Vivimos en una permanente “guerra política”. Casi pudiera asegurar que no hay un día en donde no surja una denuncia por parte de los “actores”, por no llamarlos manipuladores políticos sobre lo que nos ocurre, y lo que según ellos, es lo que mejor nos conviene como país.
La oposición venezolana, o lo que queda de ella, pareciera que jamás comprendió que con aquella herida mortal que le propinó Hugo Chávez aquel 6 de Diciembre de 1998, estaban obligados a renacer en sus ideas sociales. En la construcción de una teoría política y económica que desvinculara los aspectos neoliberales, hoy confirmados en su fracaso como generadores de bienestar. No sólo han caído, una tras otra, las economías de los países europeos, previo al derrumbe y prácticamente la aniquilación que implantaron en Latinoamérica en la década de los 90 del siglo pasado, es decir, la consumación de la pobreza en todos sus órdenes: económico, político, moral, y por supuesto social. Bien lo señalaría Forster (2003), tomando como referencia el nihilismo nietzscheano, pero a la inversa del ser, que ese nihilismo había deshumanizado lo humano e invisibilizado los sentidos tanto en la consciencia individual como social, verbigracia, en la destrucción del hacer y del amor colectivo.
Por eso la oposición venezolana carece en su dirigencia de una visión constructiva de ideas que pudiesen convertirla en opción posible hacia el futuro. No terminan por comprender que su unión es circunstancial y estrictamente antichavista. No es que Capriles sea un líder. ¡No! Alguien quien pluraliza el verbo haber, demuestra al igual que los seudo-líderes del chavismo, no sólo una incomprensión de los fenómenos políticos, sino una escasa, por no decir nula lectura (ver: http://debatefilosoficodelser.
Ahora bien, que la dirigencia opositora; ¡si sólo dirigencia opositora!, navegue en su mar de contradicciones, es un asunto que los hace visibles en sus concepciones de ser incapaces para desmontar cualquier prontitud de aspirar a ser gobierno; el problema radica, cuando un gobierno desprovisto de su máximo líder, con sumo conocimiento de causa de los problemas que afrontaba un país, y con una interminable saciedad por la búsqueda de ese conocimiento, deja huérfana a una seudo-dirigencia quienes hoy al frente de los ministerios e instituciones del Estado, apenas citan a Marx o Engels como promotores de su pensamiento, incluso con la casi seguridad de jamás haber leído cuando menos las versiones resumidas de El Capital. En consecuencia, no resulta causal que Kohan (2009:129), interpele a la ignorancia de estos seres con tres interrogantes:
¿Cómo resistir la esclerosis dogmática? ¿Cómo garantizar que la filosofía marxista no se petrifique ni se momifique en una apología encubierta del orden existente? ¿Cómo recuperar la dimensión disruptiva, achatada, vapuleada y puesta en sordina hasta el cansancio por la vulgata de los manuales?
Ante ello, lo único que nos queda por preguntar, es si hay sentido por destruir la corriente pensativa y reflexiva desde la escuela. Ya ni siquiera existen cátedras de filosofía en las instituciones; y para colmo, hay promotores, llamados “bolivarianos” que rechazan a mansalva el estudio y la interpretación de los pensamientos desde Sócrates hasta la escuela de Frankfurt. Ignoran la poesía de Hölderlin, o despotrican de Heidegger por una supuesta visión nazista. Todo ello se rechaza con el remoquete que son pensamientos de “oligarquía europea”; ignorando con ello, que tanto Miranda, como Simón Rodríguez y Bolívar fueron en su tiempo formados por el pensamiento de la llamada ilustración y con una fuerte base teórica y de praxis en tiempos de la independencia norteamericana y la revolución francesa. ¡Hipócritas del conocimiento!
Asimismo, nos dicen que vamos hacia un mundo multipolar, que nos estamos “abriendo” hacia el mundo pero se destierra el pensamiento del saber desde Confucio, y se nombra a Mao por razones políticas, sin explicar que el mismo hoy sólo tiene relativismo histórico por conveniencia de pragmatismo económico. Del mismo modo, queremos comprender los fenómenos del mal llamado “medio oriente”, pero sólo dejamos a las “religiones” el aprendizaje de éstas en el seno de su origen en Egipto hasta lo que conocemos por Islam. Nadie desde el Estado, empezando por la ministra de educación o la cancillería explica las primeras enseñanzas de Mahoma, al-Kindi o al-Farabi, o simplemente el conocer los procesos de “independencia” de estos países en el siglo XX, aunque sigan sometidos sus pueblos por dinastías y monarquías. Para qué hablar las creencias de las chakras indias sobre el alma y el pensamiento, cuando creemos que el árbol de las “tres raíces” nos dará las ramas y los frutos del saber.
Irónicamente, el peor enemigo de la “dirigencia revolucionaria” es su propia ignorancia. Incluso, hasta Smith, el considerado promotor del liberalismo económico en una de sus obras: “La teoría de los sentimientos morales” se interpelaba cuando en una reflexión intensa asentía si un gobierno podía fomentar la felicidad con la ausencia de sabiduría y virtud, para después en un ejercicio de lógica aristotélica sobre aquella polis, hablaba que lo peor de un gobierno estaba en lo ruinoso, en lo destructivo de los vicios de su dirigencia, promoviendo con ello la maldad en los seres (in)humanos.
La ignorancia revolucionaria está presente todos los días, en cada discurso, en cada palabra, en cada acción. Pero la misma no se puede combatir en el medio del desconocimiento. Bien habría dicho Bolívar que un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; a lo cual por analogía pudiéramos afirmar: Que una dirigencia de Estado llamada “revolucionaria” es responsable por su ignorancia filosófica, epistemológica e histórica, responsable de su propia destrucción.