He pretendido entender lo que sucede con la economía venezolana. Pujante y exitosa después de vencer las resistencias oligárquicas que la colocaron al borde del abismo en el 2002, hoy está inmersa en una severa crisis expresada por una desmedida inflación, que reduce los avances redistributivos en la sociedad. En la formalidad profesional de los economistas se ha vertido un océano de tinta en análisis y opiniones, la mayoría de ellas cargadas de contenido ideológico en uno u otro sentido del espectro político, sin por ello dejar de aportar información útil. No dejo de tener muy en claro que existe un alto grado de intencionalidad desestabilizadora originada en la matriz de la guerra económica sucia del recetario de la CIA. Pero no todo se explica por la teoría del complot, incluso si este funciona es porque existen factores de la realidad que le facilitan el trabajo.
Sin pretender enmendar la plana a los que sí saben, me atrevo a exponer mi punto de vista. La crisis que hoy padece la economía venezolana no sólo no es producto de un supuesto fracaso de la Revolución Bolivariana sino, en todo caso, resultado de su éxito, aunque sea parcial. Me explico: a partir del relanzamiento de la OPEP con el aumento de los precios internacionales del petróleo y de la recuperación para el estado venezolano de su empresa petrolera (PDVESA), ambos logros del activismo de Hugo Chávez y del proceso revolucionario, un mundo de dinero, que antes se fugaba a USA, se volcó en servicios y apoyos a la mayoría del pueblo hasta entonces marginado y en pobreza extrema; misiones para la educación, la salud, la alimentación y la vivienda, acompañadas de dotaciones de tierras y fábricas para la gestión comunitaria, créditos y apoyos varios para su operación. Esto se reflejó en cifras de crecimiento superiores al 7% anual de 2004 hasta 2012, reconocidas por los organismos internacionales que lo miden (algunos con gran enfado por cierto) que, a su vez, se registraron en la mesa y en el bolsillo de la gente en forma mayoritaria. Esta es la gran proeza revolucionaria lograda en el breve plazo de diez años o menos. Populismo le llaman pero significa real democracia.
Tal crecimiento se dio con pleno respeto a la democracia formal, con elecciones frecuentes, con disidentes y aún golpistas en libertad, sin más afectaciones a la libre empresa que el control de cambios, de vital necesidad para una nación que intenta emanciparse, y contadas expropiaciones en casos extremos de urgencia nacional (especulación con el cemento ante un programa ambicioso de construcción de vivienda, por ejemplo). Nada más falso que la cantaleta de la “prensa internacional” que demonizó a Chávez presentándolo como un dictador sanguinario; la cotidianeidad venezolana es el mayor mentís a la CNN y fauna que la acompaña.
El asunto es que el proceso de la revolución generó aumentos espectaculares en la demanda de bienes y servicios, muy superiores a los registrados del lado de la oferta, lo que produjo aumento de importaciones e inflación. En esta simpleza se observan distorsiones de mayor complejidad. El sector empresarial privado, que se ha visto enormemente beneficiado por el crecimiento de la economía, ha mantenido una postura cargada de ideología que le llevó a frenar los proyectos de inversión aduciendo la indisponibilidad de divisas para equipo, maquinaria y materias primas, aunque en lo privado hayan encontrado mil maneras de violar el control de cambios, con frecuencia apoyados por una no desterrada corrupción de funcionarios. Por su parte el sector social de la economía no ha rebasado la curva de aprendizaje y de maduración productiva, lastrado por la cultura rentística aún vigente en el imaginario colectivo.
También del lado de la demanda se observan distorsiones que afectan severamente a la economía. Parte importante de la derrama monetaria se volcó al consumo suntuario. Los grandes centros comerciales de la capital, muy al estilo yanqui diseñados para la gente “bonita”, se vieron invadidos por oleadas de “morochitos” que recorren sus pasillos plenos de refinadas chucherías y las compran con especial alegría, como fieles adictos al efecto de la publicidad comercial, en diametral contradicción con el sentido revolucionario de la procuración de la mayor felicidad posible. Nadie sabe para quién trabaja.
No es nada fácil conducir una revolución como la venezolana manteniendo intocados a los factores económicos de la reacción. De ahí la especulación y el ocultamiento de mercancías, o su exportación ilegal de contrabando. La continuidad exitosa del proceso de la Revolución Bolivariana implica radicalizarla en lo económico y garantizar el efecto dinamizador del mayor consumo para destinarlo a bienes válidos de producción local, aunque en ello se atente contra la “sacrosanta libertad de comercio”. La oposición de la oligarquía es una piedra en el zapato que nunca podrá eliminarse mientras perviva el imperio del norte; hay que aprender a soportarla sin por ello dar concesiones contra la revolución. Todo es cosa de seguir el hilo, no el de Ariadna, sino el tendido por el Comandante Chávez.
Mientras, aquí seguimos empantanados y entregando la riqueza nacional, sin crecimiento y sin empleos.