La revolución acorralada pero no derrotada

La crisis económica, política y de pueblo que sacude, estruendosamente, a Venezuela desenmascara el costo que se paga por atreverse a buscar otro modelo de sociedad que no sea capitalista (subdesarrollado, como el "nuestro") o socialista como el exsoviético (URSS).

Desde el punto de vista estructural, la revolución bolivariana apenas logró zarandearle el piso a los que dominan los medios de producción, la red de comercialización y controlan los medios de comunicación, y le alzó la voz al imperialismo norteamericano en el espacio subcontinental que ellos llaman, patio trasero. Esta temeraria acción ha traído consecuencias letales. Hoy no hay un país que sufra un asedio de la magnitud que aguanta Venezuela: continuo, agresivo y violador de los derechos humanos. Simplemente miserable.

La burguesía venezolana, subsidiada por el amo imperial (USA), sigue controlando el sistema económico explotador y entreguista. Promueve la corrupción para la adquisición de dólares preferenciales. Financia los actos vandálicos de sus operadores políticos aunque sean torpes, cobardes y mediocres. Resguarda en los paraísos fiscales, miles de millones de dólares extraídos de la renta petrolera. Evade impuestos haciendo trampas en complicidad con sus Contadores privados y altos funcionarios del gobierno. Viven de la importación y no de la producción nacional. Le besa los pies al jefe de turno en la Casa Blanca (EEUU).

La derecha venezolana goza de "buena salud" aunque padezca, psicológicamente, del Síndrome MIA (Trastorno por Mediocridad Inoperante Activa). Gana abrumadoramente las elecciones de la actual Asamblea Nacional (2015). Organiza golpes de estado, magnicidios. Solicita intervención militar extranjera. Crea pánico a través de los medios de difusión. Aborta líderes interinos "que no morirán por inteligentes". Desacredita al país en el exterior. Perpetra alianzas con fuerzas mercenarias para atacar puntos neurálgicos, estratégicos, como el sistema eléctrico, transporte público, distribución de alimentos de primera necesidad y áreas claves como las zonas fronterizas.

No es la primera vez que la historia pone a rodar procesos políticos alardeantes, audaces y cargados de ilusión. Como tampoco emerjan dirigentes con las características de Hugo Chávez, Fidel Castro, Pancho Villa, César Augusto Sandino, Omar Torrijos, Salvador Allende.

Durante el periodo independentista aparecieron hombres con visión universal como un Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Bernardo O'Higgins, Miguel Hidalgo, José María Morelos, San Martín, entre otros. Ríos de sangre se derramaron para que el desgastado imperio español saliera derrotado y regresara a su Europa natal, con el rabo entre las piernas.

Después de la victoria ganada durante los primeros treinta años del siglo XIX, a plomo limpio y en campo abierto, sobrevino la fase destructora de los sueños y postulados. La traición, el latrocinio, líderes demagogos, populismo descarado, vendepatria, corruptos con o sin uniforme militar, se esparcieron "viralmente" por el continente. La emergente casta política- militar se repartió los restos que dejaron los primeros invasores y se engulleron los ingentes recursos, producto de la nueva economía nacional. Se arrodillaron al imperio del siglo XX y XXI: EEUU.

Ocasionalmente, grupos y líderes con estirpe singular, retomaron los ideales de los ancestros y valientes próceres del siglo XVIII y XIX, sin embargo, la historia volvió a poner en blanco y negro una verdad incontrastable: una sociedad justa, libre, humanitaria no se edifica con los mismos "vicios de construcción "que se utilizaron para levantar la anterior ni con dirigentes manufacturados con plastilina. Todo lo contrario. Es sobre las cenizas de la sociedad podrida, con pueblos capaces de avanzar sobre las piedras y cabecillas con la conciencia inquebrantable y en permanente revisión, desde donde se debe comenzar a cimentar el nuevo modelo de nación.

Y esa misión, titánica y epiléptica, lleva años de maceración para ver resultados, formar al Hombre Nuevo, como diría el Ché Guevara. Atreverse a luchar por una revolución ya es un acto revolucionario pero tomar el poder, corregir errores sobre la marcha, entre contradicciones y confrontaciones hirientes, soportar ataques inminentes y canallas de los enemigos internos y externos, buscar aliados fuera de los límites geográficos naturales, vencer la desesperación de los explotados al no ver de manera inmediata mejoras en su nivel y calidad de vida, resulta quizás mucho más duro que haber arriesgado el pellejo o ganar elecciones para controlar, por lo menos, el poder ejecutivo .

A medida que ondea la bandera de la soberanía nacional e identidad cultural, con cierta fragilidad y poca determinación, simultáneamente, salen expulsados del país los agentes imperiales, desertan los que ayer eran compañeros de utopía, bloquean la economía nacional y el imperialismo reinventa estrategias de guerra (mediática, diplomática y financiera, principalmente). Se provocan situaciones desesperantes.

Vivimos un aquí y ahora que vacía el estómago y abulta la sensación de fracaso. Por todos lados el mensaje que revolotea deprime, no por la cantidad de veces que se repite en disimiles escenarios sino también, por el atizamiento deliberado, constante, en lo mediático y político. Además, incitados por los evidentes desaciertos cometidos por quienes gobiernan desde hace veinte años.

Decir que la revolución bolivariana está derrotada es, simple y llanamente, una afirmación mediocre, barata y floja. Estamos en la mitad de otro periodo huracanado de la historia, navegando con una población acostumbrada a pedir, ostentar, bailar y quejarse. Alienada y enajenada, metódicamente, desde hace más de cien años pero insurrecta ante gobiernos traidores. Una vanguardia de derecha incapaz de producir una idea creíble y un sector de la izquierda secuestrada por el poder.

El país entero se encuentra contra la pared, porque cada venezolano y venezolana está involucrado, de alguna manera, con esta realidad que pareciera no tener final, solo atajos arriesgados. Hay peligros que no se ven pero se perciben, subterráneamente. Las fuerzas contrarias no ceden un milímetro el descontento social crece como la maleza en la sabana apureña.

Nada ni nadie garantiza que la sustitución de un presidente por otro, de un líder por otro, de un partido por otro, de un mesías por otro, revierta de inmediato esta etapa de crisis estructural del capitalismo tercermundista y venezolano. Huele más a mutación que a radicalización de los preceptos constitucionales que nacieron del vientre de la revolución bolivariana. La negociación con el adversario ideológico, la paz en vilo, decisiones políticas y económicas cortoplacistas surgen en medio del vendaval de contradicciones como señales de una vuelta de tuerca.

La miopía se infiltra en el imaginario colectivo y en una vanguardia embutida, pues, la derecha "interina" habla de cambio de nombre y apellido en la silla de Miraflores como el medicamente que sane a la Venezuela herida y, de la noche a la mañana, regresar al país con la "democracia Malboro", el derroche, a la corrupción despiadada, la demagogia en vivo y la importación matando la producción nacional. Los inflados de estupidez piden que los fusiles se descerrajen a mansalva, imponiendo la ley del más fuerte, del "dispare primero y averigüe después".

Cinco años, diez o veinte años gobernando con la misma gente, los mismos partidos y los mismos postulados no son suficientes para tener la sociedad de la justicia, de la distribución equitativa de la riqueza, con la autoridad invariable para hablar de una nación soberana con identidad propia y visión de futuro.

Esta patria ventea primavera si la sentimos desde la conciencia y alma como parte de nuestra individualidad. Será del tamaño de lo que merecemos, si sabemos identificar en nuestra concepción de vida y del pueblo que heredamos, el verdadero enemigo a vencer.

Estamos a merced de quienes elegidos por una parte del país o autoproclamados presidentes en una plaza pública ante medio centenar de seguidores, se creen ungidos para instaurar un concepto de país a su medida. Cada grupo tiene en sus cabezas "pequeñas Venezuela…" que, como dijera Don Mario Briceño Iragorry, "explicarían nuestra tremenda crisis de pueblo". Añadió el historiador trujillano hace más de sesenta y ocho años que "…sobre esta crisis se justifican todas las demás y se explica la mentalidad anárquica que a través de todos los gobiernos ha dado una característica de prueba y de novedad al progreso de la nación. Por ello a diario nos dolemos cómo el país no ha podido realizar nada continuo…no hemos hecho sino sustituir un fracaso por otro fracaso para lograr como balance, la certidumbre dolorosa de que nuestra educación, nuestra agricultura, nuestra vialidad, nuestra riqueza misma viven una permanente crisis de inseguridad y de desorientación."

De tal suerte inferimos que, cuando cierto sector de la sociedad (mediática y política) realiza afirmaciones implacables, negligentes, fatalistas mientras la historia se desenvuelve en forma desigual y combinada, intentan amarrar el viento o hacen creer que en el cielo viven los ángeles. El combate contra el enemigo imperial no tiene límite ni es gradual.

En nuestro pasado inmediato hay una carga de ignorancia funcional y analfabetismo histórico que nos hace un daño terrible mientras el adversario ideológico (nacional y extranjero) busca decapitar cualquier avance que amanece sus intereses (petróleo y posición geopolítica).

En este proceso pre-revolucionario sigamos con la mochila al hombro y la certidumbre que "aquellos hombres (que nos legaron la independencia) hicieron su obra, hagamos nosotros la nuestra". Recordemos, en la misma dirección hacia el porvenir con Frei Beto que "el escándalo de la Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo (y los intentos en América Latina) no debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana".



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Elmer Niño


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