Tal
vez sea cierto que una nueva derecha sólo sea concebible como el
opuesto de algo que merezca llamarse nueva izquierda. Pero hasta la
"nueva" izquierda se ha convertido en una vieja fórmula. Y no nos
interesan las viejas fórmulas.
Nos interesan, eso sí, las izquierdas que aquí y allá, más temprano que tarde, se distinguieron por su crítica de la falsa dialéctica que obligaba a optar entre capitalismo o socialismo estalinista. Nos reconocemos en la larga y vieja tradición que se remonta a Trotsky, y aún al Lenin de la Carta al Congreso ("El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia"), y más atrás, a la luminosa y fundamental Rosa Luxemburgo de La revolución rusa, texto en el que polemiza con Lenin, y en el que señala las tensiones que atraviesan la experiencia soviética desde sus inicios: "El sistema social socialista sólo será y sólo puede ser un producto histórico, nacido de la escuela misma de la experiencia, en la hora de la realización, del devenir de la historia viva, la cual... tiene la buena costumbre de producir junto a una necesidad social real siempre también los medios para su satisfacción, a la par que las tareas también las soluciones. Planteadas las cosas en estos términos, está claro que el socialismo no puede imponerse... Como premisa del socialismo hay una serie de medidas de fuerza... Lo negativo, el derribo, puede hacerse por decreto. La construcción, lo positivo, no. Tierra virgen. Mil problemas. Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo una vida en ebullición sin trabas encuentra mil formas nuevas, improvisaciones, emana fuerza creadora, corrige ella misma todos los errores. La vida pública de los estados en los que la libertad está limitada es tan estrecha, tan pobre, tan esquemática, tan estéril, precisamente porque al suprimir la democracia se clausura la fuente viva de toda riqueza y de todo progreso espiritual... Igual que políticamente, también económica y socialmente. Las masas populares en su conjunto deben participar. En caso contrario, el socialismo se decreta, se impone desde la mesa de gabinete de una docena de intelectuales".
Sobre estas reflexiones de Rosa Luxemburgo analizaba Toni Negri en El poder constituyente: "En el difícil juego entre movimiento de las masas e iniciativa del partido toma ventaja el partido: esta superdeterminación del partido respecto a las masas significa la derrota de la democracia y la afirmación de una gestión dictatorial y burocrática".
El futuro del "socialismo del siglo XXI" se definirá en ese "difícil juego". ¿Cómo va el juego?
2.
Uno de los rasgos característicos de una nueva derecha venezolana sería su apropiación del discurso antifascista y antitotalitario. A la vez, una de sus principales falencias sería su casi absoluta dependencia del uso de las analogías históricas: una y otra vez sus portavoces anuncian haber descubierto, por ejemplo, puntos de coincidencia inocultables entre Hitler y Chávez, entre el nazismo y el chavismo. A ellos se refería Walter Benjamin cuando afirmaba: andan "en el pasado como en un desván de trastos, hurgando entre ejemplos y analogías”. Manuel Caballero es un verdadero experto en estos asuntos. Lo hace a menudo desde su columna semanal en el diario El Universal. No pudo evitar hacerlo a propósito de su incorporación como individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, en 2005.
En su discurso, don Caballero recordó cómo en la Italia de Mussolini se "convirtió la celebración del centenario de la muerte del Libertador también en ocasión de propaganda del régimen. Donde no faltó la exaltación del duce latinoamericano, el césar democrático, genio de la latinidad y fascista avant la lettre. De modo que no es sólo en Venezuela o en América Latina donde se ha utilizado la figura del Libertador como instrumento de legitimación política del autoritarismo". Nos recordó también que el afán por "abolir la historia" no es exclusivo ni original de "los venezolanos", sino que "se trata de una invención de los regímenes totalitarios, pero muy en especial del fascismo alemán". Y ponía un ejemplo: "En su condición de ocupante de la Francia vencida, Hermann Goering lo expresaba así en 1940: 'Se debe borrar el año 1789 de la historia'". Acto seguido citaba a Alfred Rosenberg: "Toda la historia de un pueblo se resume en su primer mito". Y a continuación de nuevo la analogía: "Es decir que toda la historia de un pueblo, y más aún, de toda la humanidad, no es más que un monstruoso accidente interpuesto entre la parusía de dos mitos. En el caso alemán, entre Sigfrido y Hitler; en el venezolano, entre Bolívar y quienquiera que pretenda vestir las ropas del sucesor, del profeta, de la reencarnación del mito".
La ventaja, si así puede llamársele, o más bien la trampa que se esconde tras este ejercicio intelectual, es que el aventajado se exime de toda explicación: en ningún momento nos explica en qué consiste el totalitarismo del régimen chavista. Al contrario, debemos acostumbrarnos a cierta lógica expositiva del tipo: Chávez es autoritario y fascista porque utiliza a Bolívar para legitimarse políticamente, como lo hizo Mussolini; o bien: Chávez es autoritario y fascista porque pretende abolir la historia, como lo hizo Goering; o ésta otra: Chávez es como Hitler, porque nadie más que Bolívar puede ser como Sigfrido. Al final de su discurso, y refiriéndose a un relato de Par Lagerkvist, concluye don Caballero: "Pocas veces hemos leído una sátira más certera sobre lo que el fascismo, en especial el alemán, llegó a hacer con su pueblo; pocas veces hemos visto descrito con más vivos colores la empresa que todo fascismo, todo totalitarismo, todo militarismo, emprende con su pueblo: reducirlo al estado de niñez mental. Acríticos, sumisos si bien llorones, obedientes al Padre Protector, crueles y despiadados". De lo que se desprende que el pueblo chavista se encuentra reducido, como el alemán, al estado de niñez mental: sumiso, despiadado, etcétera.
Así es muy fácil declararse "antifascista" y "antitotalitario", suponiendo como un hecho consumado, más allá de toda verificación, precisamente aquello que hay que explicar: al margen de toda abstracción y generalización, ¿qué sería lo específicamente fascista del chavismo? ¿O acaso el uso y abuso del apelativo se corresponderá, como puede sospecharse, con una empresa intelectual orientada a la negación radical de cualquier singularidad y potencialidad revolucionarias del chavismo, y a su inscripción arbitraria en la mediocre regularidad de los regímenes antidemocráticos? Imposible no recordar al Jean Pierre Faye de La crítica del lenguaje y su economía, que relee incrédulo los desatinos en que incurre Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo: "Para Hannah Arendt la comparación Hitler-Stalin se extiende por contagio a un perpetuo paralelo nazismo-bolchevismo. Desde la tercera página de su libro, en la edición francesa, nos topamos con formulaciones como ésta: «Es comprensible que un nazi o un bolchevique...» Esa retórica prosigue sin descanso. Su consecuencia lógica es dejar entender por repetición que los hombres antes de Hitler eran semejantes a los hombres de antes de Stalin... ¿Por qué no un paralelo entre Hinderburg y Lenin, entre Röhm y Trotsky? Pero, precisamente, se llega a ello. El capítulo sobre «El totalitarismo en el poder» se abre con la serie de los siguientes equívocos: «Encontramos en el slogan de Trostsky: revolución permanente, la caracterización más adecuada»... ¿De qué? «De la forma de gobierno que engendraron los dos movimientos»; o sea, bolchevismo y nazismo, desde luego. Y se desemboca en esta enormidad: «En lugar del concepto bolchevique de revolución permanente, encontramos la noción de selección racial, que nunca conocerá tregua» (!)" (Faye no puede más que exclamar).
Nos interesan, eso sí, las izquierdas que aquí y allá, más temprano que tarde, se distinguieron por su crítica de la falsa dialéctica que obligaba a optar entre capitalismo o socialismo estalinista. Nos reconocemos en la larga y vieja tradición que se remonta a Trotsky, y aún al Lenin de la Carta al Congreso ("El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia"), y más atrás, a la luminosa y fundamental Rosa Luxemburgo de La revolución rusa, texto en el que polemiza con Lenin, y en el que señala las tensiones que atraviesan la experiencia soviética desde sus inicios: "El sistema social socialista sólo será y sólo puede ser un producto histórico, nacido de la escuela misma de la experiencia, en la hora de la realización, del devenir de la historia viva, la cual... tiene la buena costumbre de producir junto a una necesidad social real siempre también los medios para su satisfacción, a la par que las tareas también las soluciones. Planteadas las cosas en estos términos, está claro que el socialismo no puede imponerse... Como premisa del socialismo hay una serie de medidas de fuerza... Lo negativo, el derribo, puede hacerse por decreto. La construcción, lo positivo, no. Tierra virgen. Mil problemas. Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo una vida en ebullición sin trabas encuentra mil formas nuevas, improvisaciones, emana fuerza creadora, corrige ella misma todos los errores. La vida pública de los estados en los que la libertad está limitada es tan estrecha, tan pobre, tan esquemática, tan estéril, precisamente porque al suprimir la democracia se clausura la fuente viva de toda riqueza y de todo progreso espiritual... Igual que políticamente, también económica y socialmente. Las masas populares en su conjunto deben participar. En caso contrario, el socialismo se decreta, se impone desde la mesa de gabinete de una docena de intelectuales".
Sobre estas reflexiones de Rosa Luxemburgo analizaba Toni Negri en El poder constituyente: "En el difícil juego entre movimiento de las masas e iniciativa del partido toma ventaja el partido: esta superdeterminación del partido respecto a las masas significa la derrota de la democracia y la afirmación de una gestión dictatorial y burocrática".
El futuro del "socialismo del siglo XXI" se definirá en ese "difícil juego". ¿Cómo va el juego?
2.
Uno de los rasgos característicos de una nueva derecha venezolana sería su apropiación del discurso antifascista y antitotalitario. A la vez, una de sus principales falencias sería su casi absoluta dependencia del uso de las analogías históricas: una y otra vez sus portavoces anuncian haber descubierto, por ejemplo, puntos de coincidencia inocultables entre Hitler y Chávez, entre el nazismo y el chavismo. A ellos se refería Walter Benjamin cuando afirmaba: andan "en el pasado como en un desván de trastos, hurgando entre ejemplos y analogías”. Manuel Caballero es un verdadero experto en estos asuntos. Lo hace a menudo desde su columna semanal en el diario El Universal. No pudo evitar hacerlo a propósito de su incorporación como individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, en 2005.
En su discurso, don Caballero recordó cómo en la Italia de Mussolini se "convirtió la celebración del centenario de la muerte del Libertador también en ocasión de propaganda del régimen. Donde no faltó la exaltación del duce latinoamericano, el césar democrático, genio de la latinidad y fascista avant la lettre. De modo que no es sólo en Venezuela o en América Latina donde se ha utilizado la figura del Libertador como instrumento de legitimación política del autoritarismo". Nos recordó también que el afán por "abolir la historia" no es exclusivo ni original de "los venezolanos", sino que "se trata de una invención de los regímenes totalitarios, pero muy en especial del fascismo alemán". Y ponía un ejemplo: "En su condición de ocupante de la Francia vencida, Hermann Goering lo expresaba así en 1940: 'Se debe borrar el año 1789 de la historia'". Acto seguido citaba a Alfred Rosenberg: "Toda la historia de un pueblo se resume en su primer mito". Y a continuación de nuevo la analogía: "Es decir que toda la historia de un pueblo, y más aún, de toda la humanidad, no es más que un monstruoso accidente interpuesto entre la parusía de dos mitos. En el caso alemán, entre Sigfrido y Hitler; en el venezolano, entre Bolívar y quienquiera que pretenda vestir las ropas del sucesor, del profeta, de la reencarnación del mito".
La ventaja, si así puede llamársele, o más bien la trampa que se esconde tras este ejercicio intelectual, es que el aventajado se exime de toda explicación: en ningún momento nos explica en qué consiste el totalitarismo del régimen chavista. Al contrario, debemos acostumbrarnos a cierta lógica expositiva del tipo: Chávez es autoritario y fascista porque utiliza a Bolívar para legitimarse políticamente, como lo hizo Mussolini; o bien: Chávez es autoritario y fascista porque pretende abolir la historia, como lo hizo Goering; o ésta otra: Chávez es como Hitler, porque nadie más que Bolívar puede ser como Sigfrido. Al final de su discurso, y refiriéndose a un relato de Par Lagerkvist, concluye don Caballero: "Pocas veces hemos leído una sátira más certera sobre lo que el fascismo, en especial el alemán, llegó a hacer con su pueblo; pocas veces hemos visto descrito con más vivos colores la empresa que todo fascismo, todo totalitarismo, todo militarismo, emprende con su pueblo: reducirlo al estado de niñez mental. Acríticos, sumisos si bien llorones, obedientes al Padre Protector, crueles y despiadados". De lo que se desprende que el pueblo chavista se encuentra reducido, como el alemán, al estado de niñez mental: sumiso, despiadado, etcétera.
Así es muy fácil declararse "antifascista" y "antitotalitario", suponiendo como un hecho consumado, más allá de toda verificación, precisamente aquello que hay que explicar: al margen de toda abstracción y generalización, ¿qué sería lo específicamente fascista del chavismo? ¿O acaso el uso y abuso del apelativo se corresponderá, como puede sospecharse, con una empresa intelectual orientada a la negación radical de cualquier singularidad y potencialidad revolucionarias del chavismo, y a su inscripción arbitraria en la mediocre regularidad de los regímenes antidemocráticos? Imposible no recordar al Jean Pierre Faye de La crítica del lenguaje y su economía, que relee incrédulo los desatinos en que incurre Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo: "Para Hannah Arendt la comparación Hitler-Stalin se extiende por contagio a un perpetuo paralelo nazismo-bolchevismo. Desde la tercera página de su libro, en la edición francesa, nos topamos con formulaciones como ésta: «Es comprensible que un nazi o un bolchevique...» Esa retórica prosigue sin descanso. Su consecuencia lógica es dejar entender por repetición que los hombres antes de Hitler eran semejantes a los hombres de antes de Stalin... ¿Por qué no un paralelo entre Hinderburg y Lenin, entre Röhm y Trotsky? Pero, precisamente, se llega a ello. El capítulo sobre «El totalitarismo en el poder» se abre con la serie de los siguientes equívocos: «Encontramos en el slogan de Trostsky: revolución permanente, la caracterización más adecuada»... ¿De qué? «De la forma de gobierno que engendraron los dos movimientos»; o sea, bolchevismo y nazismo, desde luego. Y se desemboca en esta enormidad: «En lugar del concepto bolchevique de revolución permanente, encontramos la noción de selección racial, que nunca conocerá tregua» (!)" (Faye no puede más que exclamar).
Una "enormidad" es una de las secciones que puede encontrarse en la página web soberanía.org, intitulada sugerentemente Crónicas del fascismo en Venezuela. Siguiendo un procedimiento muy similar al empleado por Manuel Caballero, uno de sus más activos colaboradores, José Rafael López Padrino, dedica su puntual esfuerzo a denunciar ante el mundo que en Venezuela impera un "socialismo fascista". Lo curioso es lo que se experimenta al leer varios artículos de López Padrino: los efectos secundarios del lenguaje profundamente violento del mismo autor y su impresionante despliegue de pasiones tristes. En lugar de encontrar una explicación de lo que sería este "socialismo fascista" debemos conformarnos con esa violencia que se despliega frente a nuestros ojos, y que se suponía el objeto de la crítica (la violencia fascista, entiéndase). López Padrino no se dirige a la cabeza del lector: golpea directamente en su estómago. Más que hilvanar ideas, acumula insultos. No suscita el ejercicio reflexivo, incita al desprecio. ¿Será éste uno de los rasgos distintivos de la nueva derecha?
Cosa curiosa: los artículos reunidos en Crónicas del fascismo... se desplazan de la temática «Bush es como Hitler» (De Hitler a Bush, La familia Bush y la Alemania nazi, La familia Bush financió a Adolfo Hitler, etc.) a la que ya hemos visto: «Chávez es como Hitler». Los artículos que giran
en torno a la primera temática fueron publicados por los administradores de soberania.org a partir de febrero de 2003, y con ellos inauguraron la sección. En algunos casos son artículos previamente publicados en Indymedia Colombia o Granma Internacional. Allí puede leerse a un Samir Amin ("Hoy,
EEUU está gobernado por una junta de criminales de guerra que llegaron
al poder a través de una especie de golpe [de Estado]. Aquel golpe pudo
haber estado precedido por unas (dudosas) elecciones: pero no debemos
olvidar que Hitler fue igualmente un político elegido. En esta
analogía, el 11 de septiembre cumple la función del 'incendio del
Reichstag'"); o a una Gloria Gaitán ("Bush, el Hitler del siglo XXI").
El desplazamiento temático no se produce sino hasta 2006. En todo 2005 sólo es publicado un artículo
del argentino Emilio J. Cárdenas (quien entre 1992 y 1996 fuera
embajador y representante permanente de su país ante las Naciones
Unidas. Más interesante aún: Cárdenas fue representante personal del
Secretario General de Naciones Unidas en Irak, donde negoció con el
régimen de Saddam Hussein asuntos concernientes a las "armas de
destrucción masiva"). En éste se lee: "Algunos políticos de tendencia
autoritaria parecen empeñados en crear sus propios 'grupos de choque'
para tener el espacio público bajo control. La moda se extiende por
toda América Latina y otras partes del mundo... La idea... no es nueva,
si recordamos la historia de Roma, o la del 'nazismo', o la del
fascismo, o la del 'comunismo'... Ellos actúan abiertamente, protegidos
y hasta apañados por las fuerzas policiales. En visible coordinación
con ellas. Violentamente, como cabe suponer. O como fuera también el
caso de los llamados 'grupos bolivarianos', en Venezuela". Justo a esta
altura los administradores de soberania.org incorporan, convenientemente, una foto de Lina Ron.
Queda pendiente responder: ¿qué sucede entre 2003 y 2005? ¿Qué acontecimientos políticos, económicos y sociales se producen en Venezuela durante estos años, y que a su vez estarían en el origen de semejante desplazamiento discursivo, de tan pronunciado envilecimiento del lenguaje? ¿Este desplazamiento del discurso guarda relación con la eventual radicalización del discurso chavista? ¿Es posible encontrar en la nueva derecha resabios de una izquierda que, en algún punto, decidió no seguir acompañando el proyecto político chavista? Por último, la pregunta más obvia de todas: ¿este giro que es posible identificar claramente en soberania.org sería realmente representativo de un giro discursivo de mayor envergadura, ese que permitiría rastrear la aparición de una nueva derecha?
Continúa...
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