Es irónico, que en el medio de una educación “socialista” que intenta orientarse sobre preceptos de Bolívar y Rodríguez todavía se “planifique” sobre el degradado “calendario escolar”, las llamadas fiestas de Carnaval; las cuales además de la suspensión de actividades, pareciera que en el fondo sólo nos interesamos en lo pagano y los efectos contradictorios de la educación “laica”.
Cuando estudiamos los diversos orígenes del carnaval en celebraciones de vino, orgías o entre la cultura helena de Dionisio y Apolo, la confrontación entre lo bueno y malo, cuando Nietzsche en “Así Hablaba Zaratustra”, interpreta con profunda reflexión la crítica de ese mundo pagano y un cristianismo apartado en la búsqueda del ser auténtico, revisando las tesis semíticas o eurocentristas del carnaval, resulta inobjetable que es una forma de dominación cultural, en plena contraposición de quienes en el discurso y aplicación de la praxis educativa se atreven a decir que tal “celebración” es educativa y pedagógica. ¡Cuánta ignominia!
Desde las escuelas durante el carnaval promovemos en las niñas y adolescentes el hecho de ser “reinas”, es decir, la cultura del “cuerpo” y la “belleza” sobre el discernimiento y la inteligencia. Las madres se preocupan por llevar a sus hijas maquilladas, adornadas y vestidas conforme lo exija la “apariencia social”. Se invierten cuantiosos recursos en máscaras, vestidos, disfraces y carrozas que luego terminan abrumados en los rincones de esas escuelas, viviendas, espacios públicos y depósitos de basura.
Ante ello, para quienes parecieran desconocer la opinión de Bolívar y Rodríguez, sobre los bullicios y desfiles ostentosos, conviene repasar cuando siendo testigos de excepción en plena (auto)coronación de Napoleón, acompañado éste del Papa Pío VII, podemos considerarla perfecta analogía para describir lo que hoy para nosotros es el “carnaval”, cuando Rumazo (1976) señala, a partir del propio texto de Rodríguez compilado en Sociedades Americanas lo siguiente:
"Robinson y Bolívar alejáronse de la multitud que deliraba en aclamaciones; encerráronse en la habitación del primero y hasta cerraron las ventanas por no escuchar el bullicio masivo que discurría por las calles. Toda protesta silente, no espectacular, es más profunda. Comentará Robinson: Sorpresa, no admiración, fue el efecto que produjo en sus compañeros de armas el disfraz del Emperador, dirá Bolívar: Se hizo Emperador, y desde aquel día lo miré cual tirano hipócrita" (p. 73).
Claro no faltará cual “erudito revolucionario” quien nos diga que aquel era un hecho político y este del “pueblo”. ¡Fariseos! Parecieran no comprender que la protesta de Bolívar y Rodríguez se funda en el encuentro por una sociedad distinta para América centrada en ideales de verdadera libertad y justicia, apartada de la dominación pensativa y parafernalias.
En consecuencia, no es casual, que Rodríguez en su propio compendio indique: “Si en la Primera Escuela se enseñara a Raciocinar, habría menos embrollones en la Sociedad, empachados de silogismos salen los jóvenes de los Colegios a vomitar Paralojismos, por las tertulias, de ahí vienen los sofismas, que pasan por razones, en el trato común y llegan hasta ser razones de Estado en los Gabinetes ministeriales (…) Para ellos las teorías son sueños, y los filósofos…locos. Véase si es importante! dígase… Importantísmo!! Prevenir errores de conceptos en la Infancia, para que no sean Prevenciones después” (p.270)
La otra máscara del carnaval hoy se encuentra sumida en la educación venezolana. Quitárnosla es parte del abandono hipócrita que hoy sacude el pensar y la pedagogía. Por cierto, ¿dónde se encuentra aquella carroza de Bolívar con la cual “ganamos” un desfile de carnaval en Río de Janeiro?
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