Más allá de la voluntad filosófica de Nietzsche (como de Marx y Freud), la “conspiración” es causa también de aquel modo total en que el capitalismo dominó (y domina) nuestra realidad. Es decir, aquí Agamben ve a esta religión capitalista como ente totalmente. Como consecuencia, no queda claro si hay una intensificación voluntaria por parte del Übermensch o si, más bien, este sujeto histórico es movido por las fuerzas del capitalismo. Si bien existiría en este caso una “conspiración”, la misma partiría, tal como lo expresa Agamben, a causa del dominio total del sistema capitalista. Cabe preguntarnos, entonces, ¿podría darse que el capitalismo fuera quien controla la voluntad del Übermensch?
Para responder a esta pregunta, podemos remitirnos a dos ideas presentes en Benjamin respecto de la naturaleza del capitalismo. En primera instancia, retornando a la crítica hacia Max Weber, este capitalismo que ya no es escolarizado sino que se torna una religión en sí, se constituye como parásito del cristianismo. Con respecto a esta visión, según Werner Hamacher (2003), el capitalismo para Benjamin:
tiene una estructura propia, que se pudo adherir a la formación religiosa del organismo anfitrión, que era más poderoso que su anfitrión y finalmente que el parásito capitalismo sólo pudo tomar el lugar del Cristianismo, porque este mismo ya se comportaba de manera parasitaria con respecto a la culpa (Schuld) por él supuesta. El Cristianismo no se habría metamorfoseado en capitalismo si no lo hubiera sido ya estructuralmente, es decir, si no hubiera sido ya un sistema construido, como el capitalismo, en torno a un déficit, a una carencia, a una falta, a una deuda (Schuld) (Foffani y Ennis, 2015: 181).
Esta idea, que genera una ambigüedad entre los términos “culpa” y “deuda”, los cuales se traducen al alemán “Schuld”, demuestra más allá de los ya mencionados recursos lingüísticos utilizados por Benjamin, la idea de que el capitalismo se configura como un ente vivo, parasitario, que al adquirir una enorme influencia consume todo a su paso. En este sentido, es interesante reencontrarnos a la importancia que cobra para Nietzsche la superación de los valores tradicionales cristianos para el devenir del Übermensch. Notamos aquí que el sujeto nietzscheano, con su autosuperación individual, logra desprenderse de este modo de pensar cristiano una vez que asume la “muerte de Dios”. Sin embargo, ¿qué implica esta muerte? ¿Puede significar la llegada del Übermensch el pasaje de la religión cristiana a la religión capitalista? En torno a esta cuestión, y en relación también a la idea del capitalismo como parásito del cristianismo, Benjamin dirá lo siguiente:
la trascendencia de Dios ha caído. Pero no está muerto, está incluido en el destino humano. Este tránsito del planeta hombre a través de la casa de la desesperación en la absoluta soledad de su senda es el ethos que define Nietzsche. Este hombre es el superhombre, el primero que comienza a practicar de manera confesa la religión capitalista (Foffani y Ennis, 2015: 188).
Así, en esta visión del Übermensch como primer practicante de la religión capitalista, vemos una interpretación por parte de Benjamin que degrada al nivel de fiel seguidor a un sujeto que, según Nietzsche, se libraría de la lógica del rebaño. Desde este punto de vista, si bien resulta demasiado apresurado afirmar que el Übermensch es controlado por las fuerzas del capitalismo, sí podemos ver claramente que la visión de Benjamin es crítica en torno a este sujeto y que aquella crítica parte, justamente, de la idea de complicidad, tal y como lo mencionó Agamben. Es decir, aquel sujeto que supondría en Nietzsche un tipo radical de libertad, para Benjamin no es más que un fiel practicante que conspira con el desarrollo parasitario del capitalismo y su constante producción de la desesperanza.
Ahora bien, debemos desarrollar mejor a qué se refiere Benjamin con este ethos definido por Nietzsche. Para ello, podemos volver a Löwy, quien desde su perspectiva relaciona la desesperanza engendrada por el capitalismo con el amor fati predicado por Nietzsche en su obra Ecce Homo. De tal modo, según Löwy, la ausencia radical de la esperanza se ve representada por Nietzsche en la siguiente cita:
mi fórmula para la grandeza en el hombre es amor fati [amor al destino]: no querer que nada sea distinto, ni en adelante, ni en el pasado, ni por toda la eternidad.