El capitalismo de la vigilancia y el posfascismo

¡Oh, feliz quien confía todavía en salir de este mar de confusión! Lo que se necesita, no se sabe, lo que se sabe, no se puede usar. Johann W. Goethe, Fausto.

Según datos de la Digital 2024: Global Overview Report, para enero de este año existían en el planeta más de 5350 millones de personas que eran usuarios regulares de internet; la gran mayoría de ellos accedía a estos servicios gracias a sus teléfonos. Al mismo tiempo, se contabilizaban más de 5 mil millones de usuarios registrados en las distintas redes sociales existentes en el mundo.

En promedio, cada internauta utiliza más de seis horas y medias diariamente para navegar por internet y casi dos horas y media para el uso de sus redes sociales. Si suponemos que el promedio de horas de sueño por persona rondaría las siete u ocho horas, tendríamos que gran parte de la humanidad utiliza más del 60% de su actividad diurna en estar conectada al ciberespacio.

El 97% de los usuarios de internet en edad laboral afirma que accede a las redes sociales en busca de información, para lograr interacción o para comprar o adquirir algún servicio; del mismo modo, la principal razón de conectarse a internet —resalta el 67% de los usuarios— es acceder a información precisa.

Para 2024 se espera que la humanidad gaste un tiempo combinado de 500 millones de años usando las redes sociales, tiempo en el cual sus datos serán recopilados, la predicción logarítmica será perfeccionada y su conducta será influenciada y controlada.

Este cúmulo sin precedente de información, control y dominio de la división del aprendizaje social y de la experiencia humana ha sido definido por la socióloga Shoshana Zuboff como "Capitalismo de la Vigilancia". Para Zuboff:

"En el capitalismo de la vigilancia, los «medios de producción» están al servicio de los «medios de modificación conductual». Los procesos automáticos realizados por máquinas reemplazan a las relaciones humanas para que la certeza pueda sustituir a la confianza.

[…] Es ahí donde late el oscuro corazón del capitalismo de la vigilancia: un corazón que es un nuevo tipo de comercio que nos reinterpreta y nos concibe desde la perspectiva de su propio poder característico, mediado por sus medios de modificación conductual… A esta especie de poder es a lo que llamo instrumentarismo, que defino como la instrumentación e instrumentalización de la conducta a efectos de su modificación, predicción, monetización y control.

[…] El capitalismo de la vigilancia es el titiritero que mueve los hilos del omnipresente aparato digital e impone su voluntad a través de este. A partir de ahora, llamaré a ese aparato Gran Otro: este es el títere sensitivo, computacional y conectado que transfiere, convierte, monitoriza, computa y modifica la conducta humana".

El capitalismo de la vigilancia ha desarrollado un mecanismo expansivo para la dominación, diferente a los utilizados por el capitalismo tradicional, utilizando el código fuente neoliberal, reclamando el derecho a la libertad y al conocimiento, al tiempo que tiene la mirada puesta en un proyecto colectivista que reivindica para sí a la totalidad de la sociedad.

Para el historiador Enzo Traverso, este nuevo "modelo antropológico del neoliberalismo" que pone al individuo en el centro de todo y le impone organizar su vida como una actividad empresarial, al hacerlo competir con los otros, fomenta una "nueva religión política". Para Traverso, "Esta religión política postula una libertad absoluta del individuo, lo cual es en realidad una forma de sometimiento y alienación". Hoy, según Traverso:

"El posfascismo de las nuevas derechas ya no desfila en uniforme como los fascistas del siglo XX… Su carisma se expresa más bien a través de su imagen televisiva, códigos de comunicación muy controlados que son los de la política contemporánea. Esa es una ruptura muy clara en lo referido al estilo político".

En esta línea, el también historiador Steven Forti ha señalado cómo las transformaciones ideológicas en el ámbito político deben considerar los profundos cambios tecnológicos, puesto "que han facilitado, por un lado, la operación de parasitismo ideológico realizada con éxito por parte de la nueva ultraderecha y, por el otro, la capacidad de difusión y viralización de sus discursos y eslóganes".

Para Forti, las redes sociales y el campo cibernético se han convertido en las "nuevas armas de destrucción masiva" que la extrema derecha ha sabido utilizar antes, y mucho mejor, que los demás, convirtiendo elementos como la posverdad y las fake news en elementos cruciales de sus campañas y prácticas políticas.

El declive de los medios tradicionales, junto al auge de las redes sociales y el sesgo mediático creado por la posverdad y las fake news, ha generado una cobertura distorsionada de la realidad, reforzando fenómenos como la disonancia cognitiva, la conformidad social y el sesgo de confirmación.

A lo anterior hay que sumar los que Zuboff llama "aparatos digitales o instrumentos de influencia", como los bots, las cuentas automáticas, las cuentas sybils y cyborgs, es decir, cuentas que fingen ser seres humanos o cuentas llevadas por humanos, pero asistidas por bots. Como apunta Simona Levi, "la peculiaridad de la situación actual es que los sesgos [informativos] se pueden generar de forma predictiva y se pueden configurar automáticamente. Es lo que se conoce como «gobernanza algorítmica»".

En este marco, apunta Forti:

"La ultraderecha ha entendido, pues, que las fragilidades y las vulnerabilidades existentes pueden ser explotadas: deconstruyendo la realidad compartida y sembrando confusión se puede polarizar aún más la sociedad y sacar provecho a nivel electoral. De ahí su interés y sus esfuerzos para generar y difundir noticias falsas".

Es bien sabido que los llamados medios 2.0 hacen tambalear los cimientos de la vieja tradición democrática. La gente en general, y los jóvenes en particular, parecen estar rechazando la democracia normativa y representativa, y los gobiernos reaccionarios están empujando a la población a las calles y a generar movimientos activistas en las redes sociales y fuera de ellas.

Para Forti:

"A medio plazo, la ultraderecha se propone socavar la cualidad del debate público, promover percepciones erróneas, fomentar una mayor hostilidad y erosionar la confianza en la democracia, el periodismo y las instituciones. Lo que permitiría tener el terreno mucho más abonado para la siguiente competición electoral".

Sin embargo, no solo la derecha ha fomentado la desestabilización. El modelo neoliberal sostenido por la socialdemocracia europea y americana ha generado el aumento de las desigualdades, ha debilitado el Estado de bienestar o destruido los esfuerzos por realizarlo y ha abandonado o embelesado a amplios sectores de la población que han sido expulsados a los márgenes de la sociedad o hacia la precarización del trabajo.

Si bien es cierto que las nuevas tecnologías han ampliado la capacidad de influencia de la nueva extrema derecha en las grandes mayorías, no es menos cierto que las décadas de políticas reformistas y gatopardistas han hecho lo propio al entregar en bandeja de plata la inconformidad de los ciudadanos a los proyectos políticos extremistas.

¿Qué hacer?

En el marco de responder por el qué hacer, es importante admitir que las tecnologías de la información deben ante todo ser problematizadas, pero no rechazadas. Si nos negamos a su existencia, estaremos cerrando las puertas a la posibilidad, al menos potencial, de aumentar la capacidad de influir y participar en los debates por el futuro. Tendríamos que pensar si fenómenos como WikiLeaks o la nueva sensibilidad hacia el problema del sionismo y la lucha palestina habrían sido posibles sin estas tecnologías.

Lo fundamental es dirigir la crítica a la privatización de la división del aprendizaje social y de los referentes de la experiencia humana; es decir, el enemigo fundamental es el capitalismo de la vigilancia, siguiendo a Shoshana Zuboff:

"Lo que está en juego aquí es la expectativa humana de soberanía sobre nuestra propia vida y de autoría de nuestra propia experiencia. Lo que está en juego es la experiencia interior a partir de la que formamos nuestra voluntad de querer, y los espacios públicos que inciden en esa voluntad. Lo que está en juego es el principio dominante del ordenamiento social en una civilización informacional, y nuestros derechos como individuos y sociedades para dar respuesta a las preguntas de quién sabe, quién decide y quién decide quién decide".

También es fundamental dar el combate por la liberación subjetiva, entender las nuevas formas en que esta se construye, las fuerzas que la atraviesan y la disputan. Hoy las relaciones sociales han sido atravesadas y revolucionadas por estas tecnologías y sería irresponsable solo mirar a otro lado.

Recientemente, el filósofo Alain Badiou ha señalado una muy fructífera ruta en esta dirección en su libro "La verdadera vida". Parafraseando su argumento, podríamos afirmar que la verdadera vida, a la cual la nueva subjetividad debe ser encaminada, es aquella que se ubica más allá de la neutralidad capitalista (la indiferencia moral fomentada por las redes) y de las viejas y nuevas estructuras jerárquicas (los dispositivos de clase, género y raza que la gobernanza algorítmica sobredetermina). Debemos convencer despertando la epopeya de los impredecibles, máxima potencia de los humanos, y desde allí configurar juntos la (nueva) verdadera vida.

No cabe duda de que los nuevos escenarios nos obligan a pensar de nuevo, en elementos nocionales como la democracia, la libertad y la política. Desde estas coordenadas, Michael Hoechsmann, Paul Carr y Gina Thésée han planteado la formulación del concepto de democracia 2.0.

La democracia 2.0 plantea un espacio de debates y preguntas relacionadas con la dinámica de la construcción social del conocimiento; esta se conecta con la necesidad epistemológica de una (re)consideración amplia, profunda, deliberativa y dialéctica del mismo concepto de democracia.

En este sentido, la noción cuestiona las epistemologías normativas y abre un camino hacia una pluralidad de formas (alternativas) de conocimiento, generando construcciones sociales divergentes, incluyendo, por ejemplo, aquellas que facilitan la participación ciudadana en relación con las diversas plataformas e intersecciones que enmarcan los medios sociales y las redes.

La idea fundamental en esta perspectiva es colocar el acento del análisis y del debate en la relación que existe entre las mayorías democráticas con respecto a las herramientas y el control de la información. Entiendo el campo de las redes sociales como una extensión más del debate y las políticas públicas.

La mejor defensa contra la extrema derecha, contra "gobernanza algorítmica" y contra el capitalismo de la vigilancia, radica en profundizar la democracia, renovar las redes de ayuda comunitaria, volver a la calle y fomentar la movilización; en estas tareas, probablemente las redes tengan tareas fundamentales. Esta renovación política debe venir desde abajo.

Siguiendo la línea de Steven Forti, debemos admitir que "más que un antifascismo de combate, en el contexto actual es más útil un antifascismo que constituya espacios de apoyo mutuo y que pueda frenar la penetración de las ideas de la extrema derecha en lo social".

 

educarguti@gmail.com



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