¿Está nuestro relato a la altura de la Historia?

Envueltos como estamos en una sobreproducción informativa intoxicada con clichés ideológicos,estereotipos narrativos, esclerosis sintáctica y fake news, es indispensable interrogarnos, auto-críticamente, si ¿está nuestro relato a la altura de la historia?, y esto debe abordarse simultáneamente desde niveles múltiples sin dejar de ver el papel de la ideología y la lucha de clases en la producción del relato histórico y en la relación dialéctica entre la conciencia y la materialidad histórica.

Ningún relato es una narración neutral, sino el resultado del conjunto de los medios, los modos y las relaciones de producción de sentido en un momento histórico determinado y bajo condiciones económicas concretas. En general, todo relato es la historia de la lucha de clases expresándose de mil maneras. Si el relato que construimos rehúye a esa condición no está a la altura de la historia, porque es, incluso un quiebre ético, quedarse en la superficie de los acontecimientos sin revelar sus contradicciones subyacentes y los caminos de superación dialéctica para tales contradicciones.

Todo relato está teñido por sus fuentes de sentido en disputa permanente y eso incluye a los discursos dominantes que reflejan los intereses de la clase hegemónica. Un relato que se despega y contrapone al statu quo debe desentrañar sus fuentes y sus objetivos para mostrar cómo las condiciones materiales determinan las narrativas. Especialmente las de la “neutralidad”, las de la “anti-política” y todas aquellas especializadas en distorsionar y demorar la organización de las sociedades para producir transformaciones paradigmáticas contra todo lo que las oprime, saquea y explota. Si el relato es meramente una reproducción de la ideología dominante (capitalista, neoliberal), entonces no está a la altura de la historia porque no permite ver la estructura de explotación que subyace a los acontecimientos. Un relato hoy no puede contentarse con ser sólo un registro del pasado, debe ser una herramienta de transformación social. Es hoy su responsabilidad ética y humanista. Un relato que quiera estar a la altura de la historia debe contribuir a la praxis revolucionaria. Es decir, no basta con describir los hechos, sino que es necesario analizarlos críticamente para abrir caminos de emancipación. Y es esto una necesidad moral insoslayable. 

Desde una visión semiótica, emancipadora, y un humanismo de nuevo género, nuestro relato solo está a la altura de la historia si expone la lucha de clases como motor de los acontecimientos; si desenmascara la ideología dominante y sus mecanismos de reproducción, y no se limita a la contemplación de la realidad, sino que busca su transformación a través de la praxis. Eludir esto no sólo es distorsionar deliberadamente, sino que es no estar voluntariamente a la altura de la historia, sino que es cómplice de la perpetuación del desorden establecido en un mundo bañado en sangre de las industrias militares, de las falsedades de la industria mediática y del saqueo de las mafias bancarias, todo con la complicidad de no pocas iglesias mercenarias. 

Para la creación y el desarrollo de un relato revolucionario, desde una semiótica emancipadora se requiere una metodología que no sólo analice los signos, los clasifique y los sature con palabrerío incomprensible, revisando únicamente la semiosis desde su estructura formal, sino que la vincule con las condiciones materiales de la disputa por el sentido y las condiciones objetivas e históricas de producción. Nos ayuda mucho la semiótica impulsada por Mijaíl Bajtín, Roland Barthes, Umberto Eco que proponen una intervención crítica sobre los signos como territorios de lucha de clases hacia un relato que contribuya a la praxis transformadora.

Semiótica emancipada y emancipadora para intervenir en los signos que se apropió ha sido la clase dominante para naturalizar el desorden capitalista. Semiótica científica y autocrítica para identificar las contradicciones en el lenguaje, propio y ajeno, en las disputas con los símbolos hegemónicos para recuperar signos y narrativas no solo de resistencia, sino para desplegar el relato contra-hegemónico de nuevo género, es decir, parido por las luchas que están escribiendo la historia nueva. Semiótica analizar y superar la carga ideológicade los discursos dominantes y desmontar sus mecanismos de legitimación.

En un solo mundo con voces múltiples, como lo define el “Informe MacBride” (1980) es indispensable la idea de la polifonía y la heteroglosia, que implica establecer la responsabilidad científica de asumir todo relato como organizador de múltiples voces en disputa. En este escenario para nuestra semiótica, emancipada y emancipadora, es condición de su praxis detectar la lucha ideológica dentro del lenguaje y los relatos; construir una narrativa contra hegemónica que dispute el sentido de los signos dominantes para romper científicamente con la univocidad del discurso burgués, haciendo predominar el relato que emerge de las luchas sociales en todo el mundo.

No aceptar el relato que el capitalismovende usurpando el signo “democracia” o el signo “libertad” o las operaciones de la Guerra Cognitiva y eufemismos tramposos como la Revolución Cultural que despliega la ultraderecha de corte neo nazi-fascista. Nosotros necesitamos un relato revolucionario en clave de nueva democracia no burguesa, del poder obrero y la participación directa. Transparentar el financiamiento de la política, incluyendo el financiamiento de su ideología (falsa conciencia) y de sus ideólogos.

Contra el fetichismo de la mercancía y las emboscadas de la plusvalía ideológica contra el trabajo. Destruir los mitos burgueses todos, desmitificar los relatos hegemónicos, desmontando sus fuentes ideológicas más tóxicas. Revelar la arbitrariedad y las distorsiones del lenguaje capitalista que en todos los ámbitos de la vida ocultan las perversiones de la explotación y la destrucción del planeta. Producir cuya capacidad de abstracción no sean emboscadas de escapatoria ante la realidad. Anclarse a la praxis transformadora. Que la semiosis(producción de sentido) no se reduzca a ser reflejo aislado de la realidad, sino herramienta de transformación. No quedarnos el palabrerío academicista, sino generar signos y discursos que nos organicen. Crear el lenguaje de la moral de la lucha, accesible y potente, que nazca de las luchas sociales. Evitar la estetización decorativa, la revolución requiere que la ética sea la estética del futuro, comenzando hoy, y construir una semiótica emancipadora parida en la práctica del pueblo organizado. La transformación del mundo no ocurre sólo con ideas, sino con acción revolucionaria. Eso incluye a la praxis revolucionaria del relato a la altura de la historia.

 



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Fernando Buen Abad Domínguez

Doctor en Filosofía.

 @FBuenAbad

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