Como todos los análisis desprovistos de inclinaciones interesadas, debemos decir que este no puede despegarse del piso social donde nos toca desenvolvernos.
Débese al escocés Ádam Smith, un panegirista pionero del Desarrollo Industrial capitalista, complacidamente al servicio del Imperio Inglés, no menos pionero en esta materia, el reconocimiento unilateral de las bondades productivas macroeconómicas de la División del Trabajo, más allá de la simple y tradicional clasificación artesanal existente dentro de la manufactura, y antes de esta.
Las oportunas y sostenidas luchas del obrero contra el desempleo, estimulado y generado con semejante división, jamás ganaron ninguna batalla, y aquel hasta terminó admitiendo y compartiendo la baja exigencia productiva que individualmente se le hace a cada asalariado en particular.
Efectivamente, las mejoras en la productividad del trabajo corrieron aceleradamente a cargo de los empleadores de mano de obra asalariada, ante la urgencia competitiva que se desató durante la época previa a la incipiente maquinización del trabajo.
Las mejoras productivas han estado clasistamente reservadas a la obtención de mayores ganancias *ilícitas*, y de ninguna manera han beneficiado a ningún trabajador. No debe confundirse diferentes productividades, en razón de las correspondientes especializaciones y grado de formación laboral, con división del trabajo dentro de cada especialidad. La primera sigue siendo de índole *artesanal*, y la segunda, industrial, y de este tipo es la que analizamos.
Recordemos que los artesanos fueron apelotonados en galpones ad hoc, cada uno a cargo de su respectiva especialidad, y luego el patrono experimentó exitosamente con el fraccionamiento de todas las operaciones involucradas dentro de cada especialidad.
Este segundo momento fue el que avivó la chispa para la definitiva mecanización y hasta para la suplantación del artesano como tal, y de buena parte del los trabajadores.
Digamos que la división industrial del trabajo desde su nacimiento mismo comenzó a castigar al asalariado. Primero, se redujo la contrata de artesanos, y después la de los obreros rasos, un proceso indetenible que paradójicamente hoy por hoy sigue haciendo estragos económicos en contra de trabajadores e industriales. El denominado Ejército Industrial de Reserva y los sostenidos altos índices de desempleo son las más evidentes contras de esta división de trabajo.
Como el tema es inabarcable plenamente por este medio, por ahora señalaré la forma más perniciosa de la división del trabajo, y cómo el trabajador, quien con aquella da más ganancias a su patrono en los centros productivos, termina recibiendo una contrapaga en condición de consumidor.
Efectivamente, hablamos de la división entre producción y mercadeo al por menor, por que luego de que el trabajador suda y da máxima ganancia al patrono con su dividida mano de obra, le toca enfrentar microeconómicamente la tarea en búsqueda de las mercancías que se hallan desigualmente desparramadas en los diferentes mercados. En este debe ingeniárselas para no ser timado, no ser especulado, no ser humillado, y no ser maltratado con los comerciantes del caso.
Porque es un verdadero albur hallar oportunamente, en calidad y cantidad deseadas, lo que necesitamos diariamente; es un albur conseguir amabilidad de parte del empleado irrespetuoso, las más de las veces, de tal manera que la división del trabajao fuerza al asalariado a sacrificar buena parte de su tiempo *ocioso* a la compra de bienes que dividida pero conjuntamente elaboró. A diferencia de épocas predivisionistas cuando de hecho el trabajador no solo controlaba íntegra y macroeconómicamente la producción de bienes sino su mercadeo para sí.