Como a muchos y muchas, me sorprendió la carta pública que el monseñor Mario Moronta dirigió al diputado revolucionario Hugbel Roa. Quisiera creer que firmó una misiva redactada por algún asistente sin haberla leído, porque de haberlo hecho le hubiese metido mano, que es como popularmente suele decirse durante la aplicación de correcciones.
Claro que Moronta tiene derecho a pronunciarse sobre los temas que crea, debe hacerlo. Lo hizo en los momentos de mayor represión en Venezuela, mostrando gran arrojo y valentía siempre a favor de los sectores más vulnerables de nuestra población. En ellos, muy merecidamente, ganó un sitial que –obvia decirlo- no buscó. Si para entonces actuó de esa forma, ¿cómo privarse de hacerlo ahora cuando existe un amplio sistema de libertades ciudadanas en el que su acción política jugaría importante papel?
No vamos a interceder por el parlamentario centro de la molestia de Moronta, pues, como político conoce muy bien las consecuencias –de cualquier índole- que podrían arrojar sus acciones, pero sí mueve a reflexión que el sacerdote tome partido frente a este cuadro (repetimos, con todo derecho) sin haberlo hecho con la misma fuerza para –como en el pasado- desenmascarar a las y los enemigos de la Patria. De su Patria.
Hemos extrañado el verbo preciso de Mario del Valle, juzgando a la derecha que ha sembrado dolor y muerte en incontables familias; cuestionando al imperio artífice –él lo sabe que lo es-, de los desmanes de esa derecha para la que no existen niños, niñas o ancianos al momento de atenazar su fórmula apátrida; condenando la doble moralidad de una MUD que engaña a sus propios seguidores, atizando la posibilidad de un enfrentamiento entre hermanos a través de una guerra civil. Es inexplicable, incluso, su silencio ante las posiciones abiertamente anticristianas de algunos colegas suyos que parecen estar más a tono con Satanás, que con el Dios que dicen respetar.
La historia no se detiene y Mario Moronta Rodríguez está a tiempo de conservar en ella, el espacio que siempre lo distinguió. Solo de él depende.
¡Chávez vive…la lucha sigue!