Los peores tiempos dan pie a la ¿necesidad de una reforma económica?

—John Maynard Keynes, que encabezaba la delegación británica, estaba convencido de que el mundo se había dado cuenta, por fin, del peligro político de dejar que el mercado se regulara por sí solo. "Pocos lo creían posible", declaró Keynes en las clausura de la conferencia, pero si aquellas instituciones se mantenían fieles a sus principios fundacionales, "la hermandad del hombre se habrá convertido en algo más que meras palabras".

Ni el FMI ni el Banco Mundial estuvieron a la altura de ese proyecto universal; desde el primer momento, el poder no se distribuyó sobre la base de "un país, ni un voto", como en la Asamblea General de las Naciones Unidas, sino en función del tamaño de la economía de cada país, un sistema que otorga a Estados Unidos un poder de veto efectivo sobre todas las decisiones importantes y permite que Europa y Japón controlen el resto. Aquella admisión causó auténtica sorpresa. En aquel momento histórico, el Banco y el Fondo insistían públicamente en que los gobiernos de todo el mundo habían "visto la luz" y habían caído en la cuenta de que las políticas del Consenso de Washington era la única fórmula de estabilidad posible y, por consiguiente, de democracia. Y, sin embargo, ahí estaba el reconocimiento expreso, hecho por alguien del propio "establishment" de Washington, de que los países en desarrollo sólo se sometían a lo que se les decía porque se les inyectaba una mezcla de falsos pretextos y extorsión pura y dura. ¿Quiere salvar a su país? Véndalo. Rodrik llegaba incluso a admitir que la privatización y el libre comercio —dos piezas centrales del paquete de ajustes estructurales— no tenían relación directa alguna con la generación de estabilidad. Sostener lo contrario era, según el propio Rodrik, "un ejemplo de mala teorización económica".

Argentina —el "alumno modelo" del FMI durante ese período— nos proporciona nuevamente una perspectiva nítida de la mecánica del nuevos orden. Después de que el presidente Alfonsín se viese forzado a dimitir por culpa de la crisis hiperinflacionaria, su cargo pasó a ser ocupado por Carlos Menen, gobernador peronista de una pequeña provincia que vestía cazadoras de cuero, exhibía unas características patillas de boca de hacha y parecía ser lo suficiente duro como a los acreedores del país. Por fin, tras tantos intentos violentos de erradicación del partido peronista y del movimiento sindicalista, Argentina tenía un presidente que había defendido un programa favorable a los sindicatos durante la campaña electoral y había prometido resucitar las políticas económicas nacionalistas de Juan Perón. Aquel fue un momento que compartía muchas de las mismas connotaciones emotivas que la investidura de Paz en Bolivia.

Lo que entonces no se imaginaban los argentinos es hasta qué punto compartirían connotaciones esos dos momentos, pero no por lo que ellos pensaban y deseaban. Tras un año en el cargo, y bajo una intensa presión del FMI, Menen emprendió también el desafiante camino de la "política del vudú". Pese a haber sido elegido como símbolo del partido que se había opuesto a la dictadura, Menen nombró a Domingo Cavallo como ministro de Economía, con lo que permitió que regresara al poder el máximo responsable de que, en la etapa final del gobierno de la Junta Militar, las grandes empresas hubieran enjugado sus deudas a costa del erario público (todo un regalo de despedida de la dictadura). Su nombramiento fue lo que los economistas llaman "una señal"; un indicio inequívoco, en este caso, de que el nuevo gobierno recogería el testigo del experimento corporativista iniciado por la Junta y lo continuaría. La Bolsa de Buenos Aires reaccionó con lo que equivalía a una sonora ovación; un repunte súbito de un 30% en el volumen de las contrataciones el mismo día que se anunció el nombre de Cavallo.

Cavallo pidió inmediatamente refuerzos ideológicos y llenó el gobierno y la cúpula de la administración pública del país de antiguos alumnos de Milton Friedman y Arnold Harberger. Casi todos los altos cargos económicos del país fueron ocupados por los de Chicago; el presidente del banco central sería Roque Fernández, que había trabajado tanto en el FMI como el Banco Mundial; el vicepresidente de esa misma entidad sería Pedro Pou, que había trabajado también para el gobierno de la dictadura; el principal asesor del banco central sería Pablo Guidotti, que vino directamente de su anterior trabajo en el FFMI a las órdenes de otro ex-profesor de la Universidad de Chicago, Michael Mussa.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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