(Si alguna posible falla existe en El Capital, de Marx, ella sería no condenar la ganancia)

Conozcamos la Ganancia Burguesa

En toda la voluminosa obra que sobre Política Económica Burguesa escribió Carlos Marx, y que  coeditaron Federico Engels y Carlos Kausky[1] (más de 4.000 pp., en sus 4 libros), así como en todas las variadas y heterogéneas versiones subjetivas de los “intérpretes” y traductores hispanos de El Capital, algunos tarifados por la propia burguesía, y otros, por sus personales deficiencias intelectivas, en esas numerosas versiones, decimos, se maneja la ganancia como una categoría económica mercantil de vieja data que trascendió hasta el modo burgués de producción, una ganancia con la que la literatura capitalista ha pretendido, después de Marx, justificar el enriquecimiento de los empresarios burgueses, y a quienes  les niega su  carácter clasista como explotadores de proletarios.

Curiosamente, según las versiones precapitalistas y burguesas no condenadas por la literatura marxista, la ganancia comercial, industrial y usuraria, sería el resultado de comprar a un precio “x” y vender a otro superior a éste. De perogrullo, con estas versiones se admite paradójicamente la pérdida cruzada de vendedores y compradores, respectivamente, ya que quien   venda a un precio, a un comprador que podría conseguir compradores a quienes venderles a un precio superior, bien podría -aquel- obtener esa ganancia para sí sin el correspondiente intermediario. De otra manera, tendríamos que admitir que la Economía Burguesa, o vulgar, y sus correspondientes apologistas, tienen el tupé de reconocer que entre el fabricante de una mercancía y el consumidor final se atraviesa una inevitable y hasta “natural” y elástica cadena de comerciantes encarecedores del valor de las mercancías, y que obviamente mientras más larga sea esa cadena, más caros serían los precios finales, y encarecimientos cuya única limitación sería la cacareada “competencia libre”.

Nos llama la atención esa perogrullada porque el actual gobierno venezolano, por ejemplo, hace frecuentes alusiones a   evidentes  y perniciosas cadenas de especuladores propias del capitalismo hambreador, como si el modo de vida capitalista  redujera su actuación clasista a sobrepreciar los valores de las mercancías.

Consideremos ahora el hecho de que, ciertamente, en las versiones que he consultado, Marx limitó sus minuciosos y científicos estudios  del modo capitalista  a negar que el mercado fuera la fuente de la ganancia de los banqueros, comerciantes y fabricantes, y con ello también a negar que ese mercado fuera la fuente de los impuestos satisfechos por la ciudadanía. Marx buscó demostrar que esa ganancia sólo era el trasunto del plusvalor, una forma de concreción económica que ocurre cuando el valor de las mercancías fabricadas por asalariados lleva un sobrevalor implícito no remunerado por el fabricante, pero que fue creado y se halla incorporado al valor de la mercancía ya lista para su mercadeo.

Fue así cómo Marx explicó que ese plusvalor de fábrica (no de mercado alguno) es debida, oportuna y equitativamente distribuido entre los capitalistas, quienes forman la clase social dominante y que necesariamente complementan  entre sí sus funciones de explotación de la mano de obra contratada como asalariados, es decir, como trabajadores cuyo trabajo realizado sólo recibe en cambio el precio-valor aproximado del valor de su fuerza de trabajo, independientemente de que el horario y la calidad de su productividad les permitan al trabajador entregar tanto valor como el valor de sus salarios durante  menos horas que las de  la jornada cronológicamente exigida por su patrono.

Tal coexplotación la llevan a cabo los empresarios capitalistas mediante la división “social”[2] de su explotación en diferentes campos circulatorios  del capital o de inversiones: el campo de los industriales fabricantes, el de los industriales comerciantes y el de los industriales financieros, quienes, respectivamente, fabrican,   comercian y financian de consuno todo el proceso dinerario capitalizado, con el respaldo del campo del Estado Burgués que recibe una alícuota de dicho plusvalor de manera impositiva[3].

Es oportuno señalar que la incesante suba de impuestos y su diversificación que caracterizan el Estado burgués podría perfectamente responder a las reacciones que asume ese Estado cuando sospecha o comprueba que la alícuota  de plusvalor que retiene para sí el grupo de los capitalistas y los asalariados sobrepasa la alícuota tributaria con la cual aquel  alimenta “su” Fisco Nacional, sin importarle para nada que tales impuestos recaigan sobre los hombros de un trabajador ya esquilmado en las fábricas, como trabajador, y en los centros comerciales, como consumidor, además de los robos de rateros y afines a los que los proletarios son sometidos frecuentemente por la delincuencia convencional, con un Estado que en casi todos los países se ha declarado en quiebra e  impotente para suprimirla.

El proceso total de distribución del plusvalor de fábrica que rinde la explotación del caso se traduce en un reparto clasista   mediante la transformación del valor creado en fábrica    en “precios de producción[4] que se concretan en el mercado, al margen y antes de las desviaciones de precios de mercado inherentes a desajustes transitorios en la circulación oferta-demanda que opera en el mercado y que se conocen como escasez o sobreproducción inconvenientes.

Bien, en nuestro criterio, podríamos darles a esos explotadores  el beneficio de la duda, y  a los  apologistas del mercado también, a esos negadores de la explotación capitalista, y compartir con ellos un supuesto negado: Que sea verdad afirmar que  la ganancia proceda del mercado. Pero entonces, esos empresarios, quienes, según su criterio,  para nada explotan  a sus trabajadores, sino que, por el contrario, les “dan empleo”, tales empresarios, entonces, deberían explicarle a la sociedad proletaria cómo es que ellos pueden enriquecerse sin trabajar, cómo pueden acumular sin límite alguno una riqueza creada por los trabajadores con auxilio de unos medios de producción cuyo valor podrán facturar   para serles cancelado, como efectivamente lo vienen haciendo mediante depreciaciones y reservas contables ad hoc, y además deberían  reconocer  que sus ganancias, aun cuando no procedan de la explotación de trabajadores en sus fábricas, sino del mercado –caso negado - entonces, esas mismas ganancias   procederían de un mercado de especuladores y tramposos, de pillos,   desalmados, inicuos  o empresarios de riqueza mal habida,  en su común condición de hambreadores mediante el mecanismo de la suba indiscriminada de precios impuestos por las cadenas de intermediarios.

En consecuencia, los proletarios deberían tenerlos en la mira para ajustarles cuentas, y, en lugar de asociarse en sindicatos de trabajadores, lo harían como asociaciones de consumidores, listas para la toma de acciones correspondientes, a fin de evitar la existencia impune de semejantes traficantes del hambre. Esto último, curiosamente, no lo planteó Carlos Marx, quien atribuyó la explotación a leyes económicas y no a caprichos personales, a la relación clasista derivada de la propiedad privada  de los medios de producción, con unos trabajadores que entran y salen pobres de las fábricas donde crearon toda la   riqueza material que cada día hace más ricos a sus patronos y más pobres a los proletarios del mundo burgués.


[1] Karl Kausky: En 1905—1910, editó el manuscrito de Marx “Teorías de la plusvalía’’ (IV tomo de “El Capital”), lo cual tuvo un significado positivo, si bien Kautsky tergiversó en sentido oportunista la doctrina de Marx sobre el capitalismo. Kautsky se manifestó contra el oportunismo alemán (“Contribución a la crítica de la teoría y de la práctica del marxismo: Anti—Bernstein”, 1899). Tomado de: http://www.eumed.net/cursecon/dic/bzm/k/Kautsky.htm

[2] Cónfer: Marta Harnecker, Los Conceptos Elementales del Materialismo Histórico.

[3] Según la versión burguesa y precapitalista, los impuestos serían enterados al Estado para que este brinde servicios públicos cuyos costes de funcionamiento  no podrían ser cubiertos como inversiones rentables por parte de los empresarios privados, dada la envergadura de los gastos involucrados burocráticamente, y sobre la base de que en la sociedad burguesa el poder de consumo está muy desigualmente repartido entre toda la población, cuestión ésta que dejaría sin servicios a la parte mayoritaria, o sea, a la porción proletaria que es insolvente per se. Sin embargo y contradictoriamente, una de las más acervas críticas que se le vive haciendo al Estado Burgués es que algunos o la mayoría de los gobiernos de este Estado tienden a privatizar dichos servicios, con lo cual se derrumba la función social que se le atribuye al Estado demócrata burgués. En el caso negado de que esas críticas a las privatizaciones de los servicios públicos resultaren justificadas, entonces estaríamos eternizando o abogando por un Estado que el marxismo conceptúa como expresión superestructural de la base económica de opresión que impera en los modos de producción afirmados en la división social de clases, y éstas derivadas de la propiedad privada sobre los principales medios de producción.

[4] Cónfer:  Manuel C. Martínez M., http://www.aporrea.org/actualidad/a37856.html



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Manuel C. Martínez M.


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