En torno a la deprimente situación socio-económica en Venezuela ruedan asombrosas opiniones de políticos muy bien posicionados en el gobierno, cuyo esfuerzo destaca por desconocer la magnitud del problema con suprema insolencia. Algunos de ellos alcanzaron fama en la guerrilla urbana y otrora, se rasgaban las vestiduras con sus intensos discursos en contra de los ricos y la pobreza. Son los mismos políticos que hoy mantienen una vida de privilegios en una sociedad tan empobrecida como la venezolana. Contaron estos personajillos con la credibilidad de la gente de izquierda. En lo personal considero que en sus puntos de vista hay una pesada carga de fanatismo, mitos y maquiavelismo, y también una gran dosis de desvergüenza. Centrar la responsabilidad de la crisis venezolana en la situación externa, el imperio y las amenazas, exonerando de culpas al gobierno, a pesar de sus desacertadas medidas políticas y económicas, es despreciable. Cuestionar las críticas a la gestión de Maduro hasta llevarlas al inframundo, solo para justificar esta porquería de gobierno, es más que proxenetismo, es una vil manipulación.
Venezuela es actualmente un país en caos, así de simple, sencillo y claro. La patria sumida en el más crudo y agudo desorden, la patria dominada por la anarquía generada por el incontrolable empobrecimiento de la mayoría de las familias. Es como vivir en la ley de la selva "sálvese quien pueda", todos contra todos.
Lo real es que el desorden parece una estrategia del mismo gobierno. Por ejemplo, la falta de dinero efectivo origina la necesidad de encontrarlo para el intercambio comercial que permite la obtención de los productos. Sin embargo, la búsqueda de ese efectivo es infructuosa. Comprar una masa de maíz, un papelón del más barato, o cualquier cosa, exige poseer los billetes en la mano, pero es imposible conseguir suficiente dinero en el banco, pues apenas te permiten retirar únicamente diez mil bolívares diarios, que no alcanzan para cubrir la más exigua compra. Ese elemento es un eslabón importantísimo de la inflación pues, un determinado producto, puede adquirir varios precios en un reducido tiempo. Esto, indiscutiblemente deja indefenso al consumidor, pues por la imposibilidad de contar con el efectivo, acude al que vende en un punto de venta, viéndose obligado a pagar el doble o más por la compra. Este serio problema desata un fenómeno inflacionario provocado por la incontrolable escasez de dinero.
Pero el presidente de la República se empeña en achacar la responsabilidad de la desaparición del dinero al primer mandatario de Colombia, Manuel Santos, y atribuir a la guerra económica, el grave problema inflacionario y la escasez, y no a la fracasada política de expropiaciones que destruyeron el piso productivo e industrial de Venezuela.
Y ese laberinto estructural económico que nos ha empobrecido a niveles asfixiantes, que ha generado una diáspora de venezolanos sin precedentes en la historia del país, que nos ha dejado sin médicos en los hospitales, sin docentes en universidades, sin ingenieros y técnicos en las menguadas industrias, desgraciadamente está acompañado de la debacle universitaria. Hoy, los centros de formación de los profesionales y científicos lucen como tierra de nadie. Estudiantes, docentes y empleados transcurren sus días sin motivación, ni control, abandonados a su suerte, asediados por la delincuencia. Sin que insurjan voces de rebeldías. Allí mataron la histórica lucha juvenil.
El ejemplo anterior es solo un grano de arena en medio del desierto. Desde el año 2009, por una serie de decisiones jurídicas y políticas impulsadas por el gobierno, las universidades en Venezuela no han podido renovar sus autoridades. Desde hace casi 10 años, algunas casas de estudios a nivel superior mantienen sus mismos consejos universitarios, los mismos rectores y decanos, la nueva Ley de Universidades quedó engavetada, y el TSJ, nunca ha mostrado interés en dilucidar el grave deterioro de la vida democrática del mundo universitario, con acciones intervencionistas que impiden el proceso de elecciones. Hemos visto con preocupación, el desmoronamiento de la acción política de altura en las universidades, y la neutralización, con los años, del movimiento estudiantil, antes siempre dispuesta al debate, a la lucha, a la disidencia. Nadie protesta, nadie se expresa.
¿A quién beneficia la parálisis política de las universidades? Simple respuesta: a los que tienen el poder y manejan el gobierno en la nación venezolana. Son los jóvenes con estudios, académicos, con amplios conocimientos de la sociedad, quienes pueden remover el descontento social y crear un ambiente de lucha y protesta popular en todo el territorio. Por eso conviene mantenerlos silentes e insensibles. Todo este problema de desequilibrio institucional reviste una observación especial.
Qué hay del ciudadano común? El que siente y padece los rigores de esta anarquía interminable. Los que vamos al mercado, a un supermercado o la buhonería a comprar alimentos estamos muy ocupados en atender las necesidades del hogar que la escasez, la inflación, la falta de dinero efectivo nos impone en la cotidianidad. Estamos centrados en resolver cómo estirar el miserable ingreso para llevar la comida a la casa todos los días, cómo encontrar el medicamento en la farmacia, cómo lograr una atención médica en los Hospitales desahuciados por la indolencia gubernamental. Estamos absortos en la supervivencia y ausentes de lucha política, y esto, sin duda, conviene al gobierno. El empobrecimiento de los profesionales a niveles de marginalidad hace que el día a día sea una angustia por obtener alimentos. Los salarios ya prácticamente están en cero. Anarquía y hambre son armas del poder.