Fanáticos de una religión de que son el dios mismos

Todos pasan por la vida sin mirar a los lados. Hablan lenguajes diferentes y no se entienden unos a otros. Ya podéis ofrecer al coleccionista la mujer más bella, al amoroso un puesto brillante, al avariento lo mejor del mundo, si no es dólares. Y si se dejan tentar, si abandonan por otra pasión predilecta, están perdidos. Los músculos se atrofian en la inacción; los anhelos que no se ponen en tensión durante años se petrifican, y el que se pasa la vida entera entregado a una pasión, virtuoso de ella atleta de su único sentimiento, es impotente y nulo para los demás.

Todas son fuerzas motrices, todas empujan, todas son respetables, siempre que sean lo bastante fuertes; hasta la más pobre línea de la vida puede tener vuelo y grandeza, con tal que no se rompa en su trazado, con tal que gire hasta abarcar la totalidad de su destino. Arrancar, al pecho del pueblo estas fuerzas elementales – o mejor, estas mil formas proteicas de la verdadera y única fuerza elemental; calentarlas, poniendo a presión la atmósfera en que viven, fustigarlas a ramalazos de sentimiento y emborracharlas con los elixires del amor y el odio, para luego azuzarlas y que se revuelvan furiosas contra el guardia de la fatalidad; estrujarlos y separarlos violentamente para aglutinarlos de nuevo; tender puentes entre sueños, entre el avaro y el coleccionista, entre el mujeriego y el ambiciosos; desplazar sin descanso el paralelogramo de las fuerzas; rasgar en todas las vidas el abismo aterrador de valle y montaña; lanzar las olas de arriba bajo y de abajo arriba; atizar el fuego de las llamas y contemplarlo con los ojos inflamados de avidez que el usurero se extasiaba ante los dólares de Gringolandia.

Un mundo que es suyo propio, que vive en él y con él sucumbe. La realidad pasa de largo ante sus ojos, sin que alargue la mano para cogerla. Vive recoleto en su cuarto, clavado a la mesa de trabajo. Pasó por delante de la vida tímidamente, como se le dijese el presentimiento que el menor contacto de estos dos mundos, el suyo y el de los otros, sólo podía engendrar dolor. Fue el excesivo logro de sus ansias el que le mató.

Ayuda al gastizo a calcular sus gastos, cuenta sus réditos al usurero, sus ganancias al comerciante, saca al elegante el cálculo de sus deudas, al político el del producto de sus corrupciones. Y las cifras resultantes son los grados termométricos del desasosiego ascensional, la presión barométrica de la catástrofe que se avecina. Siendo el dólar el precipitado tangible de la ambición de Gringolandia, insinuándose en todos los sentimientos y todas las pasiones, es natural que un patólogo de la vida social, para investigar la crisis de un organismo enfermo examine al microscopio la sangre y vea qué quilates de dólares encierra. Pues el dólar es el alimento de todas las vidas, el oxígeno de todos los pulmones.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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