Antes de Juan Jacobo Rousseau, ingenuo pensador burgués, al hombre se le daba por malo desde “ñema” (ab ovo), y se le consideraba culpable a priori a quien resultara sospechoso de comisión de algún delito. Nicolo Maquiavelo fue un excelente teórico de esta primitiva convicción sociológica. Pongamos por caso, en los juicios incoados contra una persona, ésta, a priori, debía probar su inocencia. Con Rousseau empezó la época de considerar al hombre ínsitamente bueno e inocente hasta que el Estado, a posteriori, le comprobara lo contrario. Este derecho Rusoniano está vigente y es recogido en las leyes y Constituciones del mundo moderno.
J.J.R. creyó en un Estado “aclasista” cuyo tren burocrático debía servir a la ciudadanía con respeto igualitario para todos los contribuyentes. Imaginó y abogó por un Estado contratista que se encargaría de administrar justicia y velar por una sana gerencia pública. Desafortunadamente la experiencia política ha demostrado que tal “Contrato Social” es una utopía y una mentira burguesa habida cuenta de que, hasta por definición, el Estado es un apéndice político de la clase dominante capitalista.
Desde luego hay espejismos que parecieran indicar la posibilidad de un Estado burgués bueno y rusonianamente concebible. Por ejemplo, algunos países de la Europa Occidental tienen rasgos de una sana administración política, y de un cabal cumplimiento del Contrato Social. Por lo menos dan a sus habitantes un trato mucho más digno que el que imparte a los suyos la burocracia Meso y Suramericana.
Pero ese es un espejismo sociológico. Tales Estados, tales países, pueden efectivamente ser mejor administrados y contar con excelentes burócratas moral y académicamente bien formados, menos inútiles para resolver los problemas populares, si se los compara con los gobernantes venezolanos, digamos por caso, pero esto es debido a que casi todos esos países tienen cientos de años viviendo a costillas de nosotros. Llevan ya más de 500 años explotándonos de mil maneras y con mil mentiras culturales, educacionales, religiosas, políticas y económicas.
Porque la rentabilidad capitalista no es uniforme a nivel mundial. Esa rentabilidad responde a valores estadísticos, es una medida máximamente macroeconómica y mundial.
En esos países el grado de explotación y de extracción de plusvalor es menor que la rentabilidad impuesta a países como Brasil y Venezuela, ya que sencillamente sus patronos se ayudan mucho con el “ultraplusvalor” que logran extraer de estas tierras americanas, gracias al concurso de los consabidos gobernantes maulas, apátridas y genuflexos. Gracias a gobernantes y burócratas buenos para crear más problemas que los que resuelven, pero cuya posible solución llenó las más diversas promisiones de sus campañas electorales.
En aquellos países la rentabilidad está subvalorada porque sus trabajadores reciben un mejor salario y mejores servicios públicos y cuyo financiamiento y costeo va con cargo a sobre plusvalores extraídos de la Primitiva América Central y del Primitivo continente Suramericano, entre otras regiones no menos primitivas aún.
La idea rusoniana ha sido aplaudida y aplicada con justificada alteridad y solidaridad humanas. Desgraciadamente también ha resultado muy idealista e inaplicable. Hoy por hoy se emiten juicios a priori, y hasta se encarcela durante años a inocentes pendientes de sentencias firmes. Y paralelamente, se exculpa, se amnistía y se indulta a asesinos y delincuentes de comprobada y notoria actuación delictiva.
La mayoría de las Constituciones burguesas reserva al Presidente republicano su derecho al indulto aplicable a condenados con firmes sentencias burgués y económicamente poderoso. Aquí observamos una clara correspondencia cronológica actual con el arcano Derecho Romano bíblicamente conocido como el caso “Barrabás”.
Cuando J. J. R. lanzó su humanitarista criterio, el régimen burgués se hallaba en ciernes. A estas alturas observamos un Estado burgués, inocultablemente desviado y dirigido al servicio incondicional de la clase económica y jurídicamente poderosa. El ejemplo más palmario de inoperancia estatal lo observamos en el reiterado fracaso político del tren gubernamental ofrecido por la Socialdemocracia Americana. Pareciera que los Presidentes y demás funcionarios de alto rango administrativo gubernamental fueran entresacados de la ciudadanía a punta de un currículum prefabricado y dirigido a la selección exclusiva de los más débiles, inmorales e incapaces funcionarios.
Los políticos que a diario vemos en funciones de gobierno proceden de una tribuna política donde el candidato con mayor probabilidad de triunfo es aquel que potencial y efectivamente demuestre una mayor eficiencia y eficacia para crear problemas, y no
La solución de esta problemática social sigue representando la teórica razón de ser de ese Contrato Social. En ese contrato el “buenote” de J, J. R. recogió la tarea de escoger gobernantes que sirvieran a todos, y ahora se ha convertido en un contratista parcializado soportado por un sistema democrático y electoral que suele elegir como mejor político al mejor creador de problemas. Efectivamente, los que conocemos sólo han servido para molestar a la ciudadanía, mediante arbitrariedades, impuestos indebidos, y para despilfarrar los retenidos, para alimentar la inescrupulosidad burocrática de cuanto pirata e inservible ciudadano es seleccionado como candidato y gobernante, en atención a una relación lineal que da la primera opción al más incapaz y que contrarrusonianamente margina lo mejorcito de su ciudadanía.
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