“Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.”
Cuando era de derecha y me creía de izquierda, solía usar un lenguaje que, pese los años transcurridos, todavía se utiliza en abundancia y quienes lo usan, juran y perjuran que están también en la izquierda, de donde uno se siente como abusando de un espacio que no le corresponde. Lo que es lo mismo, parece llegué a viejo creyendo ser de izquierda y parece, tampoco ahora es así. Escuchar esas frases, con las mismas connotaciones y repercusiones de antaño, entre los jóvenes uno lo entiende, pues por algo habló Lenin del “izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo” y los jóvenes suelen andar de prisa, pero entre viejos o usados, a esta altura de la vida, a uno le llama “soberamente”, para decirlo con una expresión muy usada en mi época, la atención.
“Nuestra meta de ahora es construir el socialismo”. Parte de la idea que cambiar la sociedad, lo que implica transformar las relaciones de producción, elevar la productividad, repartir ésta equitativamente, es asunto fácil, como “soplar y hacer botellas”, tal como decía un viejo comandante, esto es un simple asunto de echarle bolas. Tan a tirito está que es nuestra meta inmediata y no obstante, para llegarle, no sabemos “qué hacer”, para recordar de nuevo a Lenin. Claro, se sabe hay quienes tienen la receta, por lo menos eso dicen, siempre los ha habido ya se ha dicho, no obstante, seguimos en buena medida como al principio.
Sin embargo, siendo tan fácil, habiendo corrido las bolas por el suelo, trabajado el pueblo intensamente, por qué en ninguna parte ha habido algo que se le pueda llamar con propiedad socialismo. Porque quienes suelen estar inconformes con la marcha del proceso histórico y con lo que sucede en espacios concretos, dicen no sin razón que en China, Vietnam, etc., no hay socialismo; como muchos afirman que es un disparate, dislate, llamar así aquello que creo Stalin en el viejo Imperio de los zares. Como tampoco puede haberlo en aquellas sociedades, donde el Estado es amo y señor de todo lo que se mira en redondo y al frente del mismo se suceden de padre a hijo y luego el nieto, como en las viejas monarquías. Estas se justificaban, hablo en pasado porque es obvio que ahora, pese a que funciona el mismo principio sucesoral, no se atreven a invocarlo, diciendo que ese era un poder divino emanado de Dios. Las “socialistas patriarcales”, ni de vaina pueden justificarse en Marx y por supuesto en principios socialistas y menos en el pueblo a quien nadie se le ocurre consultarle.
Como uno entiende, por años lo pensó así, que crear las bases materiales del socialismo es un asunto complejo que encuentra su primer escollo en el nivel de conciencia de la gente, la feroz oposición de quienes por acumulaciones sucesivas se han apropiado del aparato productivo y, el Estado mismo, que se resiste a cambiar, más si encuentra que la sociedad le da sustento material para querer quedarse como estaba, pese que los dirigentes estén “preñados de buena fe”. Lo primero que él, el Estado, intenta como por condicionamiento, es apoderarse de lo que antes controlaba la clase dominante. Porque repartir la renta, aquella que se produce por intermediación del Estado y otros factores productivos, bien provenientes del petróleo o los impuestos, de manera generosa, lo contrario de cuando la IV República, para manejar un caso concreto, no significa que estemos en los umbrales de una sociedad socialista. Esto no quiere decir que es malo que un gobierno, como este del chavismo de ahora, piense en el socialismo y accione en favor de las mayorías, pero tampoco lo es que se ubique exactamente para definir sus tareas y adecuar el discurso. Menos es malo un estado que ejerza soberanamente y no permita que minorías o clases dominantes o capital imperial, se apropien de la renta
No creo sensato que de nuevo, después de haber escuchado al propio Fidel Castro decir que el mayor error que ellos cometieron es haber creído que alguien sabía cómo hacer aquello, se vuelva a decir que “si existe la receta”. Puede ser que la haya, no dudo, para remontar ahora esta coyuntura, definida como de guerra económica, que al parecer perdemos por paliza. Pero para construir el socialismo sigue vigente aquello de nuestro Robinson “Inventamos o erramos”. Porque a la par que necesitamos cambiar las relaciones de producción, la base material de la sociedad, que determinaría en última instancia la conducta habitual de la gente, para que esto sea posible necesitamos formar nuevos hombres. Esto todo tampoco puede asumirse como un proceso aislado, desvinculado uno de otro. Este creer que el asunto es cuestión de una simple decisión estatal, aun presumiendo ingenuamente al Estado ganado para eso, es lo que explica cómo han naufragado generosos intentos de hacer que muchas empresas funcionen y procuren sustituir las relaciones capitalistas. De donde pasamos a la segunda frase que usamos como si fuese pila de agua bendita. Para bendecir lo que hacemos, decimos y darle fundamento a cosas que imaginamos mantequilla.
“Tenemos que hacer que nazca entre nosotros un hombre nuevo”. Frase o idea que cada quien se la atribuye a quien bien le parezca; sólo necesitamos tener un ídolo para imaginar que únicamente a él pudo ocurrírsele aquello.
Ahora, pasamos por alto, que quien aquello dijo por primera vez, no se refería a él mismo, ni a unos cuantos escogidos, no. Se refería al hombre colectivo, porque a la sociedad nueva, en su más alto nivel de perfección no se llega con unos pocos “hombres nuevos”, sino con el colectivo; si no fuese así, entonces la cosa sí sería “una panzota”. Este, “el hombre colectivo nuevo” se formaría a lo largo del proceso de transformación material, estructural y súper estructural o cultural de la sociedad. Es decir, aparte de construir el andamiaje estructural se producirá la internalización de la cultura que ella exige y emana a través del proceso educativo, formal e informal, el cual por ahora está como muy lejos de trabajar con eficiencia en ese objetivo. Justamente porque sólo en el agua viven los peces. Puede haber, no lo dudo, uno y hasta unos cuantos “hombres nuevos” en la sociedad capitalista, en el proceso de transición, pero el hombre colectivo nuevo sólo es posible en la sociedad nueva. ¿Cómo imaginar una sociedad capitalista como la nuestra pueda engendrar un hombre colectivo nuevo? Porque la sociedad no la cambia un individuo, grupo de individuos o el Estado, sino el colectivo, la gente toda o el pueblo, como prefiramos decirlo.
Esto del hombre nuevo es posible, tanto que lo espero y lucharé para que eso llegue, pero como lo de construir el socialismo, del cual el hombre nuevo es su complemento y producto irrenunciable, no es asunto de lanzar decretos o tirarme una coba, no son asuntos que están a la vuelta de la esquina. Lo malo es que por creer aquello, nos generamos contradicciones artificiales con quienes son aliados nuestros. Si nos asumimos como peces, tendríamos que vivir en el mar y por ahora estamos en la tierra; si por una irrefrenable angustia nos hundimos en el mar es probable nos ahoguemos.
Por supuesto, hay asuntos concretos de ahora que parecieran manejarse mal, como enredar el proceso productivo, asunto cambiario y unas cuantas cosas con aquél relacionadas; pareciera no sabemos distinguir con exactitud en quién apoyarse y apoyar; por ello pudiera no saberse tomar o cuándo hacerlo las medidas pertinentes y en el justo tiempo. El no saber a ciencia cierto en donde estamos o por temor a chocar con quienes sus sueños están como muy por delante de los del hombre colectivo, podría estar generando inhibiciones y temores que ayudan al enemigo.
En otro espacio abordaremos otros asuntos que deben marchar al mismo ritmo de lo que aquí hemos tratado y suelen manejarse de manera muy peculiar y manualista.