Cultivar la paciencia activa

Los tiempos difíciles que estamos viviendo no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. Es bien cierto que muchos parecen desanimados y derrotados, pues no podemos olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material, sino que genera inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza y con ella la capacidad de resistencia. Los seres humanos tienen esperanza cuando creen que las cosas pueden cambiar. Pierden la esperanza cuando se convencen de que no sirven de nada los esfuerzos pues no cambian nada.

Por ello, son tiempos para reavivar la paciencia comprometida y tenaz. Hoy, en Venezuela apenas se habla de la paciencia. Y como vemos que la crisis, en vez de resolverse, parece agudizarse, perdemos la paciencia y con ella la resistencia y la resiliencia. Desprestigiada socialmente a veces y malentendida otras, la paciencia va quedando relegada como algo poco importante, propia quizás de espíritus débiles. Sin embargo, sin el aprendizaje de la paciencia no es posible el arte del compromiso tenaz. La paciencia no es fruto de la debilidad. Al contrario, supone gran fortaleza interior. La persona paciente moviliza todas sus energías para no doblegarse ante la adversidad y seguir luchando con firmeza, sin dejarse perturbar ni vencer por los problemas y el mal. Se necesita mucha entereza para mantener el ánimo sereno y confiado cuando todo se pone en contra y pareciera que los esfuerzos y trabajos no llevan a los resultados esperados.

Al impaciente la espera se le hace larga. Por eso se crispa, se vuelve intolerante y renuncia a seguir trabajando y luchando. Aunque parezca fuerte y violento, el impaciente es una persona débil, incapaz de tolerarse a sí mismo y de soportar las contrariedades. El impaciente se agita mucho, pero construye poco; critica constantemente, pero apenas siembra nada; condena pero no libera. El impaciente suele terminar en el desaliento, el cansancio, la rendición o la resignación amarga. Ya no espera nada, ya no cree en nadie. Rendido y resignado, critica a los que siguen trabajando con tesón, sin rendirse.

La verdadera paciencia nada tiene que ver con una resignación pasiva. Ser paciente no significa soportar los problemas de forma apática y sin espíritu de compromiso y esfuerzo. No se trata de rendirse o aguantar porque no tenemos otro remedio y pensamos que no tiene sentido seguir combatiendo con decisión las fuerzas que mantienen la opresión y la injusticia. La persona paciente se mantiene activa, sigue trabajando con pasión, responde creativamente a las nuevas dificultades y los retos inesperados, pero lo hace sin perder la paz ni la lucidez. La paciencia no es virtud de un momento, sino un estilo de perseverar de forma pacífica, sin rendirse ante los nuevos problemas.

En Venezuela, necesitamos cultivar la paciencia. No superaremos los problemas ni derrotaremos la violencia sin una actitud paciente y tenaz. Recuperar la confianza rota por tantos años de enfrentamiento y lograr una verdadera reconciliación que supere las tentaciones de la venganza, va a exigir de una gran paciencia, que renuncie definitivamente a salidas violentas y a soltar los demonios del odio. No será posible aproximar posturas y buscar juntos lo mejor para todos sin un trabajo paciente, sereno y lúcido. Por eso, ni impaciencia ni rendición. Sencillamente, paciencia activa y perseverante. La victoria es de los que perseveran.

 

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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

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