El Filistino de la cultura adquiere sus conocimientos del socialismo para la formación verdadera; si ha oído hablar de la homogeneidad intelectual y moral como criterio de la civilización, la buena opinión que tiene acerca de sí mismo se fortifica cuando encuentra en todas partes su propia manera; cuando comprueba que las escuelas, las universidades son organizadas de acuerdo con sus necesidades y en relación y en relación con su grado de conocimiento. Como encuentra, por decirlo así, por todas partes las mismas tradiciones en los dominios de la moral la igualdad y la libertad; cómo ve al pueblo, a lo común y al Estado, considera como probado que toda aquella uniformidad representa a la civilización.
A su entrada en la vida, la juventud encuentra, pues, un cierto número de opiniones de grupo, más o menos filistinas. Cuando mejor dotado está el pueblo de una personalidad propia, más se rebelará contra la necesidad de seguir a la burguesía. Entonces, busca a su alrededor un maestro, un educador, alguien que le enseñe, no cosas extrañas, sino cómo convertirse en sí mismo, individualmente.
Pero, aunque el grande hombre se encuentra fuera de la evolución histórica, puesto que siempre está obligado a continuar la obra de sus predecesores, siempre es, sin embargo, en el individuo donde tienen las ideas; los individuos no forman puntos perdidos en el gran número intelectual inferior: son seres excepcionalmente dotados que ejercen su atracción sobre la multitud, pero sobre los que ésta no tiene influencia. Lo que se acostumbra a llamar el espíritu de una época nace, en un principio, en un número muy reducido de cerebro. El grande hombre no es el hijo de su época, sino su "sufrelotodo".
Este hombre asume libremente el papel ingrato de decir la verdad. Su idea directora es ésta. Una vida feliz es imposible. Lo más elevado que el hombre puede de esperar es una vida heroica, una vida en la que se luche contra las mayores dificultades por una cosa que, de una manera o de otra, aproveche a todo el mundo. Ahora bien: elevarse hasta un grado de humanidad verdadera sólo es posible a los hombres verdaderos, a aquéllos que parecen creados gracias a un salto de la naturaleza; a los pensadores y a los educadores, a los artistas y a los genios creadores, y, en una palabra, a aquéllos que obran más bien por su persona que por su obra: a los hombres nobles, buenos, en la acepción elevada de esta palabra; a aquéllos a través de los cuales el genio de la bondad se manifiesta.
Estos hombres constituyen la finalidad de la historia.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!