Pírrica o de m…, la victoria obtenida el 2 de diciembre de 2007 por los grupos opositores a Hugo Chávez y al proceso revolucionario venezolano ha supuesto develar un hecho notorio en las filas bolivarianas, pero que fue obviado cada vez, alegándose que aún no era su momento: la carencia de una sólida formación revolucionaria, capaz de fomentar una conciencia verdaderamente crítica que enfrentara de forma palmaria cualquier argucia y plan desestabilizador por parte de la contrarrevolución. Esta constituye, sin duda, el principal escollo a vencer por los sectores revolucionarios y progresistas, ya que la revolución bolivariana hasta ahora ha descansado primordialmente en las iniciativas y el carisma de Chávez, cosa que atenta contra la estabilidad y desarrollo de la revolución misma, siendo desaprovechadas las nuevas realidades políticas, sociales y económicas desencadenadas que facilitarían asentar de modo definitivo y exitoso lo que sería el socialismo del siglo 21.
Este es un asunto que Chávez resalta con cierta periodicidad, sólo que no recibe -de forma entusiasta y decidida- un respaldo oficial mínimo de quienes componen la nueva clase política surgida a su alrededor desde 1998 y posteriormente. Algo que quiso solventar el Presidente a través del llamado Tercer Motor Constituyente “Moral y Luces”, a fin de estimular entre sus millares de seguidores el debate de ideas y la elaboración de una plataforma teórica básica propia que ayudara a darle solidez e independencia al mismo proceso revolucionario a partir de lo emprendido oficialmente por el Presidente, sin que fueran limitadas las iniciativas provenientes de las bases populares. Sin embargo, lo que conspira substancialmente contra ello es, justamente, la misma carencia de formación revolucionaria presente en muchos de los dirigentes chavistas; lo que repercute de manera totalmente negativa en la consecución del cambio estructural que ayudaría a definir mejor lo que es la revolución bolivariana y el socialismo del siglo 21, en consonancia con los postulados y la práctica de una democracia realmente participativa y protagónica como se quiere instaurar en Venezuela desde 1999.
Para superar este grave escollo hay que emprender, por tanto, una batalla cultural sostenida. Sin tregua y en todos los campos. Será una dura batalla, pero vital, si se quiere garantizar la continuidad y el fortalecimiento del proyecto bolivariano. “Se requiere -según lo acotado por Amílcar J. Figueroa en su obra La revolución bolivariana: Nuevos desafíos de una creación heroica- que todos los militantes y, en general, todo nuestro pueblo, posean un manejo profundo de la sociedad en que vivimos, un amplio conocimiento de su historia y del proyecto de cambio que construyen y defienden. Sólo de esta forma, podremos acometer con éxito la enorme tarea cultural que implica la transformación de la conciencia para que adquiera la cualidad revolucionaria”. No obstante, esa enorme tarea cultural debe enfrentar, primeramente, los paradigmas representativos (y capitalistas) que predominan en todos los estamentos oficiales del Estado para, de seguidas, atreverse a inventar nuevas maneras de concebirse y de conducirse el poder, con la seguridad de ser éste ejercido directamente por el pueblo, no solamente en lo político, sino también en las demás esferas de la sociedad, como se derivaría de la aplicación de la propuesta socialista.
Ciertamente, si no existe una voluntad creadora y decidida, dirigida a derribar esta grave deficiencia, es inevitable que el proceso revolucionario bolivariano sea víctima de sus propios errores. Esto deben asumirlo con responsabilidad, eficacia y a tiempo, todos los revolucionarios, de manera que la revolución sea una realidad concreta y no una simple aspiración.-
HOMAR GARCÉS
¡¡¡REBELDE Y REVOLUCIONARIO!!!
¡¡Hasta la Victoria siempre!!
¡¡Luchar hasta vencer!!
mandingacaribe@yahoo.es