El pasado sábado 4 de marzo el Partido Revolucionario Institucional celebró su 88 Aniversario, haciendo gala de su formal poderío y de aparente respaldo a su presidente Enrique Peña Nieto, justo cuando el respaldado se encuentra en la más débil condición política que registra la historia, incluida la de los 88 años del PRI. Pero no sólo el personaje sino también el partido entero adolece del mismo mal, el mayor descrédito; su futuro sólo depara la pérdida de su condición mayoritaria con riesgo de desaparición del mapa político.
En proporción inversa a la caída del PRI, el Movimiento para la Regeneración Nacional, su partido MORENA y su dirigente Andrés Manuel López Obrador están creciendo de manera muy significativa, apuntando a que en el 2018 al régimen no le quede más alternativa que reconocer su triunfo electoral, no sin dejar de acudir a las tropelías a que nos tiene acostumbrados, incluyendo a la mayoría de la llamada clase política del resto de los partidos.
No obstante, el proceso se presenta en extremo complicado, agregado ahora del factor geopolítico dentro del caos que está generando Trump. AMLO tendrá que hilar mucho muy fino para andar el espinoso camino del conflicto sin morir en el intento. Su discurso y su actuar son claros en el sentido de que la seguridad del país radica en la fortaleza del respaldo popular a su gobierno, aunque también ayude el eliminar al máximo las objeciones al proyecto alternativo que enarbola. Hoy más que nunca es de vital importancia retomar una política internacional fundada en valores: la solución pacífica de los conflictos, la no intervención en los asuntos internos de los estados y el pleno respeto a la soberanía de los pueblos; acudir a la diplomacia y a los organismos internacionales de conciliación en la búsqueda de un orden mundial justo.
El estrepitoso fracaso de la globalización neoliberal, está orillando a algunos países a refugiarse entre sus propias fronteras mediante políticas nacionalistas y xenofóbicas, muchas de ellas de corte neofascista como las que están tomando fuerza electoral en Europa, con Francia a la cabeza. Todo indica la desaparición de las alianzas regionales basadas en el orden de las finanzas y el comercio, así como el renacimiento de las de carácter geopolítico y militar, con gran riego de la estabilidad y la paz mundiales.
Con esto se forma el delicado marco en que habrán de realizarse las elecciones mexicanas del 2018. Estará en juego la seguridad del país, con riesgo de verse inmerso en el caos que se presagia en el orden mundial. También tendremos que refugiarnos al interior con un profundo nacionalismo, siempre que sea revolucionario y transformador de una realidad injusta, ajeno a cualquier forma de supeditación o de supremacía. La historia nos ha mostrado su pertinencia y su viabilidad.
Me parece importante, a la luz de estas condiciones, revisar la hazaña de la expropiación petrolera que, por cierto no fue un acto fortuito o improvisado, sino el resultado de aprovechar en beneficio del país el caos que entonces también existía en los prolegómenos de la II Guerra Mundial. Como en los grandes momentos de la historia se juntaron condiciones objetivas y subjetivas que abrieron el espacio para que una reivindicación, forjada en la lucha revolucionaria e insertada en la Constitución de 1917, pudiera cumplirse. El asidero del nacionalismo revolucionario y el respaldo popular logrado por la histórica decisión del Presidente Cárdenas, hicieron posible que surgiera una Nación fortalecida y, en la medida que fuimos capaces de consolidar la industria petrolera nacionalizada, apuntalar el desarrollo económico con altos índices de inclusión, en aquel tiempo.
Desde entonces surgió el Partido Acción Nacional, como la oposición al régimen del nacionalismo revolucionario y bregó durante cinco décadas hasta que tal régimen murió por traición de Salinas, a partir de lo cual ha cogobernado en una alternancia con el PRI, en la que lo único que los distingue es el color de sus emblemas. Los doce años que el PAN ocupó la presidencia fueron distinguidos por el desastre y la incondicional entrega a los empresarios, particularmente los españoles que vinieron a la reconquista. La alternativa panista es moralmente inaceptable, aunque los vientos trumpianos pudieran favorecerla.
Retomar un nuevo y eficaz nacionalismo para el Siglo XXI podrá servirnos de hoja de ruta que lleve a sortear la tormenta y a emprender un esfuerzo de progreso idóneo a nuestras condiciones, para buscar la cooperación y evitar confrontaciones estériles; para ser solidarios en la construcción de un otro mundo posible.
MORENA apunta a ser quien pueda conducir este proceso. En lograrlo está puesta la esperanza nacional.