Del 3 al 5 de julio de 2007 se realizó en Panamá el foro “José Martí: Pensamiento de Unidad Latinoamericana”, al que asistieron prominentes intelectuales del continente encabezados por Atilio Borón, Luis Suárez, Jorge Lozano, Jaime Zuluaga, Ricardo Dello Buono, Carlos Pérez, Marco Gandásegui, Juan Jované, y otros. El foro, en el que participó un nutrido grupo de estudiantes y docentes panameños, fue propicio para reflexionar sobre los temas que más inquietan a los pueblos de Nuestra América.
Una de las conferencias que más atrajo la atención, y que llenó hasta desbordar la pequeña sala de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá, se tituló “Alternativas de desarrollo, neoliberalismo y ALBA”. En ella intervinieron Yolanda Marco y Juan Jované por Panamá, Luis Suárez por Cuba y Atilio Borón por Argentina.
Queremos reseñar aquí algunos de los señalamientos hechos por Borón que, a nuestro juicio, vienen a pelo de un debate encendido que atraviesa a todas las vanguardias del continente. Analizando las alternativas frente a un mundo regido por la globalización neoliberal y sus secuelas de miseria, hambre y muerte, Borón se preguntaba: ¿Cómo definir a la “izquierda” latinoamericana de hoy? ¿Qué elementos constituyen un programa realmente alternativo a lo que el sistema imperialista nos impone?
Disculpen si cometo alguna imprecisión, pues cito casi de memoria. Recuerdo que señaló con claridad quiénes no son izquierda porque sus gobiernos, pese a cierta demagogia populista aplican programas de corte neoliberal, enfatizó no son izquierda: ni Lula, ni Kirchner, ni Tabaré, y el público casi que a gritos agregó: ni Martín Torrijos y el gobierno del PRD.
Borón describió cómo se ha convertido en el principal beneficiario del gobierno de Lula al capital financiero del Brasil, que está haciendo su “agosto” con la decisiones económicas del gobierno del P.T., mientras el Movimiento Sin Tierra sigue esperando una reforma agraria prometida y los trabajadores ven echados al tinaco los compromisos del que otrora fuera su partido. Citó Borón, a algún representante del gran capital brasileño en el sentido de que, ante la insurrección popular en Argentina contra el “corralito”, la propia burguesía brasileña se convenció de que sólo Lula le podría evitar una crisis similar.
Me parece que, de la intervención de Borón, quedó muy en claro que de la socialdemocracia, en todas sus variantes, no puede salir ninguna alternativa al neoliberalismo, pues ella hace parte de este sistema construido para succionar la riqueza de la humanidad (plusvalía) a favor de un puñado de bancos y empresas transnacionales. Los cuales han construido, para garantizar sus dominación económica, un sistema político al que llaman “democrático”, pero reducido al sufragio periódico, del que sólo pueden participar quienes cuentan con los millones (de esos capitalistas) para financiar sus campañas. Por eso, Atilio Borón habla de la “democracia secuestrada”.
Pero, al mismo tiempo, Borón sí reivindicó, como ejemplos a imitar, procesos políticos como los de Venezuela y Bolivia, en los que la lucha social se ha combinado con la participación política de las organizaciones populares, para crear una dinámica que es claramente antineoliberal, aunque no sea completamente socialista. Borón exhortó a las organizaciones sociales y populares a conformar partidos políticos que den la pelea en ese plano, pese a la antidemocracia reinante, pues es necesario llevar la lucha a todos los niveles, ya que la lucha meramente sindical no logrará cambiar la correlación de fuerzas para el cambio al que aspiran nuestros pueblos.
Si por izquierda denominamos a aquellos que luchan por una alternativa frente al régimen político, social y económico imperante; y por derecha, a quienes defienden el actual estado de cosas (“el viejo régimen”, como dirían en la Francia revolucionaria de 1789), una condición sine qua non para ser de izquierda: es ser consecuentemente antineoliberal, por lo menos.
Borón formuló un programa mínimo para la construcción de una izquierda latinoamericana del siglo XXI, el cual por sí mismo podría mejorar muchísimo la vida de nuestros sufridos pueblos:
1. Reconstrucción del Estado, en el sentido de reivindicar su papel de regulador de los procesos económicos y como agente económico (nacionalizaciones), frente a aquellos neoliberales que defienden el imperio del mercado.
2. Anulación de las deudas externas de todos los países pobres, la cual es un saqueo descarado en el que los préstamos han sido pagados 5 ó 6 veces.
3. Una política de redistribución del ingreso y la riqueza nacional, alejada de las llamadas políticas de focalización que impone el Banco Mundial, al estilo del Plan Hambre Cero de Lula, el cheque de los B/. 35.00 de Martín Torrijos.
4. Una reforma tributaria a contramano de la que impone el neoliberalismo y que quita impuestos a los que más ganan, sino una que les obligue a tributar más. Por ejemplo, señaló que los plazos fijos están exonerados, al igual que casi todas las áreas vinculadas a la inversión extranjera, agregamos nosotros.
5. Una reforma agraria auténtica que permita, a la vez que garantice a ese gran porcentaje de la población un modo de vida decente, evite el despoblamiento del campo, y sirva como política de preservación del ambiente.
6. Nueva estrategia de desarrollo que no pasa, como sostiene el neoliberalismo por el sector exportador, sino por la construcción de un mercado interno, lo que conlleva industrialización y un sector asalariado mejor pagado.
Por supuesto, no ignora Borón, y así lo señaló, que este es un programa “reformista”, que no va más allá del sistema capitalista, de corte keynesaino y desarrollista, y que mientras que subsista una sociedad dividida en clases, pervive la explotación, con sus consecuencias sociales. En ese sentido, Borón llama a no deponer la aspiración a la transformación socialista del mundo. Y agregó, si no recuerdo mal, un parangón con el programa reformista de la Revolución Rusa de 1917: “paz, pan, tierra y libertad”.
Porque, y aquí francamente admito que no estoy seguro hasta donde continuó o me separo de la reflexión de Borón, en última instancia lo que le da calidad revolucionaria (es decir, transformadora) a un programa es el agente social que lucha por él o lo ejecuta desde un gobierno: la participación de la clase trabajadora y las masas populares.
Unido a lo anterior, es forzoso concluir que la única manera de llevar a cabo este programa mínimo propuesto por Borón, es que lo asuma un gobierno de los trabajadores y el pueblo, ya que la burguesía latinoamericana es incapaz de llevar a cabo consecuentemente un programa de reformas en el propio marco del sistema capitalista, dada su sumisión a los dictados de la globalización imperial.
Este es el punto cualitativo, y el verdadero “arte” de la política revolucionaria, el objetivo: ¿Cómo hacemos para que las grandes masas trabajadoras, dejen de ser actores pasivos, manipulados por los partidos y gobiernos de la burguesía, se movilicen y se conviertan en protagonistas políticos que transformen la sociedad?
Conozco muchas organizaciones con programas revolucionarios que parecen haber resuelto todos los problemas de la “pe a la pa”, que culminan en radicales exhortaciones al socialismo y al gobierno de los trabajadores, pero son programas que no han pasado de palabras en un papel porque no han logrado calar más allá de un puñado ínfimo de activistas, sin peso en la realidad social.
Entiéndase bien, no es que esos programas no tengan ningún valor, pues al menos significan que en una pequeña neurona de la memoria colectiva de la humanidad no se han olvidado algunas tareas no realizadas y necesarias para la salvación de nuestra especie. Pero una neurona, si no está ligada a una fibra nerviosa que mueva un músculo, es una neurona “castrada”.
En algún lugar que no recuerdo, Carlos Marx dijo: “Más vale un hecho que mil palabras”. Por eso concedemos gran valor a figuras como Chávez o Evo, porque han logrado catalizar la imaginación, las aspiraciones y la acción de millones de personas en todo el continente que aspiran a un mundo mejor, sin las miserias que la globalización imperialista nos ha impuesto. En un momento histórico en que muchos creían el cuento de que había llegado el fin de la historia, con la supuesta derrota del socialismo y el triunfo de la democracia liberal (Fukuyama).
Por ello, aunque sus gobiernos no son socialistas en el sentido estricto y clásico de la palabra, aunque los capitalistas siguen haciendo pingües negocios en Venezuela y Bolivia, el imperialismo les teme y conspira contra ellos, porque sabe que, por un lado, cualquier medida antineoliberal es en el fondo una medida contra el modelo capitalista imperante; y por otro, lo que es peor para ellos, es que Chávez y Evo son producto de la participación y movilización popular que se ha generado en la lucha contra las consecuencias sociales del neoliberalismo.
Que hay que denunciar la resucitación de la teoría del “socialismo evolucionista” (Bernstein) por boca de Heinz Dietrich disfrazándola de “socialismo del siglo XXI”, vale. Que hay que advertir que mientras la gran burguesía conserve su propiedad conservará su capacidad para hacer retroceder cualquier proceso, y de manera sangrienta, vale. Que hay que decir que un programa antineoliberal no es suficiente si no se transforma en socialista, es decir, en poder obrero real, vale.
Pero todo ello debe ser hecho desde dentro de los procesos que mueven a millones y que lideran, quiérase o no, los Chávez y los Evos del momento. Porque en última instancia la palabra la tienen las masas, ellas son las que pueden, o no, hacer el cambio real en el mundo real.
Aquí, lo que no vale, es la actitud socialmente pequeñoburguesa, aunque tenga el programa más revolucionario del mundo, de que “yo no me mancho con reformistas”, mientras espero en la acera, viendo a las masas marchar, a ver si en algún momento voltean a mirarme y, si no, “peor para ellas”.
Porque, la verdad es que la historia la hacen los pueblos, y no los programas. Que se avance más o menos en alguna dirección, en últimas, tampoco depende (aunque pueden influir) de Chávez o Evo, sino de la lucha de clases. Por ello, parafraseando a Trotsky, la tarea hoy en Latinoamérica es encontrar el puente entre la conciencia de las masas que asumen el programa 'reformista' del chavismo y se movilizan en su defensa y la tarea histórica de construir una sociedad sin explotación, el socialismo.
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