidas en su totalidad. Un encanto burgués porque a nadie parece amargarle el azúcar de disponer de trabajadores para “vivir sin trabajar”, y hacerse rico a costillas de sus explotados.
Ese problema de que sólo unos trabajen y vivan mal, mientras otros no trabajen y vivan muy bien, jamás podrá resolverse con arengas demagógicas ni con berrinches populistas en favor de un proletariado que sólo ha crecido demográficamente desde los tiempos mismos de Jesús de Nazaret, alabado y venerado pionero como fue él de la defensa de los pobres, aunque, a pesar de su divinidad debidamente registrada en la Literatura ad hoc, jamás se paseó por las verdaderas causas de la pobreza económica de sus adorados y defendidos humildes., y un “mesías” que respetó el poder del César esclavista a cambio del sudor del trabajo de sus paisanos cargados de impuestos para Roma y otros explotadores, para los mercaderes de entonces. Jesús los amó indudablemente, se preocupó por ellos y supo sentir sus desgracias, y sigue haciéndolo luego de casi 2 siglos, pero el proletariado sigue allí y creciendo cada día más.
Tampoco serían resolventes las guerras convencionales dadas entre economías burguesas, que sólo han servido para el imperio de una sobre otras, practicadas hasta ahora con las respectivas diferencias técnicas en cuanto el poder bélico involucrado, ya que ellas, según experiencias sufridas, sólo han servido para dar vigencia y corroboración a las hipótesis maltusianas, para reciclar empresas económicas ya venidas a menos, repotenciar las existentes, crear nuevos centros fabriles, comerciales y bancarios de explotación, y, consecuencialmente, han servido para alargarle la vida, y así retardar la llagada del “parto” de un nuevo modo de vida desde el vientre del sistema saliente, un parto cuyo período de gestación, según Carlos Marx, se muestra elástico y determinado a futuro por la tendenciosa caída de la tasa media de ganancia[11], es decir, de la reducción creciente del “valor” de la plusvalía, no tanto porque esta desaparezca como trabajo realizado, sino porque su destino ya nos sería la acumulación creciente del capital que le da vida a un sistema que mientras más explota más requiere de asalariados.
En cuanto a la permanencia actual de monedas nacionales, ellas responden más a chovinismos y rezagos de esos países con economías que no terminan de integrarse al sistema capitalista mundial. Es un hecho que la tendencia de la acumulación burguesa es hacia la indetenible formación de una macroindustria cuyos fabricantes, comerciantes y financistas respondan a fabricantes ubicuos con máximo poder económico, respondan a comerciantes que den cuenta directa de todo el inventario y mercadeo de toda la producción mundial, y a banqueros que financien esa economía internacional, como si se tratara de una inmensa fábrica, de unos inmensos inventarios y de una gigantesca banca donde sus clientes serían todos los empresarios del mundo, todos los comerciantes, todos los consumidores del mismo mundo. y todos los industriales, reducidos a ex capitalistas devenidos en variantes proletarias en función de contratistas de todo el proletariado asalariable, correspondientemente.
Contradictoriamente, dejamos a salvo las crisis económicas periódicas que actúan como fuerzas contrarrestantes del fin del capitalismo, puesto que ellas han permitido hasta ahora un recomienzo permanente de unas economías venidas a menos, a favor de otras que terminan más robustecidas, pero estas crisis ya serían terminales para cuando se esté hablando de una Economía Única y mundial, y cuya caída sería la ruina del sistema en su conjunto.
Corolario: Para un “feliz” final de semejante “progreso” burgués, hará falta la homogeneización, unificación y fusión de todas las monedas actuales de todos los países en una sola; una sola mercancía dinero que dé cuenta con la mayor inmediatez, confiabilidad e invariabilidad de todas las transacciones económicas mundiales como si se tratara de una economía única, de un macroimperio capitalista entrado para entonces en irreversible agonía.
[1] Léase por “decreto” cualquier declaración política rubricada por algún partido y/o por voz de algún líder que mediante alguna legislación busque arbitrariamente y al margen de las leyes económicas suprimir o frenar el sistema capitalista, o de un plumazo negarles a los empresarios burgueses sus propiedades, sus relaciones industriales, o la explotación de asalariados. Se trata de un modo de vida, de una formación socioeconómica con basamentos, historia y leyes muy particulares. Inutilidad de esas decisiones personales e ilegalidad porque, no tan sencillamente, no se puede acortar la vida de un sistema mientras éste no arroje y despliegue todo su potencial de imperialidad. Roma cayó luego de colonizar y someter cada rincón del planeta conocido a sus parámetros culturales y militares. El hiperpoderoso Luis XIV cayó cuando el sol dejó de ponerse en sus territorios, un imperio feudal cuyo financiamiento resultaba insostenible sobre las bases serviles de un campesinado de altos pero decrecientes rendimientos tributarios. Asimismo, el capitalismo no caerá mientras haya un solo comprador solvente que permita seguir acumulando “capital dinero” por encima de todos los obstáculos de ineludible desarrollo completo y a nivel planetario, y así hasta acabar con todos sus competidores en beneficio de un grupo minúsculo que irá también reduciéndose hasta la llegada de una sola personalidad burguesa, y, como tal, dueña mayoritaria exclusiva de todos los dominios industriales, comerciales y financieros habidos y por haber sobre todo el territorio multicontinental.
[2] Carlos Marx, El Capital, Prefacio de la Primera Edición Alemana.
[3] Carlos Max y Federico Engels, Manifiesto del Partido Comunista”, Cap. I
[4] Este valor de uso es perecedero per se, se extingue con su utilización o consumo, a diferencia del valor de cambio que es no perecedero, constantemente transferible, o eterno, por así decirlo. Aquí nos hallamos ante una pesada contradicción: El valor de cambio es el resultado del uso de la fuerza de trabajo durante la cantidad de tiempo que fue usada en la fabricación artificial de un valor de uso diferente a ella, y, como tal, esa fuerza de trabajo crea valor, aunque ella misma no lo sea. Se trata de una consecuencia coherente con la teoría del valor trabajo, puesto que no se crea la fuerza de trabajo, sino que se la reproduce con la ingesta de los bienes de la cesta básica, de la misma manera que la tierra carece de valor ya que nadie la crea, pero ella coadyuva a la creación de valores de uso artificiales y naturales. Cónfer: Carlos Marx, El Capital, Libro I, Sección Primera, Cap. I, Subcap. III-A-2.
[5] Carlos Marx, Ob. Cit., Sección Primera, Cap. I, Subcap. II y III.
[6] Adam Smith, Riqueza de las Naciones, versión castellanizada.
[7] Carlos Marx, El Capital, Libro Primero, Sexta Sección, Cap.XIX. Doy el nombre de valor capitalista al valor de cambio contentivo de “plusvalía”, en la denominación marxiana que ha servido para distinguir la explotación burguesa de la feudal y la esclavista, según los mismos resultados logrados por Carlos Marx en su obra supra. Con estos descubrimientos económicos, Marx dejó en claro que toda la Economía de todos los tiempos civilizados hasta ahora y por venir opera necesariamente alrededor de un trabajo excedentario, so pena de estancamientos y/o retrocesos, necesario para un mayor grado de satisfacciones personales y familiares, para un crecimiento demográfico contingente y armonioso, y o en favor de una máxima reducción de la jornada de trabajo tendente a que el trabajador pueda gozar de más ocio, además de vivir para trabajar, tal como supuestamente lo haría en condiciones aclasistas para que ningún trabajo impago enriquezca a ninguna persona que no ofrezca sus personales aportes según sus personalísimos aportes al PIN y necesidades propias. Es más, sin plusvalor, sin plusvalía, sin trabajo excedentario nos retrotraeríamos la vida primitiva, silvestre por así llamarla. Porque el problema de la cuestión obreril no es este excedente ni su distribución, sino su destino clasista.
[8] Carlos Marx, Ob, cit., Sección Primera, Cap. I, Subcap. III-C-3 (Transición de la forma-valor a la forma-dinero).
[9] Carlos Marx, Ob. Cit., Sección Primera, Cap. I, Subcap. III-D (Forma-dinero).
[10] Ob. cit., Tercer Libro, Sección VII, Cap., LII.
[11]Ob. cit., Libro Tercero, Sección Tercera.
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