No creo en la inocencia de la pelota que por redonda puede conceder la victoria a cualquier equipo en contienda deportiva.
Una vez más ha quedado claro como cada nuevo mundial de fútbol es una manera del capitalismo ejercer su hegemonía.
Los goles y las victorias verdaderos son los que han logrado anotar en las conciencias de quienes terminan adoctrinados por las «destrezas» de los jugadores, las tetas y las sonrisas que acompañan al liderazgo de una presidenta de «raza aria» y claramente fascista.
Hace pocos días, en uno de esos aburridos y poco productivos grupos de guasap (en el caso que menciono, compuesto por «probados» ñangarosos) el tema se centró en un piropeo machista a «la buenota» presidenta de Croacia, Kolinda Grabar-kitarovic. Mis agrupados camaradas aplaudían por ella al equipo croata para la victoria final, sin llegar a develar que esa eventual victoria lo es, en el campo simbólico (como ocurre hace bastante, también, con el cine holliwoodense) la victoria del fascismo, claramente expresado en cada canción entonada por los pateadores croatas detrás de cada gol anotado y cada nuevo triunfo (que lo es también del machismo centrado en una mujer, «catira» y «buenota» que ha sabido hacer su papel de «seductora») en el terreno ruso donde se ha disputado el mundial 2018.
Que Croacia haya llegado al final de este mundial de fútbol, responde a una deliberada programación en la que el cada vez más decadente capitalismo necesita de oxígeno para perpetuar su dominio en el mundo, pero también su hegemonía.
Olvidan mis machistas camaradas del guasap, que la «buenota» Grabar-Kitarovic es la misma que somete a humillantes vejaciones a sus pares de género sexual, para poder otorgarles anticonceptivos en Croacia y es la mismísima persecutora y epresora de sirios habitantes en suelo croata. Además ha sido quien decidió impedir que la minoría gitana en ese país reciba atención en los hospitales públicos.
Todo un cuadro político del neofascismo mundial, la presidenta de Croacia colándose con aparente inocencia a través del deporte y como prefiguración de los planes imperialistas que saben aprovechar sus «virtudes» para convencer hasta a «radicales izquierdistas» que tranquilamente se «recrean» mirando el Mundial en la barra de un bar donde les sirven cervezas fabricadas por los mismos autores de la guerra económica contra Venezuela, al «módico» precio mundialista de un millón 500 mil bolívares.
Así es como se pierde una guerra. Razón tenía Bolívar al insistir en que más nos han dominado por la ignorancia que por las armas.