En mi temprana juventud escribí mi mejor cuento. Nunca lo publiqué, pero sí lo sometí a la crítica de mi entorno. Se lo di a leer a un amigo judío. Días después me lo devolvió disimuladamente enojado. “No me gustan los cuentos de amor”, me dijo, y anduvo toda la tarde por las ramas, para por fin, entrada la noche, soltarme a boca de jarro, la siguiente pregunta: ¿Eres antisemita?
Si hoy me formulara la misma interrogante, seguro que le daría una respuesta lo suficientemente clara como el bolivarianismo me lo permite. En aquel momento le dije simplemente que no, con el rubor que produce la inocencia, y era cierto. Nunca fui antisemita ni lo seré. Pero defender al pueblo palestino ante el genocidio perpetrado por el Estado judío, nada tiene que ver con ser anti judío o no. El me lo preguntó porque en un pasaje del cuento, asocio al protagonista del mismo, con el judío errante (por el estado de vagabundez en que se encontraba). Resulta que el judío errante es una figura muy familiar para mí. Beatriz Azucena, mi abuela, muchas veces me habló de él para referirse a aquellas personas, que tal como los gitanos, montan tienda en cualquier lugar con la misma facilidad con que la abandonan. En todo caso nuestro judío errante, nada tiene de aborrecimiento, ni de ofensa, todo lo contrario, está impregnado del cariño con que amalgaman sus contextos, los viejos caribeños.
Y también, con la candidez con que respondí negativammente, me recorrió como un rayo sobre la cara, el coraje. Pensé que si aquel amigo me había lanzado la etiqueta, el enemigo que nacía, no era nada desestimable. Ello me recordó para aquel entonces, que era mejor tener mucho cuidado con el tema, saber mencionar la palabra judío para no caer en la inquisición judaica. Vaya que sistema de dominación tan perfecto para la censura. También recuerdo que recientemente en ocasión del ataque lanzado por parte de la comunidad judía de Argentina y la digna respuesta dada por el Comandante del proceso bolivariano, llegó al país, un parlamentario francés para investigar insito, las manifestaciones antisemitas emergidas en la revolución venezolana. En una rueda de prensa dada desde la Vicepresidencia de a República, este diputado galo, se paseó por el decálogo que las leyes francesas consideran antisemitismo, y por lo tanto delitos que se pagan tras las rejas, además del astigmatismo o muerte moral, que acompañará de por vida al antisemita confeso.
Tras este sistema, cuya sima de iceberg es el antisemitismo (como pecado capital de la última mitad del siglo veinte), se esconde la perversión del doble discurso de los sínicos, quienes se desgarran la vestiduras por los crímenes cometidos en su contra, pero no ven el holocausto en desarrollo que está exterminando al pueblo palestino y que paradójicamente esta siendo dirigido por aquellos que una vez fueron victimas de ese mismo horror y ahora lo vierten sobre el verdadero dueño de esas tierras. Pero yo no quiero profundizar en este tema, en primer lugar porque admito mis grandes ignorancias al respecto y ha de ser muy peligroso echarle paja a la candela, cuando lo que buscas es apagar el fuego. Y en segundo lugar porque tampoco quiero ganar indulgencia con la valentía de quienes empezaron a develar esta vil extorsión, comenzando por el siempre noble compañero, Presidente Chávez, cuando siendo uno de los pocos estadistas del mundo que rompió el velo de la impunidad, a riesgo de ser execrado por la opinión publica mundial, denunció la tragedia de los hermanos palestinos. Lo que si quiero en esta oportunidad es poner sobre la mesa de debate, algunos elementos en los cuales tampoco soy experto, pero que ensayando sobre ellos, me permiten tocarlos para que los camaradas que quieran puedan opinar también.
El antisemitismo, y otras estructuras conceptuales, sirvieron para ocultar o vetar algunos temas neurálgicos, sobre todo, aquellos que estaban adornados por la aureola de la intelectualidad. No hace mucho, el antiimperialismo era un rasgo de atraso, un evidente complejo de inferioridad y resentimiento ante la sociedad yanqui, sobre todo cuando se traducía como antinorteamericanismo. Quienes lo padecían eran tildados de revolucionarios, a mejor dicho, salvajes, recalcitrantes seres de la extinta izquierda que la historia dejó en el pasado con su carga de violencia y romanticismo (hasta por su forma de vestir eran reconocidos). Recuerdo que unos sesudos pensadores de oficio, escribieron un libro, en donde describen para ridiculizarlos, toda una suerte de prototipo del revolucionario latinoamericano, calificándolos de idiotas y desfasados en el tiempo. Por fortuna estos sistemas de extorsión a la larga son puro buche pluma. La fuerza de las ideas y sus contenidos de realidad, al final dan al traste con el discurso sustentado por la inverosimilitud. Y así como el romanticismo empezó a ser anacrónico, hasta el amor, por analogía, comenzó a ser incomodo y la humanidad según el deseo de los neoliberales, se disponía a trascender a un estadio superior, donde este sentimiento alcanzaría un grado de madurez tal que resultara menos engorroso para el mercado.
Y de pronto nos ponen sobre las manos, como papas calientes, dos temas que por lo contemporáneo y la neuralgia que provocan, resultan difíciles y peligrosos de abordar. Aun hilándolos con sumo cuidado, se corre el riesgo de ser acusado de apologizar el delito porque hay que tratarlos desde todos los lados. Uno es el terrorismo, y el otro el narcotráfico, dos delitos atroces de por si. El terrorismo, tan antiguo como el hombre y la mujer (que lo diga la mujer sobre todo), se vuelve sorpresivamente contemporáneo cuando el señor Bush lo utiliza como arma política, tanto como para aplicarlo, como para acusar a estados y pueblos de serlo. Bajo su égida, desde el once de septiembre del 2001 cuando en un hecho aun borrascoso, el icono financiero del imperio yanqui, las torres gemelas Del Word Trade Center, se desplomaron ante la mirada atónita del mundo. Pero Bush no inventa nada nuevo, ni siquiera desempolva al terrorismo, ni le da un carácter novedoso, más bien lo utiliza burdamente en gran escala y con un alto grado de morbosidad. Lo que sí crea, es una lista de estados y pueblos terroristas. Casualmente esos estados y pueblos terroristas están ubicados en el medio oriente donde la identidad cultura islámica, poco ha permitido el uso de la corbata. Digo esto porque observando un resiente reportaje sobre el Asia veíamos cómo los asiáticos están afanados por parecerse, desenfadadamente, a los occidentales. Occidente, con los norteamericanos a la cabeza, ha penetrado las entrañas de este planeta. No obstante, hay lugares donde la cultura hace una resistencia digna y valerosa, allí el imperio se detiene y se revuelve en sus propios caldos. Uno de esos reductos es el medio oriente. La forma de vestir de los pueblos habla sobre su dignidad, la resistencia al mercado y la elección de ser diferentes ante un globalizante sistema de imposición de mercancías. Claro, estas islas culturales frenan el ímpetu imperial y sobre ellas caerán la inconfundible doctrina internacional norteamericana.
Pero la doctrina bushista (de cómo manejar el terrorismo) no es lo que me interesa discutir, eso está allí para quien lo quiera ver. Más hacia el fondo, está la criminalización de las luchas de los débiles. Como antaño, la herejía sirvió para imponer los intereses de la iglesia, hoy el terrorismo sirve para acusar a medio mundo de ser vándalos sanguinarios que disfrutan ver el terror en el ojo ajeno.
Anteayer explotó una bomba en el centro de la ciudad de Cali (Colombia), casi inmediatamente como en España en vísperas de las elecciones del 2004, el Gobierno acusó a su enemigo político (allá a ETA, acá a las FARC), de ser el responsable de la celada. Hoy los medios transnacionales de información, reseñan una protesta por el acto terrorista de las FARC. El video que acompaña a la nota muestra ciertamente una marcha, pero como no conocemos la cotidianidad caleña, no distinguimos la clase social que marcha, lo que si se apreció claramente fue una pancarta atravesada en una calle que denunciaba: “FARC terroristas”, pero su semblanza poco tenía de la elaboración o el estilo que el pueblo le imprime a sus elementos de lucha. Las FARC según el imperio, y el establecimiento colombiano, son tan terroristas como las AUC, como lo son los talibanes en Afganistán, la resistencia de Irak, Al-Qaeda. Como lo fueron los Sandinistas en Nicaragua, los Círculos Bolivarianos aquí, el Farabundo Martí en El Salvador, ETA en España, Los Macheteros en Puerto Rico, Los Tupamaros en Uruguay, Sendero luminoso en El Perú. Las Banderas Rojas italianas, La Mano Negra en Brasil. Todos en un mismo saco. Y esto sencillamente no se puede hacer. La globalización tal vez funcione para algunas cosas relacionadas con la interacción de los pueblos, pero para acallar la insurrección de los pueblos buscando justicia, simplemente se convierte en un chantaje, no porque unos lo sean y otros no, sino porque al introducir el tema del terrorismo de esta forma, le cercenan a los pueblos la posibilidad de luchar por su liberación. Por otro lado para el imperio, Posadas Carriles no es terrorista. Es un hombre que le mintió a las autoridades norteamericanas a cerca de su entrada ilegal a los Estados Unidos y por lo cual pudo pasar 40 años en la cárcel, o sea, pudo pagar condena por mitómano no por asesino y mucho menos por terrorista. Pudiéramos analizar este punto y detenernos en el derroche de cinismo, pero más importante en este espacio, es seguir ahondando sobre cómo el terrorismo se convierte en el arma del imperio para frenar las luchas de liberación de los pueblos oprimidos del mundo.
Que formas de lucha pueden desarrollar hombres y mujeres acorralados, oprimidos, ofendidos, perseguidos, esclavizados, torturados mas allá de las hendijas que permiten los sistemas de dominación. Las guerras de guerrilla y de resistencia no son una opción que una mañana cualquiera, los pueblos resuelven llevar a cabo por simple deporte nacional. Son las únicas y valederas guerras que con justicia, devuelven la violencia a los que las provocan. Y estas formas de guerras hoy en día han generado escenarios y formas inusitadas.
En los ochenta Carlos Lether, un alto jefe del narcotráfico colombiano, hoy recluido en una cárcel de máxima seguridad en Norteamérica, concedió una entrevista a periodistas extranjeros en donde expuso una serie de ideas acerca de lo que hacia en la red del trafico de narcóticos internacional. Entre otras cosas dijo que el introducir droga a territorio yanqui era una forma de hacerle la guerra al imperio, como otrora había sucedido con la guerra del opio en el lejano oriente. De allí nació, y mucho antes, una motivación en algunos corazones batalladores, para justificar la actividad de la droga. Esto puede tener valides o no, dentro del contexto de la s guerras, tanto así que en el escenario colombiano, aguachinado por la interferencia imperial, la droga ha sido emparentada a todo lo relacionado con política interna. Lo cierto es que alrededor de esta actividad se mueven ingentes cantidades de dinero como en la mas descollante industria trasnacional. Y es este el elemento que podría calificar a las guerras como justas o injustas: el dinero que generan y a que bolsillo van a parar.
Entre otras formas de combatir a los ejércitos de ocupación nacionales o imperiales con sus cargas ideológicas, mas allá de que la reacción mundial, califique o utilice al terrorismo o el narcotráfico para avalar el exterminio, está la batalla de las ideas promovida por el compañero comandante Fidel, entre otras razones porque es el escenario donde terminan ganándose definitivamente las causas verdaderas, de relativo bajo costo, para utilizar un termino de la industria filmográfica, cuya infraestructura la constituyen los medios de comunicación en su infinita diversidad. Y por que en su desarrollo no entra la dinámica capitalista, donde el imperio se mueve como cochino en la mierda. Y que en nuestro contexto podría ser el equivalente de la guerra espiritual propuesta por Jesús al imperio romano. Ciertamente estas propuestas suelen consumir largos tramos en el tiempo porque manejan el rigor de la conciencia y su gran paisaje es la identidad de cada pueblo.
II
Cuando el Gabo fue a recibir el premio novel de literatura, lo hizo ataviado con un liki liki; traje llanero por excelencia, cuya estampa no admite corbata Para ello pidió permiso el cual le fue concedido, doblegando así a uno de los protocolo mas conservadores del planeta. Y es que la corbata resulta ser un accesorio nada tropical, y menos caribeño, lo que en esencia es el Gabo. Y como en la informalidad del Caribe, lo mas parecido a un traje de gala es la guayabera manga larga, Gabriel optó por el traje llanero que es con el que los costeños resuelven sus apremios.
Decía que la corbata es un atuendo nada justificable para el vestir en el soporífico trópico, al igual que los lazos o el corbatín, mas allá de la vanidad y el cosmético. No así la chaqueta, el saco, el bleiser, el paltó o flux; dentro de lo que llamamos el traje formal, constituye una pieza importante, te cubre, te protege, al igual que el sobre todo en casos extremos. Si en algo ayuda la corbata es ajustar esa parte de la camisa que termina en una doble tela doblada llamada cuello, pero ello en caso de estética, se podría solucionar con el maravilloso cuello mao y su botón culminante.
Al compañero Evo, jamás lo he visto con corbata, y ello habla muy bien de su identidad cultural que no tiene nada que ver con la rebeldía que le endilgan a quienes se resisten con razón, a no andar por allí embalsamados al mas rancio estilo europeo. Esta ha sido una forma para identificar a algunos compañero dentro del ámbito cultural, y sus tendencias, sus influencias, sus orientaciones, y en ultimo grado, que tan de occidentalismo corre, no por sus venas, sino por su cerebro. Incluyendo en esta valoración a los dos comandantes. Que muy bien encorbatados se han exhibido en cuanto evento se les cruza. Hasta con chalecos y mancuernas.
Sin negar que somos también hijos de occidente, debemos desechar lo que en él no tiene sentido, y no me refiero solo a los grandes temas ideológicos, sino a las pequeñas cosas que nos recuerdan al opresor, y su vasto estratagema de dominación. En tal sentido, es penoso ver en cuanta ventana mediática se nos pone enfrente, a hermanos africanos con sus voluptuosos rasgos faciales, asiáticos lánguidos, indígenas tan lánguidos como voluptuosos, todos con su enorme nudo bajo el cuello, como expresión de una cadena que los ata emocional, espiritual y materialmente, al occidente y con este, al imperio.
Les juro que veo a un europeo encorbatado y no me produce ninguna incomodidad, por el contrario, sería como ver a un tribuno sin su túnica blanca, sin embargo aprecio el esfuerzo que aun para él debe resultar tal nudo, y ello va al cajón donde se guardan las deudas culturales, las penas que deben pagar las sociedades que no han revolucionados sus temas vitales, pero como dice el refrán popular, ese es peo de ellos, sin querer decir con esto que no nos interesa, sino que respetamos sus decisiones libérrimas y soberanas. Pero ver a un hermano, compañero de la revolución, luciendo una flamante corbata, es como oírle pronunciar un manifiesto de esclavitud. Compañeros que jamás en la vida se habían puesto una, cuando ostentan un cargo, lo primero que hacen es apertrecharse con un buen juego de ellas.
Invito a debatir el significado de la corbata en nuestro sistema de relaciones, su importancia. ¿El por qué su presencia es de estricto cumplimiento, tanto así que asuntos de Estado podrían paralizarse ante su ausencia? ¿Por qué este protocolo, aun dentro de la revolución bolivariana, sigue vigente y cuales son sus razones? En fin seguir descodificando los sistemas que alimentan nuestra dependencia en el terreno de la inconciencia, de cómo estos sistemas están insertadas en nuestra cotidianidad, unas veces de forma grosera, otras de forma sutil, pero que al final nos mantienen esclavizados, reproduciendo o fabricando los proyectiles con que el enemigo nos asesina.
miltongomezburgos@yahoo.es