"Porque mi patria es hermosa como una espada en el aire, y más grande ahora y aún más hermosa todavía, yo hablo y la defiendo con mi vida. No me importa lo que digan los traidores, hemos cerrado el pasado con gruesas lágrimas de acero. El cielo es nuestro, nuestro el pan de cada día, hemos sembrado y cosechado el trigo y la tierra, y el trigo y la tierra son nuestros, y para siempre nos pertenecen el mar, las montañas y los pájaros". Este poema, del guerrillero y poeta peruano Javier Heraud que murió acribillado a los 21 años defendiendo la causa social, nos evoca la vida de nuestro amigo, el guerrillero venezolano Francisco Sosa Rojas, miembro de la Escuela de Defensa Integral Comandante Eliézer Otaiza (Ediceo), la Célula Andrés y Ramón Pasquier y la Fundación de Combatientes de los años 60, entes todos del poder constituyente, pertenecientes al Frente de Colectivos Revolucionarios Sergio Rodríguez que hacen vida política en la quinta Castillete del Paraíso en Caracas.
Caramba, Francisco, ayer (14 de febrero de 2021) me senté en uno de los bancos que está en la plaza Bolívar en la esquina de La Torre, junto a Livio Olivares, el campesino de Torondoy, como él mismo se define. Hablamos del año 1964, en el que yo nací. En enero Livio es detenido en Maracaibo. Se lo llevan a la sede de la Digepol. Uno de los torturadores desclasados lo castiga inclementemente hasta que un golpe artero en el pecho lo noquea. A los minutos de recobrar el sentido lo siguen hostigando para que cante. Ante la impenetrabilidad de su conciencia, el esbirro le da una patada en los testículos que lo pone inconsciente por varias horas. Gracias a uno de los detenidos que lo vio allí, José Vicente Rangel en Caracas se entera de la detención y vuela inmediatamente a la capital zuliana. Cuando Livio se despierta se encuentra en la cárcel de Sabaneta. Allí conoce a dos caraqueños que le brindan su amistad: Andrés Aguilar Pérez "Papote" y Francisco Sosa Rojas.
Y es que la amistad, Francisco, era un lazo que tú enaltecías. Cuando algún compañero tenía necesidad de hablar contigo, para desahogar penas, para confesar errores, allí estabas tú siempre dispuesto a saciar su sed porque tú respetabas a tus amigos por encima de los litigios de la razón. Si difería de ti, lejos de menoscabarlo lo engrandecías, lo interrogabas como se interroga al viajero. Si perdía el camino, tu amistad eterna lo guiaba y lo alegraba. Francisco Sosa Rojas tenía la virtud no de darnos soluciones para todos los problemas de la vida, ni tenía respuestas para nuestras dudas o temores, pero lo que sí podía era escucharnos. Tenía plena conciencia que no podía cambiar nuestro pasado ni nuestro futuro. Pero cuando lo necesitábamos allí estaba. No podía evitar nuestros tropiezos. Solamente nos ofrecía su mano para que nos sujetáramos y no cayéramos.
Francisco Sosa Rojas nació el 17 de mayo de 1943. A la calle un día se fue. Tenía henchido conocimiento de lo que hacía. Eligió el Bolivarianismo como marco de referencia. Sintió en la piel cuál era el sentido de su vida. Soñó su futuro. Definió su misión. Describió viéndose en el espejo su visión. Asumió las consecuencias. Comparó su terrible realidad de hambre y miseria que vivía la Venezuela de la época con un futuro donde se concretaría la utopía bolivariana de "mayor suma de felicidad posible, de mayor suma de seguridad social y de mayor suma de estabilidad política". Sabía que si le cortaban las piernas y las manos caminaría las sendas de la esperanza y agarraría el porvenir con los anhelos. Sabía que si le arrancaban los ojos y la lengua vería el mundo nuevo con los lentes de Simón Rodríguez y cantaría con la voz eterna de Víctor Jara. Sabía que si le quitaban la tierra que pisaba volvería a su río de asperezas que antes lo llevaba y lo traía al lar de su infancia. Sabía que si le amputaban los tímpanos leería los labios de los condenados de la tierra. Y sabía que si una bala loca se enamoraría de sus sienes violentas, él seguiría pensando con los huesos de nuestra historia espartana. Francisco Sosa se fue a la calle un día a despeñar sobre los crueles que han hecho de la patria un agujero. Así se hizo guerrillero urbano como activista del destacamento César Augusto Ríos.
La partida de Francisco Sosa Rojas es, como se dice en criollo, un rolo de dolor que nadie puede intentar desclavarlo de nuestros pechos camaradas. Hubiese preferido dedicarte otro palíndromo, "Aso, Sosa", por ejemplo, pero el destino no lo quiso así. Como dijo la poeta española Ernestina de Champourcín: "sabemos que vendrá un día en que tu gloria será la gloria pura del mundo liberado, un día en que tu sangre derramada en secreto recogerá las mies de su don decisivo". Y lo sabemos porque tu cuerpo padeció crueles torturas en el Sifa y la Digepol por militares deformados en la Escuela de las Américas que no pudieron sacarte una sola palabra de tu dignidad inquebrantable. Los derrotaste, camarada, con tu grandeza bolivariana, con tu nobleza sucrista, con tu heroísmo zamorano, con tu fortaleza mirandista, con tu impronta avanzadora juanarramirista. Los asesinos del pueblo nunca se imaginaron que tú, una mañana de sol radiante de 1999 regresarías con el comandante Hugo Chávez Frías y Kléber Ramírez Rojas y Argimiro Gabaldón y Livia Gouverneur y los movimientos sociales, como regresan los pueblos con sus poderes creadores: cantando, tocando, comiendo, riendo, bailando, leyendo, sembrando, escribiendo, estudiando, porque "somos la vida y la alegría, en tremenda lucha contra la tristeza y la muerte".