El poder hegemónico mundial en su expresión más ramplona, el capitalismo, no ha logrado vencer las fortalezas de la condición humana, en cuyo reducto aun se mantienen con la misma vitalidad del primer día. Uno porque su victoria final significaría la claudicación de la especie, la cual necesita para existir, y segundo porque a pesar del empeño ciego, en el fondo, esas condiciones son superiores. Hablamos entre otras, del cristianismo y el comunismo por ejemplo. Pero sin duda, lo que si ha logrado, a despecho de su inferioridad, es confundir a buena parte de los habitantes de este planeta y lo ha hecho utilizando estrategias diferentes; a uno le ha creado un holgado disfraz y lo ha presentado como su comodín, y al otro lo ha criminalizado de tal forma que ha terminado siendo el demonio con que cada vez, aterroriza al generalizado burguesismo. Las dos están sustentadas sobre la base de la ignorancia, su gran aliada.
Pues bien, ambas estrategias no solo han logrado tener absoluto éxito allí donde se supone era fácil lograrlo, en lo que llaman la gran “masa”, aquella que aun se encuentra sumida en el oscurantismo arribado al siglo veintiuno, sino que se han convertido en el mas útil chantaje para rendir a los luchadores populares. Por un lado, el cristianismo convertido únicamente en fe, o visto únicamente como religión y envuelto en el ropaje del catolicismo, termina siendo intocable para los líderes revolucionarios sumergidos en pueblos adormecidos por la coacción espiritual de su doctrina. Al final terminan, mas que aceptando que es mejor no arrojar claridad dentro ese embrutecido túnel, comulgando con el, pues la consecuencia, o el riesgo de asumir semejante tarea revolucionaria, es saltar desterrado a las pailas del infierno, lejos de los pueblos. Y por el otro, casi que redoblan la cantidad de crímenes con que se proscribe al comunismo, tratando de proteger lo único que la derecha permite en su juego político: el socialismo burgués (socialcristianismo o la socialdemocracia).
Así las cosas, mientras salvamos nuestro precoz socialismo (revolución de por medio, única forma de arribar al verdadero), dejamos propagar entre las bases populares que la igualdad en el comunismo es: que todos nos vestimos de igual forma (de caqui y dril por demás), que todos comemos lo mismo (granos y sardinas enlatadas), consumimos igual, bajo régimen de racionamiento. Que el Estado es totalitario y policial, lo ve todo y está en todos lados, domina todas las relaciones de la sociedad cuya única referencia es Stalin. Que no existe la propiedad privada, luego no se puede tener casa, ni carro, ni cepillo de dientes, ni nada que distinga la individualidad. Que no se puede abandonar el país en cuestión ya que se actúa sobre doctrina de aislamiento: político, económico, tecnológico, cultural, y que tampoco hay elecciones. Que todo gira en torno a un sentido único: una sola clase social (los pobres), partido único, prensa única, pensamiento único, por lo tanto no hay libertad de expresión. Pero de lo más horrible de que se acusa al comunismo es que le quita los hijos a sus padres, y que los comunistas ¡comen niños! Que si no creen en Dios ni en la virgen, son el mismísimo demonio.
Estas pueriles calumnias causan risas, pero también genocidios. Por ellas el Comandante Supremo sufrió el único revés electoral de su excepcional carrera política (el cual aceptó). Por miedo, o por tabú, algunos de nuestros dirigentes siguen diciendo, de una u otra forma: ¡Más comunistas serán ustedes!
¡Chávez vive, La Hojilla sigue!