En una vieja y si se quiere obsoleta enciclopedia española, que todavía acumula polvo y telarañas en la biblioteca que me heredó papá, leí la siguiente definición de DICTADURA: "en la antigua Roma, magistrado supremo, con poderes extraordinarios, que los cónsules nombraban por acuerdo del Senado en tiempos peligrosos para la República. En ley de 253 D.C. en Roma, por un semestre, se aprobaban esos poderes extraordinarios. El Dictador, al finalizar su período, debía dar cuenta de su gestión ante el Senado. Gobierno que, invocando el interés público, se ejerce fuera de las leyes constitutivas de la nación". El texto precisa que los peligros que debía afrontar el dictador estaban las guerras, las invasiones de fuerzas extranjeras, catástrofes naturales. Con la basta sutileza, propia de los tiempos del franquismo, la enciclopedia distinguía entre dictadura y "cesarismo", definiendo éste último como el poder extraordinario, extralegal, obtenido por la fuerza o por un golpe de estado.
Me llama la atención esta definición, por varias razones. Una, porque seguramente era esta referencia, procedente de la antigüedad clásica, usada también por la Revolución francesa, la que usó Marx cuando acuñó aquello de la "dictadura revolucionaria del proletariado", comentando con amargura el fracaso de la Comuna de París, como transición entre el capitalismo y la sociedad sin clases y sin estado que el avance civilizacional del capitalismo había preparado, según su Manifiesto. Es decir, lo que quería describir el genio de Tréveris, era un poder extraordinario, sobre todo provisional, que debía cumplir su cometido muy preciso de atender una emergencia nacional (defenderse del enemigo, realizar las transformaciones sociales, económicas y políticas a que hubiera lugar), pero además, era un "cuasi-estado, por la posibilidad de revocar en cualquier momento los miembros de ese gobierno y el carácter de permanente consulta de sus decisiones con las masas.
La otra razón de mi interés es contrastar este sentido clásico del término, con las connotaciones que adquirió, especialmente durante la Guerra Fría, a partir de, más o menos, 1948. Antes de esa fecha, se hablaba más de tiranía, despotismo o hasta de "cesarismo". Gómez, por ejemplo, era un tirano, un cesarista o un caudillo. La Guerra Fría impuso la oposición semántica dictadura (comunista)- democracia. Por la izquierda, se le contestó asociando la dictadura con las tiranías militares que impuso el imperialismo norteamericano, no sólo en América Latina, mediante golpes "clásicos", que accionaba el dispositivo de seguridad hemisférico asegurado por la formación norteamericana de las fuerzas armadas de "su" hemisferio.
Pero fue antes cuando se instaló un lamentable malentendido en las filas del marxismo internacional, por el agrio debate entre Lenin y Kautsky, el máximo representante del marxismo internacional en las primeras décadas del siglo XX. Los comunistas asumieron que su revolución debía instalar una "dictadura del proletariado" que hizo las delicias de los propagandistas de sus contrarios. Lenin, insuflando una pasión inevitable y hasta deseable a su lucha por legitimar a su revolución ante la izquierda de su época, llegó a despreciar las objeciones de la socialdemocracia (y revolucionarios auténticos; por ejemplo: Rosa Luxemburgo) a los excesos represivos del naciente poder soviético, achacándole sus escrúpulos en la defensa de las libertades, a la defensa de una "democracia burguesa", no sólo despreciable, sino auténtica enemiga de la nueva sociedad. Con ello, Lenin obvió que durante toda su vida política, no sólo Marx y Engels levantaron las banderas de las libertades democráticas para el movimiento proletario en Europa y los Estados Unidos, sino que el propio movimiento obrero había sido su defensor más consecuente, frente a las sucesivas capitulaciones de la burguesía europea ante las monarquías y las aristocracias reaccionarias que aplastaban precisamente la democracia. Pero no sólo eso: el error de Lenin facilitó a los que vinieron después de él, a Stalin y sus verdugos, la justificación dogmática perfecta de la asociación propagandística del socialismo con la tiranía, con el aplastamiento sangriento, cruel, despiadado, del contrario, de los disidentes, de los críticos. Justo lo que aprovechó Estados Unidos y "el mundo libre" para justificar sus dictaduras. De aquellos errores, vinieron las desviaciones, hasta llegar a la lamentable formación "marxista-leninista" que exponen los miembros del Frente Francisco de Miranda, muchos de ellos bien intencionados.
Hay una asimetría visible entre la noción clásica de "dictadura", cuyo opuesto semántico no debiera ser dictadura, sino, como hemos visto, gobierno normal, ordinario, atenido a las leyes de tiempos de paz, y la noción de democracia que es, también según el pensamiento político clásico, una de las formas de estado junto a la monarquía y la oligarquía o aristocracia (en su acepción antigua de "gobierno de los mejores"). Marx lo que afirmaba era que todo estado era, en el fondo, una dictadura de clase, o sea, colectiva. Tan colectiva, en el caso de la proletaria, que los cargos eran rotativos, y no repetitivos y eternos como suelen ser los dictadores del siglo XX. La idea de dictadura de Marx se acerca al concepto de Weber del estado como violencia monopolizada por unas instituciones. Porque, estemos claros, la violencia no es sólo la de los subversivos. La primera violencia, además monopolizada y normalizada, es la del estado.
Pero volviendo a los usos del término "dictadura" en el siglo XX, hay que hacer notar que, por lo menos desde la Guerra Fría 1947-1992, siempre estuvo asociado con la idea del golpe de estado. De hecho, las dictaduras que EEUU impuso en el mundo (insisto, no sólo en Latinoamérica), llegaban en virtud de un golpe de estado. A partir de cierto momento, se empezó a asociar en el discurso político (que no hay que olvidar que es propagandístico, o sea, no tiene que ver la verdad, sino con su efecto) con destitución del presidente por la vía parlamentaria e incluso electoral. Muchos dirigentes hablaron de un absurdo "golpe electoral". Ahora, ¿cómo llamar la decisión de menos de la mitad de un electorado de desplazar toda una constitución e imponer un poder extraordinario, supraconstitucional, todopoderoso, "soberanísimo" (como algunos llegan a decir en el paroxismo de su disfrute del poder), etc., que hasta ratifica poderes constituidos usurpando el poder soberano del Pueblo, que inicia una cacería de brujas en todas las instituciones, e inventa acusaciones superlativas en función de una retaliación política que intenta (en vano) acallar unas denuncias de corrupción, echando más heces a la opinión pública y así obtener el aplauso fácil de una barra? Y lo peor es que ese Poder, además de usurpar la soberanía popular, decide su propia duración. O sea, que es peor que la dictadura de los antiguos romanos.
La culpa no es, por supuesto, de la vieja y polvorienta enciclopedia española. Tampoco Wikipedia, por si acaso.