Las fuerzas del capital multinacional se salieron con la suya, pero provocaron nuevos niveles de indignación popular y ésta acabó dirigida de lleno hacia las instituciones promotoras de la ideología del capitalismo sin restricciones. Tal como lo explicaba un editorial inusualmente equilibrado del Financial Times, fue una "señal de advertencia de que el malestar popular ante el capitalismo y las fuerzas de la globalización está alcanzando un nivel preocupante. La crisis mostró al mundo cómo hasta los países de más indiscutible éxito económico podían acabar hundiéndose por culpa de una súbita salida de capitales. El pueblo estaba enfurecido al ver que los caprichos de unas misteriosas "instituciones de inversión alternativa" o gestoras de hedge funds podían ser la causa aparente de un masivo aumento de la pobreza en la otra punta del mundo".
A diferencia de lo acaecido en la antigua Unión Soviética, donde la miseria planificada de la terapia de shock pudo disimularse entre las consecuencias de la "dolorosa transición" del comunismo a la democracia de mercado, la crisis de Asia fue obra, lisa y llanamente, de los mercados globales. Pero cuando los sumos sacerdotes de la globalización enviaron sus misiones a la zona del desastre, lo único que pretendieron fue hacer más profundo el sufrimiento.
El resultado fue que dichas misiones perdieron el cómodo anonimato del que habían gozado en ocasiones precedentes. Stanley Fischer (del FMI) recordaba el "ambiente circense" que se respiraba en torno al hotel Hilton de Seúl cuando viajó a Corea del Sur al inicio de las negociaciones. "Me encarcelaron en mi habitación del hotel; no podía salir porque [si] abría la puerta, había diez mil fotógrafos al acecho." Según otro relato de la situación, para alcanzar la sala de banquetes donde las negociones tenían lugar, los representantes del FMI eran obligados "a dar un rodeo por un acceso trasero, lo que suponía subir y bajar varios tramos de escaleras y atravesar la enorme cocina del Hilton". Aquello sorprendió a los altos cargos del FMI, porque, por aquel entonces, no estaban acostumbrados a semejante atención. La experiencia de sentirse prisioneros en hoteles de cinco estrellas y en centros de convenciones acabaría siendo completamente familiar para los emisarios del Consenso de Washington en los años siguientes, a medida que sus reuniones por todo el mundo empezaron a ser recibidas con manifestaciones masivas allí adonde fueran.
Lo único que quedaba era el historial de los efectos en el mundo real de la cruzada del libre mercado; el deprimente rastro de desigualdad, corrupción y degradación medioambiental que habían ido dejando los gobiernos cuando, uno tras otro, habían aceptado el consejo que Friedman diera a Pinochet años atrás y habían optado por considerar que era un error tratar de "hacer el bien con dinero de otras personas".
Echando la vista atrás, resulta francamente sorprendente que el período de monopolio del capitalismo (cuando dejó de tener otras ideologías o contrapoderes con las que competir) fuese tan sumamente breve (sólo ocho años, desde la desaparición de la Unión Soviética como tal en 1991 hasta el fracaso de las conversaciones de la OMC en 1999). Pero el auge de una fuerte oposición no iba a amilanar a sus partidarios en sus propósitos de imponer el extraordinariamente lucrativo programa del capitalismo ilimitado; éstos estaban perfectamente dispuestos a surcar las salvajes olas del miedo y la desorientación que iban a ser desatadas por unos nuevos shocks, más colosales que todos los anteriores.
¡La Lucha sigue!