¿Será posible un acuerdo general?

Los conflictos tienen soluciones paradójicas. Esto resume la dialéctica de las situaciones. En cuestión de horas, el choque inevitable de dos automóviles cuyos conductores metían a fondo sus aceleradores, uno contra el otro, se transformó en un apretón de manos. Las barras todavía aplaudían y azuzaban a sus gladiadores en la arena para que aniquilaran de una vez a sus respectivos adversarios cuando, de pronto, alguien dijo “hágase el diálogo” y el diálogo se hizo. El cambio de señas agarró a muchos fuera de base. Todavía quedan restos de adrenalina en la sangre. Ecos del ya superado clímax de agresividad se escuchan todavía en el tono de las declaraciones, los insultos, amenazas y convocatorias. Muchos refunfuñan frases “revolucionarias” o “revocatorias” cuando alguien habla de tolerancia, democracia y hasta de constitución. El honor del guerrero, enardecido por las imprecaciones, se resiste a ser desplazado por la astucia, la diplomacia y la habilidad negociadora que gusta del silencio y los eufemismos.

  Rodríguez Zapatero mencionó algo sobre alcanzar un “consenso general”. Ahí está el meollo. Porque la constitución, que debiera cumplir esa función de “consenso general” en medio de la lucha de clases o del enfrentamiento a muerte de los poderes fácticos, está en suspenso desde que los dos principales actores políticos sólo la mencionan a su conveniencia. Cada uno usa como excusa, el desprecio a la constitución del otro. Lo complicado es que tres capas de discursos se yuxtaponen: la “realista” que explica que la constitución, además de “burguesa”, es sólo el resultado de una correlación de fuerzas, una especie de barniz ilusorio, y por ello lo importante es aplicar fuerza “de calle” o “de armas”; otra, la que dice asumir la legalidad y la legitimidad y acusa al otro de cometer “violaciones” que justifican las propias. La tercera capa de discursos alude a lo correcto, un “deber ser” que pretende aleccionar en la tolerancia a una fanaticada sedienta de victorias absolutas.

 Pero, insistimos, los conflictos tienen soluciones paradójicas. Es lo que cierto filósofo alemán llamaba “la astucia de la razón”. Precisamente porque ninguno de los dos contrincantes respeta demasiado a la constitución, precisamente porque sólo confían en su propia fuerza (de calle, militar, internacional, mediático) y no en unas reglas que implican siempre alguna trampa, deberá llegarse a alguna forma de “consenso general” y allí estás la constitución para dar el marco necesario.

  Hay otros factores que, aparte del hecho cierto de que ninguno puede aniquilar o exterminar al otro, sino que debe convivir con él, determinan el desenlace del acuerdo. El primero, la economía. El Partido-Gobierno-militares insiste, una y otra vez, en llamar a los capitales transnacionales a invertir en el país, ofreciendo las facilidades de las Zonas Especiales, para que exploten nuestra riqueza minera y petrolera. Clama por refinanciar las deudas y adquirir otras, rogando por una actitud más comprensiva y “justa” al mercado financiero global, precisamente ese que se caracteriza por su injusticia. Busca soluciones negociadas a pleitos dirimidos en tribunales y organismos transnacionales. Convoca reuniones a los “sectores productivos”, nombre bonito para la misma burguesía fea cuando exige garantías políticas. Digámoslo de una vez; estamos jodidos en lo económico ¿Guerra económica? Los expertos en lucha de clases no debieran sorprenderse de que haya tal cosa, no sólo durante el período de Maduro, sino desde siempre, porque nunca hemos salido del capitalismo y menos del capitalismo global. En él y basados en la búsqueda del propio beneficio, existen hasta las comunas, la fiscalización militar de la distribución y esa producción para la subsistencia que se pretende socialista, cuando es sólo eso, producción para el consumo inmediato, paliativo de una irremisible pobreza. Es en él por donde ambos contendientes quieren “sacar adelante el país” (digo, es un decir).

  La pugna se reduce ahora a cuestiones de “honor”, apariencia, imagen, pantalla y tono de voz. Las voces de la intolerancia, Maripili, son sólo gestos para ganar puntos en vistas de próximas elecciones. Los extremos cumplen funciones catárticas. La polarización tiene que ver más con Stanislavsky y Pirandello, que con Marx y Bolívar. Hay un consenso de fondo que servirá de fundamento al “consenso general” de Rodríguez Zapatero: hacen falta capitales y reglas generales para que la pugna política no toque los poderes fácticos, en primer lugar, el control de las armas y el de los capitales. Ya hay elementos inmediatos para tal acuerdo: liberación de presos, importaciones con facilidades de pago, elecciones (cambio revocatorio por adelanto de elecciones generales, por ejemplo), reajuste concertado de la composición de los Poderes Públicos (viable si eligen los diputados de Amazonas y la AN reasume sus facultades plenas). Y, sobre todo, mantenimiento de la Constitución, la misma que todos usan a su conveniencia y todos respetan ante las cámaras.

  Por supuesto, si algo queda por exigir, es que se active la soberanía popular, base de legitimidad de la constitución misma. QUE LOS ACUERDOS VAYAN A REFERENDO. ESA ES LA CONSIGNA QUE NOS QUEDA. Después, por supuesto, seguirá la lucha política, de clases, como quieras llamarla. La única polarización inadmisible para alguien con tres dedos de frente, es la de los buenos buenísimos contra los malos malísimos. Algo tenemos que aprender.



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Jesús Puerta


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