Chávez, caudillo populista, Chávez, dictador; Chávez, enemigo de la libertad de prensa; Chávez busca eternizarse en el poder. El mismo sonsonete difundido de sol a sol desde Venezuela hasta casi todos los confines del mundo por periódicos, radios, televisoras, púlpitos y sitios de Internet de los dueños del dinero. Utilizadas por ellos las palabras se corrompen, pierden su sentido auténtico. Si queremos saber cómo es de veras la realidad debemos aprender a leer, ver y oír al revés.
Porque en marcado contraste con el mundo capitalista neoliberal fascistizante, donde las decisiones las toma la minoría opulenta, Chávez encabeza el movimiento de masas más resuelto y novedoso por la democracia, en su acepción etimológica de gobierno (cracia) del pueblo (demos), cuyo ejemplo atrae cada vez más simpatizantes en América Latina y el planeta. La elite imperial, sus socias europeas, las serviles e ignorantes clases dominantes de los países dependientes –y sus voceros intelectuales, a sueldo o inconscientes– hacía mucho tiempo que no sentían tan peligrosamente amenazado su sistema de control económico, político y militar de las mayorías. Han entrado en pánico ante la repercusión continental e internacional del chavismo, mientras América Latina se rebela, Irak es incontrolable y las bolsas se desploman.
Como dice el pueblo en Venezuela, Chávez los tiene locos. Ha virado el país al revés. Los pobres, los negros, los mulatos, los indios, las mujeres humildes, los trabajadores y los campesinos –los que antes no contaban– cada día adquieren más poder de decisión sobre su destino. Caracas determina su política interior y exterior en función de los intereses no sólo de Venezuela, sino de los pueblos de nuestra América, sin olvidar los del resto del mundo, conducta respaldada por votaciones crecientes en cantidad y calidad en una sucesión de impecables victorias electorales. Porque si la revolución bolivariana es campeona en democracia participativa, sus credenciales en democracia electoral guardan un armónico equilibrio con aquella.
Con Chávez no pueden medirse ni de lejos en sufragios, y menos por la fuerza. A más contrarrevolución, más se radicaliza la revolución bolivariana.
Como prometió el presidente desde meses antes de arrasar en las elecciones de diciembre pasado, Venezuela marcharía hacia el socialismo con base en una importante reforma constitucional. Un socialismo desde abajo, de consejos comunales y de obreros, campesinos y estudiantes constituidos en poder popular, con facultades para gobernar en su esfera de acción. Una nueva organización político-geográfica encaminada a liquidar las asimetrías entre regiones y entre campo y ciudad, y a un desarrollo económico y social armónico, proclive a una distribución justa del poder.
Un ejército “patriótico popular” para defender la soberanía. Un nuevo Estado socialista, que remplazará al actual, lastrado por la burocracia y la corrupción. Una economía regida por el interés colectivo y la propiedad social y comunal, donde la propiedad privada tendrá participación si se sujeta a esa regla, y un banco central y reservas internacionales subordinados a esos fines. La jornada laboral será de seis horas para dar a los trabajadores tiempo para instruirse, cultivarse y aportar a la comunidad, creando decenas de miles de nuevos empleos que pongan fin a la economía informal. Los trabajadores por cuenta propia y de la cultura tendrán acceso a los beneficios de la seguridad social.
Todo eso va incluido en la propuesta de reforma constitucional, que debe aprobarse próximamente por la Asamblea Nacional y es debatida al mismo tiempo exhaustivamente por el pueblo venezolano y las bases del partido revolucionario en construcción, con el fin de someterla a referendo en diciembre de este año.
Se propone la relección presidencial continua, pero sujeta a revocación, como todos los cargos electivos. Nada de copiar el sacrosanto patrón yanqui de mudar de gerente del capitalismo cada x años, aunque mirando a otro lado ante regímenes que le son afines, como las petromonarquías árabes.
Será el pueblo venezolano el que decida cuánto tiempo gobernará el actual mandatario, pero está claro que la mayoría no sacrificará las excepcionales cualidades de estratega y de conductor de su líder por complacer a sus enemigos. Hay Chávez para rato.
Los capitalistas, por cierto, no han tenido reparo en alargar el mandato de sus caudillos cuanto les ha convenido. Ergo Roosevelt, Adenauer, Felipe González, et al.
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