Como el estado puede ser burgués o socialista, el keynesianismo[2] puede funcionar perfectamente, y, de resultas, lo hace mejor, con un Estado no capitalista que con este. La diferencia funcional de ambos tipos de keynesianismo consiste en que el consumidor dedica sus salarios a comprar de inmediato sin ahorrar un centavo, mientras el empresario capitaliza cuanto dólar recibe del Estado sin importarle un bledo el cumplimento de los compromisos adquiridos frente al Estado cuando recibe el subsidio indirecto al consumidor.
Dentro del Estado capitalista, ese keynesianismo burgués funcionó durante el Plan de Keynes porque las inversiones y el pleno empleo se hicieron imprescindibles para la oportuna y correcta recuperación del capital y sus elevados intereses que derivaron de la propia crisis provocada por el capital financiero, y la reactivación de aquella deprimida Europa anticomunista-ya anticomunista- rancia y burguesa que luego sencillamente apostó al capitalismo y perdió.
Sus secuelas todavía siguen marcando la vida y la pobreza de la mayoría de los infatuados euroccidentales: Parte de las actuales deudas, por ejemplo, de las Grecia y España de posguerra responden a los remanentes de una Deuda Pública acumulable en el tiempo porque, en principio, cuando esta arranca es para no detenerse, salvo con mediadas comunistas o procomunistas.
Pensamos que, en el caso venezolano, el de las presentes y anteriores repúblicas, ha privado el criterio mera e inicialmente aconsejado por el apologista burgués J. M. Keynes, con el agravante de que los empresarios nuestros se transformaron en capitalistas rentistas y abandonaron la plusvalía, un capitalismo que nos ha caracterizado desde hace muchas décadas de euforia petrolera, en su condición de beneficiarios de esos subsidios indirectos al consumidor derivados del Control de Cambio.
Si ya el keynesianismo resulta contraproducente cuando tanto las subvenciones como el subsidio a los trabajadores pasa por el filtro de los bolsillos del capitalista de plusvalía, es peor cuando se trata de capitalistas o empresarios rentistas-caso venezolano.
Por esa razón, hemos sugerido que no se debe subsidiar al empresario para que venda a precios populares, sino que se subsidie o empodere directamente al consumidor, suficientemente como para que sus ingresos cubran la cesta básica al precio o salario que sea. Así, la libre e inviolable ley de la oferta-demanda daría cuenta de los empresarios especuladores, tal como probablemente está ocurriendo en Brasil.
[1] Este artículo me lo sugirió el ex Presidente Lula Da Silva. Lo oí afirmar que el éxito económico del Brasil de su mandato y de su actual sucesora se ha debido al empoderamiento dinamizador que hace el Estado cuando beneficia directamente al trabajador y, particularmente, a los más pobres, porque esas ayudas económicas incrementan inmediatamente la demanda de muchos bienes que por consiguiente impulsarían las oferta correspondientes, a diferencia de las ayudas del Estado a las arcas ya llenas del capitalista, y, más aun, a las del embrión de capitalista, ayudas indirectas al consumidor que son contraproducentes porque sólo sirven para su beneficio personal y paradójicamente para explotar “mejor” a sus asalariados, o para depositarlas en la banca privada así como para usarlo en manejos bursátiles, tal como lo ha venido haciendo el capitalista venezolano y extranjero cuando ha recibido dólares baratos dizque para subsidiar mercancías de la cesta básica. Pensamos que Lula lo afirma porque, a diferencia del empresariado venezolano, rentista y parasitario, Brasil cuenta, al parecer, con capitalistas menos hambreadores, y con una derecha menos antinacionalista que la nuestra.
[2] Esta teoría o, más bien, estrategia macroeconómica estatal e intervencionista, busca la reactivación del aparataje productivo en fases críticas o depresivas, con cargo a los impuestos ya recaudados o recaudables del Estado mediante un incremento ilimitado de la Deuda Pública. Es una estrategia inspirada en la necesidad de darle salida al dinero ocioso en manos de capitalistas netamente financistas, muy desentendidos, como suelen estarlo, de los empresarios y de los procesos fabriles a los cuales respetan sólo como clientes o prestatarios. Por esta razón, cumplidos los requisitos avaladores de la recuperación del préstamo-hipotecas y demás avales liquidables al término de los tiempos convenidos-, al financista poco les importa el destino de las fábricas y de sus trabajadores que se vean obligadas a entrar en mora, acerrar sus puertas y/o salir con ellas en la cabeza.