Contra el malestar

I.-
Una de las mayores tragedias que ha suscitado el reciente giro de la estrategia propagandística opositora, ha sido la multiplicación virulenta de un cierto tipo de discurso "científico" sobre lo social, que ha terminado por convertirse en sentido común. (Créame cámara: si yo ocupara su lugar, también estaría a punto de abandonar la lectura, y me dispondría a invertir mi tiempo en otras más edificantes. En mi defensa, me veo obligado a declarar que jamás he bostezado tanto intentando desentrañar la lógica de discurso alguno. Lo que sigue es un intento por convertir aquel sentido común en algo realmente digno de ser leído.)

Con sentido común me refiero aquí al discurso predominante en la actual coyuntura política, entre los representantes de la vieja clase política, la clase empresarial, la jerarquía católica, los ¡es-tu-dian-tes!, las autoridades universitarias, los académicos, por supuesto los periodistas, y en general entre la muy amplia gama de opinadores y expertos que desfilan por los medios opositores. Es cierto que la oposición jamás ha carecido de opinadores y expertos dispuestos a lanzarse al ruedo mediático. Es igualmente cierto que toda la fauna opositora ha presumido siempre y sin vergüenza de un saber autorizado que le otorgaría el derecho divino a seguir conduciendo los destinos del país.

Pero algo sucedió en 2007.

Sucedió no sólo que los ¡es-tu-dian-tes! aparecieron en escena, relegando a la vieja clase política a ocupar su lugar tras bastidores. Sucedió también que el discurso de los académicos desplazó momentáneamente al discurso de los políticos. Durante algunas semanas, la flor y nata de la juventud universitaria nos habló de derechos civiles, mientras renegaba explícitamente de la política. Inmediatamente les acompañaron las autoridades universitarias, que no desperdiciaron ocasión para denunciar las supuestas amenazas que se cernían sobre una autonomía universitaria que ningún estudiante de la Misión Sucre sabe aún qué significa.

Pronto, este discurso de los académicos dio paso a un discurso académico, en sentido estricto, que aún sirve de fundamento a todo el discurso opositor: ese que hace énfasis en la crítica de la gestión del gobierno bolivariano. Así pasamos de una Soledad Bravo entonando Me gustan los estudiantes - de esa inmortal Violeta Parra a la que debemos más de un desagravio - a la oposición en pleno coreando ¡Que viva toda la ciencia! La consigna política fue cediendo el paso progresivamente a la fraseología científica-social del tipo Universidad Católica Andrés Bello, hasta llegar al extremo que hoy podemos observar: las ciencias sociales reducidas a meras consignas políticas.

Yo sé de qué les hablo: si hay algo más aburrido que escuchar al sociólogo-promedio de la Universidad Central de Venezuela, es someterse a la tortura de la que son capaces sociólogos del talante intelectual de un Luis Pedro España, con su Proyecto Pobreza y su Acuerdo Social. A esta gente ha recurrido la oposición en pleno para demostrar "científicamente" que la pobreza en Venezuela no ha disminuido, sino que ha aumentado... y un infinito etcétera.

La nueva intelligentsia opositora es eficaz no por inteligente, sino porque dota de nuevas consignas al discurso opositor, haciéndolas pasar por análisis "científicos" que demostrarían la ineficiencia sin precedentes del actual gobierno. Son los representantes del saber por excelencia, del saber "científico", acudiendo al auxilio de una vieja clase política que ya no tiene nada que enseñarnos. Esta intelligentsia ocupa lugares estratégicos, y hasta dispone de una columna dominical en el último de los diarios venezolanos - algún día nacerá un nuevo periodismo impreso digno de llamarse tal. En la edición de Últimas Noticias del domingo 17 de febrero de 2008, el profesor Víctor Maldonado - también integrante de ese "think tank" que es Acuerdo Social - nos ofrece como diagnóstico autorizado lo siguiente:

"No hay una camarilla de conspiradores que intentan derrocar al gobierno a través de la especulación o el acaparamiento. Tampoco hay una guerra biológica en marcha, en razón de la cual el dengue y el resto de las enfermedades que ahora nos asolan, nos están ganando la batalla. Mucho menos hay una conspiración de criminales empeñada en embestir los esfuerzos para atajar la inseguridad. Ni contrarrevolucionarios empeñados en hacer fracasar el proyecto educativo bolivariano. Ni podemos creer que la PDVSA endeudada está sufriendo los embates de una conspiración mediática, ni la guerra con Colombia es el resultado del interés de los canales privados. Nada de eso. No hay ninguna otra conspiración que la más ramplona ineficiencia. No hay ningún otro culpable que la incapacidad y la distracción con la que se ha gobernado al país. Los resultados están a la vista. El culpable también".

Dato sin relevancia: Víctor Maldonado, profesor de la Católica, es también Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Caracas. Si se anima, entre a la
web y lea usted mismo el discurso del Presidente de la Junta Directiva de la Cámara, Roberto Ball Zuloaga, intitulado así: "Ball Zuloaga: El capitalismo es la única forma conocida por la humanidad para reducir la pobreza de las mayorías". Ha leído bien: "por la humanidad". El capitalismo convertido en el principio y el final.

Eso que se nos vende - literalmente - como análisis "científico" de la situación social, o como riguroso diagnóstico de las políticas públicas del gobierno bolivariano, no es más que el discurso de la clase empresarial con ropaje académico. Leyendo la misma web de Acuerdo Social cualquiera puede enterarse de la feliz "coincidencia" que dio origen a la iniciativa:

"En 1997 ocurre una coincidencia que no suele ocurrir en muchas ocasiones. A lo que era una inquietud de la Universidad Católica Andrés Bello, la preocupación por el acelerado crecimiento de la pobreza en nuestro país, un grupo de empresarios interesados por este tema, deciden apoyar a la Universidad en la realización de una investigación a largo plazo que preguntara sobre las causas de la pobreza en Venezuela y apuntara decididamente en (sic) proponer alternativas de solución".

Tal vez haya sido la misma "inquietud" la que motivó a los académicos de Acuerdo Social a participar en la elaboración de aquel
Pacto Democrático por la Unidad y Reconstrucción Nacional, de octubre de 2002, impulsado por aquella Coordinadora Democrática de Venezuela de la que ya nadie quiere acordarse. Para entonces, nuestros académicos permanecían en la retaguardia, intentando hacer presentable un eventual programa de gobierno opositor, mientras los partidos políticos de la derecha, Fedecámaras, la CTV y la "sociedad civil" le apostaban a un discurso insurreccional contra la revolución bolivariana.

Cinco años después, pasaron a la vanguardia. Hoy escuchamos por todas partes, en todo momento, el mismo discurso que nos ilumina sobre las verdaderas causas del desabastecimiento, la escasez o la inseguridad. Después del 2D, la misma clase empresarial que intenta someternos mediante lo que alguno de los nuestros ha llamado la "guerra del hambre", no ha hecho más que repetir hasta el infinito variantes de la consigna central: "Ahora ¡gobierna!". Así titulaba Luis Pedro España un libelo publicado en El Nacional, pocos días después del referéndum. Con este párrafo concluía:"

¿Qué clase de revolución es ésta? ¿En qué sentido ha mejorado la situación de los pobres? Ha llegado la hora de gobernar. No hay más excusas, el Gobierno tiene el andamiaje, los recursos y el poder para resolver los problemas de vivienda, inseguridad, empleo, inflación y desabastecimiento que diferencialmente afecta más a los pobres. Gobiernen para que demuestren si tienen interés y capacidad de resolver los problemas del pueblo".

Poco importa que la clase empresarial esté comprometida hasta el fondo en una estrategia que persigue crear todas las condiciones que hagan imposible resolver estos mismos problemas. Nuestra elite económica no tiene nada que demostrar, ni siquiera si realmente tiene algún interés en "resolver los problemas del pueblo". En esto consiste el sentido común que viene propagándose como una epidemia. Pero lo más importante: la actual coyuntura nos ha revelado el tipo de saber que producen, por regla general, las universidades. Un saber cuya eficacia depende de su capacidad para convertirse en el más banal de los lugares comunes, y un elocuente indicador de la miseria del estamento universitario.

II.-
Este sentido común que pretende imponer la intelligentsia opositora es el equivalente de lo que Boaventura de Sousa Santos ha llamado "epistemicidio", que no sólo "implica la destrucción de prácticas sociales y la descalificación de agentes sociales que operan de acuerdo con el conocimiento enjuiciado"
[i], sino también, en el caso que nos ocupa, la degeneración del saber al estado de balbuceo repetitivo, propagandístico y poco ingenioso. Es lo que Carlos Andrés Pérez - les advertí que intentaría renombrar lo innombrable - llamaría un "autosuicidio" epistemológico.

Pero volviendo a Boaventura, el principal efecto de poder que produce este epistemicidio opositor no es, como pudiera sospecharse desde el inicio, el descrédito de la gestión gubernamental. La estrategia consiste en capitalizar un malestar preexistente en la base social de apoyo a la revolución, expandirlo, multiplicarlo y propiciar el desaliento. Ese mismo chavismo que ha padecido durante años la "demonización, trivialización [y] marginalización"[ii] de los medios opositores - cuando no ha sido simplemente silenciado y ocultado - ahora reaparece en las pantallas de televisión con la mala nueva de la basura en las calles, del módulo de Barrio Adentro que no funciona, de las calles en mal estado, del familiar que fue asesinado por el hampa o del producto de la canasta básica que no se consigue en la bodega.

Ciertamente, la casi nula voluntad de los medios oficiales para recoger estas mismas denuncias ha dejado el camino despejado a los medios privados. Sin embargo, sería mezquino desconocer el reciente esfuerzo gubernamental por revertir esta tendencia. Se trata, a mi juicio, de un giro táctico correcto, sin más, no sólo porque es la única manera de recuperar el terreno perdido, sino sobre todo porque podríamos estar sentando las bases de una comunicación genuinamente democrática, al margen de la propaganda y la "publicidad engañosa" a la que ya me refería en otro artículo.

El asunto es que este sentido común opositor no es nada sin el malestar popular. En el malestar reside su fuerza. Pura pasión triste. Quizá unos meses atrás era preciso reivindicar el malestar, en ese contexto de triunfalismo e invencibilidad que precedió al 2D, y frente a los que silencian toda crítica porque «todo está bien». Pero creo que nos ha llegado el momento de ir más allá, de ir contra el malestar. Esto no quiere decir, por supuesto, que no existan razones para el descontento, ni tampoco equivale a domesticar la crítica ni a ser condescendientes con la acción de gobierno. De hecho, más allá de ésta última, y si esto de verdad es una revolución, es mucho lo que hay que cuestionar.

La clave sería: ¿cómo realizar la crítica? O planteado de otra forma: ¿cómo convertir el malestar difuso en crítica concreta de los problemas, sean estos el acaparamiento, Globovisión, la burocracia que carcome las estructuras de un Estado que sigue siendo burgués, la corrupción, la "derecha endógena" o, más reciente, la tendencia a asimilar toda iniciativa popular autónoma con el "ultraizquierdismo"? ¿De qué vale expresar el propio malestar en relación con cualquiera de estos problemas, si el esfuerzo no trasciende el estado de la "opinión" y no es capaz de convertirse en lo que, siguiendo a Boaventura, podría llamarse un "nuevo sentido común", portador de un saber con la potencia suficiente como para realizar una crítica demoledora de aquellos problemas? Porque un problema, sea cual fuere, sólo puede resolverse si está planteado de manera correcta. Este "nuevo sentido común", que no será obra de ningún iluminado, sino producto de la inteligencia - y de la praxis - colectiva, será el que nos permita el planteamiento correcto de los problemas. Mientras no seamos capaces de producir este "nuevo sentido común", estaremos a merced tanto del sentido común opositor, como de aquel otro, profundamente autoritario y antidemocrático, que intenta imponer a toda costa el ala conservadora del chavismo.

Antonio Gramsci - cuyas reflexiones sobre el "sentido común" también deberíamos revisar - iniciaba un brevísimo texto, Diletantismo y disciplina, reunido en sus Cuadernos de la cárcel, con las siguientes palabras: "Necesidad de una crítica interna severa y rigurosa, sin convencionalismos y sin medida". Pero una crítica de esta naturaleza debía desterrar "la improvisación, el 'talentismo', la pereza fatalista, el diletantismo fantasioso, la falta de disciplina intelectual, la irresponsabilidad y la deslealtad moral e intelectual". Es decir, ni habrá crítica que valga ni será posible la construcción de un "nuevo sentido común", si no van acompañados de un mínimo de rigor intelectual. Cuando éste falta, sólo nos queda todo cuanto ha enumerado Gramsci. Formas del malestar. Sobre todo, en nuestro caso, mucho de "pereza fatalista". No es posible combatir la disciplina entendida como domesticación de la crítica, si ésta última no se realiza con un mínimo de "disciplina intelectual" que, insistimos, no será cosa de intelectuales iluminados.

En el mismo texto, Gramsci anota unas reflexiones que son dignas de releerse tres y hasta cuatro veces, por su cercanía con nuestra situación:

"Pero no se puede hablar de elite-aristocracia, de vanguardia, como de una colectividad indiferenciada y caótica a la cual, por la gracia de un misterioso espíritu santo u otra misteriosa y metafísica deidad desconocida, desciendan la inteligencia, la capacidad, la educación, la preparación técnica, etc. Y, sin embargo, esa concepción es frecuente. Se refleja en pequeño lo que ocurría a escala nacional, cuando el Estado se entendía como algo abstracto, separado de la colectividad de los ciudadanos, como un padre omnipotente que ya pensaría en todo, proveería a todo, etc.; a eso se debe la falta de una democracia real, de una real voluntad colectiva nacional, y, por tanto, con esa pasividad de los individuos, la necesidad de un despotismo más o menos larvado de la burocracia. La colectividad tiene que entenderse como producto de una elaboración de la voluntad y el pensamiento colectivos, conseguida a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal ajeno a los individuos; de aquí la necesidad de la disciplina interior, y no sólo de la disciplina externa y mecánica. Si tiene que haber polémicas y escisiones, no hay que tener miedo de enfrentarse con ellas y superarlas; son inevitables en estos procesos de desarrollo, y evitarlas significa sólo retrasarlas hasta el momento en que realmente serán peligrosas o incluso catastróficas, etc.".

Dejemos de lado lo referente a la "elite-aristocracia" y hagamos un par de comentarios sobre el asunto del Estado. Tal y como escribía Gramsci, el Estado no es "algo abstracto, separado de la colectividad de los ciudadanos, como un padre omnipotente que ya pensaría en todo, proveería de todo...". El Estado es, ante todo, determinadas relaciones de fuerza. Partamos del supuesto de que la actual correlación de fuerzas nos indica que el Estado venezolano es de carácter eminentemente burgués y en razón de esto, lejos de servir de "instrumento" para profundizar la revolución bolivariana, tiende a obstaculizar su curso. Pues bien, si partimos de este supuesto, no basta con repetirlo una y otra vez, hasta convertirlo en una consigna vacía, que no nos dice nada. Como escribió alguna vez Michel Foucault - otro tipejo digno de ser leído - no podemos hacer del Estado "una especie de gendarme que venga a aporrear a los diferentes personajes de la historia"
[iii]. En cambio, tendríamos que ser capaces de desentrañar la lógica según la cual funciona el Estado, identificar a nuestros adversarios, pero quizá sobre todo a nuestros aliados, que los hay.

La crítica del Estado "como algo abstracto" reproduce la lógica tanto del sentido común opositor como la del chavismo conservador. Como lo ha planteado Erik del Búfalo en un buen artículo, ambos sentidos comunes - con algunas diferencias de grado, pero no de naturaleza - promueven el desaliento, la pasividad, la frustración, el desencanto entre la base social del chavismo. En la medida en que continuamos inmersos en esta lógica, nuestra denuncia de la burocracia, lejos de contribuir a su debilitamiento, refuerza "la necesidad de un despotismo más o menos larvado de la burocracia", y nuestra legítima aspiración de una democratización radical del proceso bolivariano termina reducido a "la falta de una democracia real".

No planteo que opongamos al malestar un entusiasmo ingenuo, acrítico y voluntarista - que no es más que otra forma de pasividad -, sino la combatividad con rigor intelectual. Tal cual lo plantea Gramsci, la constitución de la subjetividad revolucionaria "tiene que entenderse como producto de una elaboración de la voluntad y el pensamiento colectivos, conseguida a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal ajeno a los individuos". Combatamos, claro que sí, "la deslealtad moral e intelectual". Pero que alguien me explique cómo podemos lograrlo coreando la consigna: "Lo que diga Chávez".

III.-
En su intervención ante la Asamblea Nacional, el pasado 11 de enero, Chávez se propuso realizar "una evaluación autocrítica, descarnada, sobre la cual se puedan construir, con optimismo, confianza y fuerza individual y colectiva renovadas, las bases de un nuevo impulso, rumbo a nuevos horizontes". Lo hizo partiendo de la premisa de que es necesario oír "todas las voces con que el pueblo habla y en todos sus lenguajes, unos abiertos y otros subterráneos". La autoevaluación abarcó tres órdenes: su desempeño como jefe de Estado, líder político y jefe de gobierno. Según su criterio - y en el de un "amigo" al que consultó días antes de su alocución-, habría pasado la prueba en los dos primeros. Pero sobre su actuación como jefe de gobierno afirmó sentirse "mucho menos satisfecho":

"He destacado a lo largo de mi informe los logros en el plano económico, en el plano social, en los índices de calidad de vida, en la construcción de infraestructura que ya la gente conoce y la gente valora. Pero... mi ética revolucionaria me obliga a reconocer los errores y defectos del conjunto del sistema de gobierno en todos sus niveles, que también la gente conoce y sufre. Parto del principio de que el pueblo sabe lo que salió bien y el pueblo sabe lo que salió mal. Al pueblo no se le puede engañar con ningún tipo de eslogan ni con manipulaciones demagógicas".

Más adelante se interrogaba:

"¿Por qué un gobierno revolucionario no ha podido en 9 años cambiar la terrible situación de las cárceles venezolanas, por ejemplo? ¿Por qué razón? ¿Por qué la inseguridad sigue siendo un problema tan grave en los pueblos... en los barrios? ¿Por qué? ¿Por qué no hemos podido solucionar problemas tan graves que azotan a nuestro pueblo en cada esquina, en cada casa, en cada vida, en cada niño, en cada mujer, en cada familia, en cada existencia cotidiana? ¿Por qué ¿Por qué sigue tan fuerte y descarado el contrabando que nos hace mucho daño, el contrabando de extracción, por ejemplo? ¿Por qué? ¿Cuál es la razón de la impunidad? ¿Por qué las mafias siguen incrustadas en las estructuras de los servicios que le pertenecen al pueblo, que le pertenecen a la gente? ¿Por qué? ¿Por qué... las gestiones ante las instituciones públicas siguen siendo una pesadilla para el ciudadano común? ¿Por qué? ¿Cuándo acabaremos con los chantajes abusivos de la permisología? ¿Cuándo? ¿Por qué nos cuesta tanto producir bienes del uso diario, consuetudinario? ¿Por qué seguimos consumiendo tantos alimentos provenientes de otros países? ¿Por qué la corrupción no la hemos podido frenar y mucho menos derrotar? ¿Por qué? ¿Por qué? Todos los días debemos hacernos esas preguntas y buscar la respuesta en lo individual y en lo colectivo".

Anunciaba de esta forma su disposición a lanzar una contraofensiva que hiciera frente al sentido común opositor, y que mitigara el malestar popular derivado de la mala gestión gubernamental. Efectivamente, desde entonces Chávez ha concentrado casi todos sus esfuerzos en atender los problemas enumerados arriba, y justo sería reconocer que, en el corto plazo, ha obtenido relativo éxito, retomando la capacidad de iniciativa y relanzando aquellas políticas a las que debe buena parte de su apoyo popular: las Misiones sociales.

Sin embargo, es la opinión de este servidor que al Chávez-líder político le correspondería proceder tal y como lo hiciera el Chávez-jefe de gobierno: ¿en los días previos a su autocrítica pública se detuvo algún segundo a considerar que con sus palabras podría estar dándole "armas al enemigo"? De hecho, es preciso recordar que Globovisión tomó la parte del discurso en que Chávez se planteaba las preguntas de allá arriba, y la convirtió en uno de sus micros: "Usted lo vio por Globovisión". ¿Ha debido Chávez dejar de decir lo que dijo, so pretexto de que "la ropa sucia se lava en casa"? Por supuesto que no. Más aún: el hecho de que hubiera decidido hacerlo en momentos en que el grueso de las baterías mediáticas opositoras apuntan a la gestión gubernamental, le otorga mayor mérito. El cámara salió aquel día decidido a reconocer el problema, lo que no es poca cosa, puesto que difícilmente puede uno resolver un problema que ni siquiera ha reconocido como tal.

Pero no ha ocurrido así con problemas relacionados con la dirección política de la revolución bolivariana. O digamos más bien que la dirección política del proceso bolivariano, Chávez incluido, no ha reconocido dichos problemas en su justa dimensión. El malestar popular no tiene su origen, exclusivamente, en las deficiencias de la gestión del gobierno bolivariano. El pasado 2D, por ejemplo, no operó sólo un "voto castigo" contra la ineficiencia gubernamental. El malestar se relaciona con algunos de los problemas que ya he anotado arriba: la burocracia estatal, la corrupción, la sospecha de que algunos de los funcionarios más cercanos a Chávez estarían aprovechándose de su posición privilegiada para enriquecerse ilícitamente, mientras le hablan al pueblo de revolución o de socialismo. El malestar está asociado a la grosera ostentación de riqueza por parte de esos mismos funcionarios. La amnistía que se les concediera a muchos golpistas, consideraciones tácticas aparte, produjo malestar. Antes, el proceso de elaboración a puertas cerradas de la propuesta de reforma constitucional, y la infinita incapacidad de la Asamblea Nacional para propiciar lo contrario de un simulacro de participación popular, también produjeron malestar. El proceso de conformación del PSUV, las luchas intestinas, el fraccionalismo, el clientelismo, han producido malestar. La ausencia de sanciones contra Globovisión es una fuente permanente de malestar. Completamente de acuerdo con que todo lo anterior parece un rosario de quejas. Pues bien, cámaras, en eso consiste precisamente el malestar.

Frente al malestar se puede proceder, para resumir la cuestión, de tres formas. Las dos primeras serían: hacer como quien esconde la basura debajo de la alfombra o someter a revisión profunda las fallas de la dirección política de la revolución, como paso previo a la oportuna rectificación, allí donde ésta sea necesaria. Para llevar a cabo esta revisión es preciso saber comprender los lenguajes populares, abiertos o subterráneos, de los que nos hablaba Chávez el pasado 11 de enero. A la tercera opción ya me referí antes, y es complementaria de la segunda: ser capaces de construir un "nuevo sentido común", con una buena dosis de rigor intelectual.

Acciones recientes, como la colocación de algunos niples por parte del grupo guerrillero Venceremos y la posterior toma del Palacio Arzobispal por parte de Lina Ron y algunos colectivos populares - una de cuyas demandas fue el cese de los allanamientos en el 23 de Enero - son signos elocuentes de este malestar. La marcha que realizara la Asamblea Popular Revolucionaria de Caracas el pasado 27 de febrero, fue el primer ensayo de los movimientos articulados en dicha Asamblea por ir más allá de ese mismo malestar. A contracorriente de la opinión generalizada entre la dirección política de la revolución, dichas acciones no responden a la supuesta infiltración de la CIA. Peor aún: la apelación constante a este argumento profundiza el malestar, en lugar de apaciguarlo. La misma marcha de la Asamblea, concretamente una de sus consignas -"No queremos ser gobernados, queremos gobernar" - ha sido blanco de las duras críticas de Chávez. La misma consigna ha sido interpretada equivocadamente como la demostración de que han reaparecido las tendencias "anarcoides" que propugnan por la tesis del "antipoder". Nada más alejado de la realidad. Dicha interpretación refleja el desconocimiento de las dinámicas de ciertas iniciativas populares. Lo preocupante es que, como consecuencia de este desconocimiento, se miden con el mismo rasero acciones políticas de distinta naturaleza.

El ultraizquierdismo ha sido siempre, en todas partes, una expresión de impotencia política, de la incapacidad de interpretar con justeza el momento político, de desesperación, indisciplina y aventurerismo. Pero lo que estamos obligados a entender es que ese malestar difuso al que tanto me he referido aquí, es el caldo de cultivo perfecto para la aparición en escena de las acciones ultrosas. En consecuencia, el problema no se resuelve mediante la aniquilación moral de los cámaras que puedan estar recurriendo a métodos de lucha errados. El problema se resuelve atacando las causas que han dado origen al malestar. Si es cierto que el grupo guerrillero Venceremos le está haciendo un flaco servicio a la revolución colocando un niple frente a Fedecámaras, es sencillamente inaceptable que un
Mario Silva se refiera al hecho en los siguientes términos: "Bueno compañero, el que juega con bombas se les tienen que explotar algún día. Y esto no es duro decirlo. Ahí murió un venezolano. Pero, ¿murió haciendo qué? Haciendo terrorismo, compañeros".

Releamos una vez más a Gramsci: "Si tiene que haber polémicas y escisiones, no hay que tener miedo de enfrentarse con ellas y superarlas; son inevitables en estos procesos de desarrollo, y evitarlas significa sólo retrasarlas hasta el momento en que realmente serán peligrosas o incluso catastróficas". Bienvenido el debate a lo interno de las filas revolucionarias. Pero no convoquemos al debate como quien hace una concesión frente a los equivocados de siempre. Porque errores, incluso los más graves, los cometemos todos.

[i] Santos, Boaventura de Sousa. Crítica de la razón indolente. Editorial Desclée de Brouwer, S.A. Bilbao, 2003. Pág. 276.
[ii] Santos, Boaventura de Sousa. Op. Cit. Pág. 278.
[iii] Foucault, Michel. Nacimiento de la biopolítica. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2007. Pág. 21.
 
 


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Reinaldo Iturriza López

Ministro del Poder Popular para las Comunas

 reinaldo.iturriza@gmail.com      @ReinaldoI

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