El presidente Maduro perdió el rumbo del país. La agonía de un poder que fue heredado por no decir impuesto por Hugo Chávez en aquel discurso del líder de la revolución bolivariana del 8 de diciembre de 2012 cuando lo designó su posible sucesor ante quizás lo que intuía la cercanía de su muerte, no sólo generó serias fracturas y divisiones en la cúpula del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), sino que aquel “hiperliderazgo” de Chávez, advertido en su momento por el Centro Internacional Miranda (CIM), efectos que por cierto generaron profundas críticas sobre quienes intentaron cuando menos precisar ese hecho político como posible fuente de errores en la conducción del gobierno nacional, una de sus caras visibles en contra de esos analistas, fue precisamente el actual presidente de la República.
Ahora, sí del hiperliderazgo de Chávez algo ha quedado claro es que nadie en el seno del PSUV, ni siquiera el propio Maduro tiene cualidades y habilidades mínimas como estadista, y menos para poder ejercer un compromiso de tanta magnitud para dirigir no sólo un país, sino transformarlo en el marco de una revolución.
En consecuencia, el principal problema es que el alto gobierno juega permanentemente “al gato y al ratón”. Unas veces es gato tratando de atrapar a su presa, la cual se contextualiza cuando intenta o disemina a los supuestos enemigos internos con inhabilitaciones a partir de “delitos” que en algunos casos representan una bacteria al lado de severos problemas de corrupción administrativa, rompimiento de la conducta moral y ética de funcionarios civiles y militares, y peor, desconocer que en el seno de su propia estructura, sus (auto)líderes están agotados como tales, no sólo porque la posesión de sus bienes no tolerarían auditoría alguna, sino porque al parecer entre ellos mismos, existe un pacto de no agresión; es decir, no me investigues, que yo tampoco te investigaré. Como decimos en criollito: “vive y deja vivir”. Buena tesis del gato y del ratón.
Pero ese gato, también se convierte en ratón. Así vemos que cuando aparece un gobernador denunciando el posible asesinato de la hija del presidente de la Asamblea Nacional (situación que condeno, no sólo contra ella, sino contra el asesinato de cualquier persona honesta y trabajadora) lo que sorprende es que ese mismo gobernador diga que “mercenarios” se han apoderado de los “planos” de la vivienda de quien dirige el poder legislativo del país. Y me pregunto: ¿Dónde vive ese funcionario que se necesitan “planos” para intentar acceder a su vivienda? ¿Es un privilegiado? ¿Hasta qué punto una revolución debe permitir esos privilegios bajo el esquema de que en algunas ocasiones juega al “ratón”?
En la misma medida, tal situación ocurre con el país. Somos el gato para decir a los cuatros vientos que tenemos las mayores reservas de petróleo del mundo. Somos el gato para decir que somos un país soberano. Jugamos al ratón cuando decimos que sólo Colombia es la culpable del contrabando de extracción y del aumento del dólar paralelo. Allí nos victimizamos. Sí es sobre la Guyana Esequiba pasa de la misma manera. ¿Cuántas veces en el pasado no se convocaron marchas para protestar contra Inglaterra por el despojo que ese país le hizo a Argentina sobre Las Malvinas, actuando cual gato en busca del ratón? Pero, ¿Cuántas marchas o notas de protestas enérgicas se realizaron durante estos años en contra de Guyana o la propia Inglaterra antes de que éstos otorgasen plena “independencia” a nuestros vecinos del estado Bolívar?
Un país no puede seguir “jugando al gato y al ratón”. Hay un discurso, una retórica que más de un gato, pareciera el de una fiera salvaje. Se habla de contra-imperialismo e incluso hasta la delincuencia se convirtió en pleno enemigo del gobierno de Maduro, pero ese mismo gobierno se convierte en ratón al momento de pagar en dólares a nuestros acreedores internacionales, es decir, a los más ricos del mundo, y tiene una justicia incapaz de condenar a los delincuentes y ante el país se convierte en un gato acusando incluso de “acaparadores domésticos” al mismo pueblo para justificar la escasez de alimentos y productos básicos.
Degradante resulta la praxis política cuando vemos a un PSUV convertido en “ratoncito” buscando la unión con los sectores que hasta ayer eran la oposición más recalcitrante y los recibe con brazos abiertos en sus madrigueras, pero se frota las manos y bigotes cuando desde el Consejo Nacional Electoral (CNE) se le prohíbe a sectores revolucionarios identificados con Marea Socialista u otros sectores críticos en la conducción del gobierno con su anulación de candidaturas para la Asamblea Nacional o su persecución laboral (caso de empleados del Estado) o hasta personal si fuese necesario, lo cual revela que en esa dicotomía de funciones, el país es quien termina agobiado entre las múltiples acciones que debe ejecutar no sólo para sobrevivir, sino también para terminar encontrando la orientación perdida en el laberinto político, económico y social. A propósito de ser ciego. Quien tenga ojos que vea.