En el momento de auge de los enfrentamientos políticos y de las grandes luchas de ideas en América Latina se siente con más fuerza la relativa ausencia de la intelectualidad crítica. En el momento en que los gobiernos progresistas sufren las más duras ofensivas de la derecha, que busca imponer procesos de restauración conservadora valiéndose del monopolio de los medios de comunicación, el pensamiento crítico latinoamericano podría tener un rol importante, pero su ausencia relativa es otro factor que afecta la fuerza del campo de la izquierda.
La derecha se vale de ese monopolio y de sus pop stars. Vargas Llosa y Fernando Henrique Cardoso vuelven con fuerza al campo para apoyar a Mauricio Macri, a la derecha venezolana y atacar a los gobiernos de Brasil, Ecuador y Bolivia. No les faltan espacios, aunque les falten ideas.
Al pensamiento crítico no carece de ideas, tiene que pelear por espacios, pero le falta mayor participación; se necesitan entidades que convoquen a la intelectualidad crítica a que participe activamente en el enfrentamiento de los problemas teóricos y políticos con que se enfrentan los procesos progresistas en America Latina.
A la pobreza de las propuestas de retorno a la centralidad del mercado, del Estado mínimo, de las políticas de retorno a la subordinación a EU, a la apología de las empresas privadas, queda un amplio marco de argumentos y de propuestas a ser asumidos por la intelectualidad de izquierda. Para desenmascarar las nuevas fisonomías que asume la derecha, para valorar los avances de la década y media de gobiernos posneoliberales, de promover el rol de esos gobiernos latinoamericanos, en la contracorriente de la onda neoliberal que sigue barriendo el mundo y los derechos de los más vulnerables.
Esos gobiernos han hecho la crítica, en la práctica, de los dogmas del pensamiento único, de que cualquier gobierno serio debiera centrarse en los ajustes fiscales. De que no era posible crecer distribuyendo renta. De que las políticas sociales sólo podrían existir como subproducto del crecimiento económico. Que el dinamismo depende de más mercado y menos Estado. Que no hay camino en el mundo que no sea el de la subordinación a los países del centro del capitalismo. Que el sur es el retraso.
En fin, todo lo que los gobiernos progresistas han desmentido rotundamente son argumentos fuertes para que el pensamiento crítico se apoye en ellos y encare las dificultades presentes en la perspectiva de la profundización de esos procesos y no de su abandono. Esto lo hacen los –de derecha y de ultraizquierda– que se refugian en el triste consuelo para ellos de un supuesto agotamiento del ciclo progresista. A ambas fuerzas les sobran motivaciones, derrotadas que han sido, por década y media. Pero les faltan razones; no pueden proyectar un futuro para el continente, que no sea la reiteración del pasado desastroso y superado o el discurso sin práctica.
Es momento de que el pensamiento crítico deje a un lado las prácticas burocráticas que neutralizan el potencial crítico del pensamiento latinoamericano, que demeritan las entidades tradicionales, y vuelvan a protagonizar, en primera línea, la lucha antineoliberal. Que vuelvan, sin miedo, a proponer ideas audaces, nuevas, emancipatorias, que vuelvan a engarzar la intelectualidad critica con las nuevas generaciones, huérfanas de futuro.
La burocratización es un enfermedad fatal para el pensamiento crítico, sea de las estructuras académicas, sea de las prácticas institucionales en otras instancias. ¿Hasta cuándo la intelectualidad crítica dejará que los intelectuales mediáticos de la derecha ocupen prácticamente solos los espacios de los debates de ideas, que formen nuevas generaciones en los valores del egoísmo, de los prejuicios, del consumismo?
La burocratización conduce a la despolitización, que es el mejor servicio que se puede prestar a la derecha, sustrayendo espacios críticos a la lucha de ideas para volcarlos simplemente a la manutención de cargos y de sueldos. Son burócratas que, aunque nominalmente pretenden pertenecer al campo de la izquierda, lo que hacen es desmoralizar a la izquierda, con el uso abusivo de las palabras sin práctica o con una práctica sin ideales ni proyección política concreta.
Fue una tragedia para la izquierda la separación entre una práctica sin teoría –que a menudo se pierde en los meandros de la institucionalidad vigente– y una teoría sin trascendencia concreta, que se pierde en sí misma.
Hoy es indispensable rescatar la articulación entre pensamiento crítico y lucha de superación del neoliberalismo, entre teoría y práctica, entre intelectualidad y compromiso político concreto. Si los viejos caminos se han desviado de esas vías, otros tienen que ser abiertos; los espacios públicos conquistados están ahí para ser ocupados.
Los caminos que encontramos hechos / son desechos de viejos destinos. / No crucemos por esos caminos / Porque sólo son caminos muertos, como canta Pablo Milanés.
Seamos fieles a los precursores del pensamiento crítico latinoamericano, pero sobre todo, fieles a los nuevos destinos que apenas hemos empezado a construir.
El que pierde la batalla de las ideas está predestinado a la derrota política. No merecemos perder una ni la otra.