Bolívar en la poesía latinoamericana

El pasado lunes 23 de julio con motivo de la celebración de la entrega del premio “Libertador al Pensamiento Crítico 2006” al escritor, filósofo y pensador ecuatoriano Bolívar Echeverría, el comandante Chávez en su discurso de clausura del evento, como era lo esperado, nos habló in extenso del Padre de la Patria, poniendo de relieve su calidad de hombre ganado para la libertad y la luz, pensador de altísimos quilates como pocos y sobre todo ejemplo de desprendimiento absoluto y de la mayor solidaridad en la lucha que libró sin descanso en poco menos de 25 años para romper las cadenas que nos ataban al imperio español.

En su exposición, el presidente intercaló algunos versos dedicados al héroe patrio escritos por poetas de la talla de Pablo Neruda, Miguel Angel Asturias y Alberto Arvelo Torrealba, entre otros que hicieron vibrar de emoción al público asistente al acto, quien quiso dejarla patente con fuertes y sostenidos aplausos.

Como hoy se cumplen 224 años del nacimiento de Bolívar e inspirados en el presidente Chávez al recordar en ese discurso la poesía latinoamericana escrita en homenaje a nuestro héroe eterno, nos parece interesante recoger en lo que sigue fragmentos de lo que, en nuestra particular opinión, es el canto poético emotivo de la mayor belleza y de exquisita calidad que se haya escrito en el Continente, la cual hemos tomado del libro del poeta tachirense Manuel Felipe Rugeles: “Poetas de América cantan a Bolívar”:

Veamos algunos versos de esa fabulosa lírica latinoamericana:

Ricardo Miró (1) en su poema “Al Libertador”, nos dice:

“ Bien está que a tus plantas se prosterne la América, / si un día echó en olvido tu loca hazaña homérica / que surge, tras un siglo, con mayor claridad. / Pues si fuiste el más Grande Capitán de la Historia, / serás desde hoy, sobre este pedestal de tu gloria, / el Centinela eterno de nuestra libertad !

Vicente Huidobro (2) en su “Alegoría a Bolívar”, expresa su angustia al héroe al decirle:

“Ahora te preguntan tus estatuas: ¿Cumpliste con / la ley prevista de tu día histórico? / Y tú crees que sí. Y tal vez la razón sea contigo. / Simón, hay tinieblas sobre el mundo. Aún reina / la noche en tus Américas. / Hoy los hombres estamos empeñados en libertar al hombre de una exclavitud, si no mayor a la que tú rompiste. Estamos batallando por una libertad más alta que la tuya./ La libertad total a que aspiramos busca en estas tierras un nuevo y gran Libertador. / Pronto, Simón, desata tus amarras de las sombras, / desenvaina tu espada color lluvia bienhechora y toma / tu sitio en nuestras filas./ Ahí está tu caballo de ijares impacientes, vibrando como un gran violín de marsellesas y cantos resucitados. Ahí está esperando tu caballo. / Y detrás millones de jinetes como olas efervescentes. / Pronto nuestras montañas saludarán al alba que se acerca con un rumor de pasos milenarios que vienen desde el fondo de la historia con una Interminable procesión de esqueletos heroicos.”

Por su parte, el inmortal nicaragüense Rubén Darío (3), en su poema “Oda”, exalta la figura del héroe:

“¡Bolívar! Alto nombre / que de justo entusiasmo el pecho inflama, / fue semidiós, no hombre: / ante el tiempo lo aclama / la sonora trompeta de la fama. / La América garrida, / hoy levanta un clamor que se dilata / de la vega florida / del Orinoco al Plata / que turbulento su raudal desata. / Bolívar se levanta / con la aureola inmortal que orna su frente / y coloca su planta / sobre el Ande; y ardiente / sonríe con amor al continente. /

Antonio De Undurraga (4) en su “Memorial a Bolívar”, al igual que lo hace su coterráneo Huidobro, lanza un grito de angustia, cuando le canta:

“Hoy clamo a ti, Gran Ciudadano, a ti cara a cara, junto a las bocas del Orinoco, / hoy que hay tanto papel mojado, tanta hormiga naufragando en sus tratados y tan poca levadura en las columnas…/ Porque ¡ay! del ciudadano de los Estados Desunidos de la América del Sur, / ¡miradlo!, es sólo un cadáver sometido a autopsia en las aduanas; / en las tripas registradas y desinfladas de sus escuálidos enseres, / y ved cómo en sus trapos revueltos crece una levadura tuya que grita, no se resigna, y protesta: levadura de dios guillotinado / que no se resigna de tantos pasaportes, cambios diferenciales, preferenciales, demenciales, / de la clámide y la cláusula de la nación más aborrecida que protesta por la disputa del farol y el escarabajo en traje de Pierrot más astuto y más grande del mundo; / por la sempiterna pugna de sus hombres desnudos que sólo aceptan negociar entre sí sus almas en dólares; / por el chorro de la ola nocturna, por las gigantescas columnas de petróleo negro, quizá por su destino de la rica heredera! / Por eso, hoy he tenido la irreverencia de hablarte, ¡oh, Gran Ciudadano!, / yo que soy un hombre sin mando y sin cátedra, desvalido y verídico, / con sus zapatos sollamados por las cenizas / que la eternidad resta al Cotopaxi / y a la serena y vegetal compostura de las araucarias: / verdes indias siempre en armas….”

Del héroe y mártir de la lucha por la independencia de la Cuba revolucionaria, ejemplo de dignidad para todos los pueblos del mundo, José Martí (5), hemos tomado de su escrito “Gran Héroe”, lo que el propio Rugeles dice: “si bien tiene las formas externas de la prosa, es, por su esencia misma, por su contenido simbólico, por la riqueza de sus imágenes, un poema…”.

“Cuentan que un viajero llegó a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba donde estaba la estatua de Bolívar. / Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca a un hijo. / El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él, porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria. / Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban y las palabras se le salían de los labios; parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. / Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazón y no lo dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. / Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se decide a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres y no pueden consultarse tan pronto. / Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado los españoles: lo habían echado del país. El fue a una isla, a ver su tierra de cerca, a pensar en su tierra. / Un negro oneroso le ayudó cuando ya no quería ayudarlo nadie. Volvió un día a pelear con los trescientos héroes, con los trescientos libertadores. / Libertó a Venezuela. / Libertó a Nueva Granada. / Libertó al Ecuador. / Libertó al Perú. / Fundó una nueva nación, la nación de Bolivia. / Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos. / Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. / Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural. / Era un ejército de jóvenes. / Jamás se peleó tanto ni se peleó mejor en el mundo por la libertad. / Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre. / Los envidiosos exageraron sus defectos. / Bolívar murió de pesar en el corazón más que de mal del cuerpo, en la casa de un español de Santa Marta. / ¡ Murió pobre y dejó una familia de pueblos !

Miguel Otero Silva (6) en su poema “El Libertador”, reitera que su gesta aún pervive intacta en la conciencia del pueblo:

“Hoy la sombra está muerta frente a su pueblo vivo. / Frente a su mismo pueblo sobre el mismo paisaje, / rumiando el mismo pan y la misma amargura. / Pueblo que aún persigue por las rutas con sol / lo que la arrolladora voluntad de la sombra buscaba. / Hoy la sombra está muerta, mas su pueblo está vivo. / Pueblo vivo y en marcha con la mirada fija / en la bandera libre que tremoló la sombra. / Arar nunca es en vano. / Ni en el mar…”

Pablo Neruda (7), cuyo Canto a Bolívar es parte integrante de esa colección maravillosa que nos brindó Rugeles, constituye para nosotros no sé si el final o el comienzo de una llamarada lírica hacia un horizonte amplio y abierto, donde siempre nace la luz…:

/…Bolívar, Capitán, se divisa tu rostro. / Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo. / …Otra ves tu bandera con sangre se ha bordado. / Los malvados atacan tu semilla de nuevo; / clavado en otra cruz está el hijo del hombre. / Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra. / El laurel y la luz de tu ejército rojo / a través de la noche de América, con tu mirada mira. / Tus ojos que vigilan más allá de los mares, / más allá de los pueblos oprimidos y heridos, / más allá de las negras ciudades incendiadas. / Tu voz nace de nuevo; tu voz otra vez nace; / tu ejército defiende las banderas sagradas; / la Libertad sacude las campanas sangrientas / y un sonido terrible de sonidos precede / la aurora enrojecida por la sangre del hombre. / Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos. / La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron; / de nuestra joven sangre venida de tu sangre / saldrá paz, pan y trigo, para el mundo que haremos! / Yo conocí a Bolívar, una mañana larga, en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento, / Padre, le dije: ¿eres o no eres o quién eres? / Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo: / “Despierto cada cien años, cuando despierta el pueblo”.

Por último, cerramos esta apretada síntesis de una obra poética latinoamericana bien extensa con un fragmento del poema “En Santa Marta”, de Manuel Felipe Rugeles:

“Diciembre 17. San Pedro Alejandrino. / El reloj dio la una y paró su tic-tac. / Hora final del Héroe, del Soñador de América, / del Quijote y el Cristo que armó la libertad./ Su extraña voz profética se escucha todavía, / más alta que los Andes, más sonora que el mar. / Cada vez que renace la conciencia del mundo, / su mensaje recobra fulgor de eternidad.”


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Iván Oliver Rugeles


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