Conteniendo mi asombro he podido aprender un poco de la historia del Partido Comunista de Venezuela de la pluma de un connotado conocedor de la misma, quien desde un escritorio nos muestra muy ponderada y pedagógicamente sus errores. Primero, acusa al PCV de haber sido colaboracionista de clases, cuando se produjo una amplia unidad de clases y factores, la Junta Patriótica, para derrocar a la dictadura de Pérez Jiménez. No nos da pistas, por supuesto, de qué otra manera esa lucha pudo haber sido exitosa. Alérgicos a las alianzas de clases para asestarle derrotas al enemigo fundamental, el imperialismo, los trotskistas siguen sentados a la espera del momento oportuno para, de un solo golpe, acabar con todos los enemigos a la vez. Cuidado con las hemorroides.
Después, califica la lucha armada de desviación izquierdista, para lo cual tuviera mayor autoridad moral de no ser seguidor de las flamantes tesis trotskistas de la revolución permanente, capaces de incendiar bares, tascas y cafes enteros en medio de una discusión. Si señores, precisamente aquellos, quienes desprecian el trabajo persistente entre las masas, la labor permanente de sembrar conciencia en el seno de la clase obrera, y siempre han apostado a las acciones aventureras alimentadas por alucinaciones nada dialécticas, esos son los que nos vienen a dar una lección de táctica revolucionaria.
Para colmo, cierra su segunda lección con una crítica a la tesis de la revolución “antiimperialista y antifeudal” del año 1961. Desde el enfoque trotskista del todo o nada, de la critica a todo esfuerzo pequeño por no querer apostar a lo máximo (sin importar las condiciones), desde ese enfoque de vocación aislacionistas, que en política es equivalente a un suicidio (por eso el trotskismo es el grupo más reducido de la antipolítica, es decir, de la forma de no hacer política), luchar contra las relaciones feudales no tiene ninguna importancia, porque lo significativo es la revolución socialista. Solo los grandes saltos cualitativos tienen valor. Del esfuerzo por acumular fuerzas y producir cambios cuantitativos que preparen condiciones para solucionar tareas más complejas, de eso que se encarguen otros. Ellos, los trotskistas, son pocos, pero todos son jefes, por lo que no se ocupan de nimiedades. Si señor, que quede bien claro.
Pues bien, cuarenta y cinco años después de aquella tesis, la tarea de la revolución agraria, de la abolición de las relaciones semifeudales no está resuelta, de allí la necesidad de aplicar las medidas que conduzcan a la erradicación del latifundio y todo su lastre social. No nos extrañaría que nuestro maestro, fiel a la más rancia tradición trotskista, perciba estas medidas como contrarrevolucionarias, entre otras cosas porque no son socialistas y, sobre todo, porque benefician a los campesinos, a quienes catalogan como una masa de reaccionarios.
Las lecciones de historia nos demuestran que nuestro maestro, como es de esperarse de quienes se van de bruces en las tareas pequeñas pero complejas, esperará el desenlace de los procesos históricos actuales, para relatarnos, en su particular y muy objetiva manera, cómo se hace y se escribe la historia de la revolución bolivariana.
Siga así, embaucando a quienes recién entran en el mundo de la política y pueden ser fácilmente embarcados en las aventuras de los atajos históricos.
jose.fuentes20@yahoo.com