El carnaval inmediato a la libertad de Hugo Chávez Frías, se convirtió en el preludio de lo que ocurriría en diciembre de 1998. Cuando Chávez levantó y cargó en sus brazos al niño Daniel León, uno de los miles de niños disfrazados de Chávez (uniforme militar camuflado y boina roja), ya no había dudas: Chávez ya era un “sentimiento nacional”.
Los padres sin miedo y con firmeza, exhibían y simbolizaban en la pureza e inocencia de los niños las esperanzas de un pueblo. Chávez con ese amor que lo caracteriza, abrazaba al futuro.
Esa imagen del encuentro de Chávez con el niño, dejó un sabor amargo en el poder: la burguesía, el gobierno de los EEUU y los medios. Todos cambiaron su relación con el líder de la rebelión de 1992. ¡Nacía la conspiración!
En esos años, el discurso de Hugo Chávez se fue construyendo en el seno del pueblo, y en el imaginario colectivo se conjugaron varios elementos que dieron fortaleza a la imagen del líder surgido del estamento militar. Primero: una persona nacida en el seno del pueblo que se parecía a uno, hablaba como uno. Segundo: prometía un gobierno para el pueblo, con el pueblo. Tercero: no era ni adeco ni copeyano. Cuarto: había demostrado coraje, liderazgo, honestidad y responsabilidad ante los hechos y Quinto: era la “mano dura” que se requería en Venezuela para acabar con la injusticia, impunidad, corrupción, pobreza, exclusión, etc. Chávez, como se esperaba, ganó las elecciones de 1998.
Fue derrocado en abril de 2002, los conspiradores habían triunfado. Cuarenta y siete horas después, ese pueblo (muchos en uniforme militar camuflado y boina roja) se armó de esperanzas y en un acto épico derrotó a la dictadura.
En los carnavales de 2011, los niños volvieron a disfrazarse de aquel Chávez del 4f; esta vez: ¿qué lectura haremos?
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