Sirve para aquellos que aceptaron las famosas «propuestas irrecusables» y asumieron cargos de jefe en grandes publicaciones de un medio monopolista o en alguna gran empresa privada, que exigen silencio o declaraciones adaptadas a los intereses de los «patrones» (olvidándose de que no existen «propuestas irrecusables» sino espinazos excesivamente flexibles).
No serían casos aislados, finalmente las redacciones de esos órganos de medios privados están llenas de ex comunistas, ex trotskistas y ex izquierdistas en general, «arrepentidos» o sencillamente «convertidos» y que se pasan toda la vida – como ciertos «intelectuales» de las universidades, que ganan a cambio amplios espacios en las grandes empresas – diciendo que ya no somos lo que éramos, «limpiándose» a ojos de la burguesía de sus «pecadillos de juventud».
Es indispensable la referencia a que «se es imbécil a los 20 si no se es radical, se es imbécil a los 40 si sigues siéndolo», o alguna alusión a lo de pasar «de incendiario a los 20 a bombero a los 40», dejando en el aire la afirmación de que se tuvo una juventud agitada antes de llegar a la edad de la razón.
Un buen comienzo puede ser decir que «el socialismo fracasó», que «está decepcionado con la izquierda», «que son todos iguales». Ya estará en condiciones de decir que «ya no hay ni derechas ni izquierdas», que algunos que se dicen de izquierdas en realidad son una «nueva derecha», son peores que la derecha y que por lo tanto es mejor ser equidistante. Del escepticismo se pasa fácilmente al cinismo de «votar a la derecha asumida» para derrotar a la «derecha disfrazada».
Otra modo es criticar vehementemente a Stalin, después de decir que fue igual que Hitler –«los dos totalitarismos»–, afirmar que apenas aplicó las ideas de Lenin, para decir finalmente que los orígenes del «totalitarismo» ya estaban en la obra de Marx. Decir que Weber tiene mayor capacidad explicativa que Marx, que Raymond Aron tenía razón frente a Sartre. Que el marxismo es reductor, que sólo tiene en contra la economía, que su reduccionismo es la base del «totalitarismo» soviético. Que no ha lugar para «subjetividad», que redujo todo a una contradicción capital–trabajo sin tener en cuenta las «nuevas subjetividades», advenidas de las contradicciones del género, de la etnia, del medio ambiente, etc.
No hablar de Fidel sin utilizar previamente «dictador» y llamarlo Castro en lugar de Fidel. Descalificar a Hugo Chávez como «populista» y a su vez como «nacionalista», dándole a todo esto una connotación de «fanatismo», «fundamentalismo». Concentrar la atención en América Latina sobre Bolivia y Venezuela como países «problemáticos», «inestables», sin mencionar siquiera a Colombia. Siempre que se hable de la ampliación de la democracia en el continente, añádase «excepto Cuba». No hablar nunca del bloqueo usamericano a Cuba, sino siempre de la «transición» –dejando siempre suponer que en algún momento transitarán hacia las «democracias» que andan por aquí.
Decir que América Latina «no existe», son países sin unidad interna –pronunciar ’cucarachos’ [1] de forma bien despectiva. Que nuestra política externa ha de tener miras más altas, relacionarse con las grandes potencias y tratar de ser una de ellas, en lugar de seguir conviviendo con países de la región y los del sur del mundo – Sudáfrica, India, China, etc.
Pronunciarse en contra de las cuotas en las universidades, diciendo que introducen el racismo en una sociedad organizada en torno a una «democracia social» –será bienvenida una citación de Gilberto Freire y el silencio sobre Florestan Fernandes–, que lo más importante es la igualdad ante la ley y la mejora gradual de la enseñanza básica y media para que todos tengan finalmente –a saber cuándo, pero es preciso ser paciente– acceso a las universidades públicas. Decir, siempre, que el principal problema de Brasil y del mundo es la educación. Que hay trabajo, que existen posibilidades, pero que falta cualificación de la mano de obra. Que lo fundamental no son los derechos, sino las oportunidades –hablar de la sociedad usamericana como la más «abierta».
Descalificar siempre al Estado, como ineficaz, burocrático, corrupto y corruptor, en contraposición a la «economía privada», al «mercado», con su dinamismo, su capacidad de innovación tecnológica. Exaltar las privatizaciones de la telefonía –«antes nadie tenía teléfono, ahora cualquier pobre diablo en la calle va con un celular»– y la de la compañía Vale do Rio Doce, callar sobre el éxito de la Petrobras o afirmar que «imagina si se hubiera convertido en Petrobrax, ¡sería mucho mejor!».
Así pues, existen numerosos motivos para el que haya decidido dejar de ser de izquierdas –bastaría lo de «la caridad bien entendida empieza por uno mismo»– e intentar ganarse la vida de espaldas al mundo y para beneficio propio. El «mercado» retribuye generosamente a los que reniegan de los principios en los que un día creyeron.
Pero es mucho más fácil ser de izquierda.
No son necesarios pretextos, bastan las razones sobre lo que es este mundo y lo que puede ser otro mundo posible.
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* Traducido para Rebelión y Tlaxcala por JOSÉ LUIS DÍES LERMA
Emir Sader
Professor da Universidade de São Paulo (USP) e da Universidade do Estado do Rio de Janeiro (Uerj), é coordenador do Laboratório de Políticas Públicas da Uerj e autor, entre outros, de “A vingança da História".
*Fuente en portugués: AGENCIA CARTA MAIOR
* Jose Luis Díez Lerma es miembro de REBELIÓN y TLAXCALA, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente con fines no lucrativos, a condición de respetar su integridad y de mencionar a los autores, al traductor y la fuente.
[1] N. del T.: ’Cucarachos’ es una expresión peyorativa usada en Brasil para referirse a los hispanoamericanos.