Para los pueblos, no hay crecimiento sin desafío. El progreso es una batalla, de la misma manera que la vida es un combate. Siempre han podido observarse estos axiomas, porque, hasta hoy, la historia de las sociedades humanas apenas se ha diferenciado de la historia militar. Las guerras coloniales no dejan ver a todo el mundo, desde más de 80 años, porque acaparan los discursos y las mentes: en lo sucesivo, el enfrentamiento de las civilizaciones se producirá en el coto cerrado y planetario de la tecnología, la ciencia y la gestión.
A través de los excesos de la llamada "sociedad de consumo", muchos intelectuales de la antigua generación denuncian, el arbitraje que hace el propio consumidor de sus propias necesidad. El proceso de este aspecto parcial, pero valioso, de la democracia económica es un resurgimiento del "despotismo ilustrado". Una élite segura de la verdad se creería, de buen grado, con derecho a imponer a todos, mediante una coerción minuciosa, sus preferencias. Incluso estaría dispuesta, según dice, a "reconstruir la escasez" para defender a la masa contra los riesgos "morales" de un crecimiento en libertad.
En todos los países, ya sean socialistas o capitalistas, "el pueblo trabajador" es aplastado por la técnica, condenado a su trabajo, encadenado, embrutecido. ¿Cuándo empezó la decadencia? El día en que se prefirió la ciencia a la sabiduría, la utilidad a la belleza. Con el Renacimiento, el racionalismo, el capitalismo, el cientifismo. Sea; pero ahora que hemos llegado a esto, ¿qué podemos hacer? Tratar de resucitar en uno mismo, la sabiduría y la afición a la belleza. Sólo una revolución moral, y política o técnica, devolvería al pueblo su verdad perdida.
Las dos corrientes, de derecha y de izquierda, la que santifica el mercado por desconfianza a las audacias del plan, la que hace del dirigismo un fin en sí por miedo a las libertades del mercado, se combinan negativamente en el "colbertismo" centralizador y desconfiado de la administración pública del país. Siempre la desconfianza erigida en institución.
La presunción de incompetencia trae aparejada una doble perversión. Mata la iniciativa por dentro y por fuera y disloca la administración. En efecto, la unidad de un poder central sobrecargado de detalles, abrumado, por la teledirección de millones de operaciones particulares, ha de ser forzosamente ficticia.
La presunción de incompetencia elabora sin cesar sus propias confirmaciones, pues niega a aquellos a quienes ataca la posibilidad de demostrar o adquirir unas aptitudes que les son a priori denegadas. Engendra constantemente conductas irresponsables y acaba por justificar la desconfianza en que se apoya.
Había, y todavía hay, en el escepticismo de la derecha una buena dosis de realismo. Ésta se ha expresado, unas veces con torpeza, otras con clarividencia, en un combate a favor de la ciencia contra el oscurantismo, a favor de la democracia contra el autoritarismo, a favor del cambio contra el "statu quo". Ha suscitado doctrinas, pero también luchas, que han dejado profunda huella en la historia de nuestro país.
—"Marx declaró que, hasta ahora, las sociedades humanas han sido únicamente gobernadas por la fatalidad, por el ciego movimiento de las fuerzas económicas; las instituciones, las ideas, no han sido obra consciente en el cerebro humano. Todavía nos hallamos en la prehistoria. La historia humana sólo empezará de veras cuando el hombre, escapando a la tiranía de las fuerzas inconcientes, gobierne la producción con su razón y su voluntad".
¡La Lucha sigue!