Celia Hart Santamaría

Temprano en la mañana veía las noticias de las enormes olas que el huracán Ike producía al oriente de Cuba, y pensaba si los malditos demonios se habían desatado contra las isla revolucionaria, pues no hace ni dos semanas que otra tormenta, Gustav, la había azotado (cuyas repercusiones leímos en sendos artículos de Fidel y Celia), cuando sonó el teléfono para comunicarme que habías muerto.

Desde ese momento he querido llorar, pero no puedo. No puedo porque estoy lleno de rabia. Esto no puede ser. No ahora. Cuando estabas llena de vida, de optimismo y de planes. Por ahí, en algún lugar de tu computadora debe estar el artículo sobre ¨los cinco¨ que pensabas publicar esta semana y que espero que alguien recate, para publicártelo en Kaos, como veníamos haciendo desde el año pasado porque, como tu decías protestando, no tengo acceso directo a internet.

Por nuestra parte, publicaremos nuestro apoyo a ¨los cinco¨, con la resolución de Revista de América que tu propusiste, cuyas correcciones hiciste y siguiendo el plan que diseñaste la madrugada de ese maldito domingo.

¿Qué hacen ahora los compañeros de Oaxaca, a los que prometías visitar en octubre? ¿Y qué carajo haremos con la reunión en Venezuela de la Revista de América de la que me hablaste con detalle? ¿Y el viaje de los jóvenes argentinos del MST a conmemorar el 50 aniversario de la Revolución Cubana, en enero? ¿Y todo lo que proyectabas para la Feria del Libro de La Habana el próximo febrero? ¿Cómo vamos a llenar el espacio que dejas en las páginas de Kaos, Rebelión y Aporrea?

Todo eso deberemos hacerlo ahora sin tí. Será más difícil y tal vez algunas cosas no se logren. Pero el compromiso de quienes nos consideramos tus compañeros y amigos es seguir adelante, luchando por el triunfo de la revolución socialista internacional. Eso es lo que hubieras querido si hubieras tenido la oportunidad de una última palabra.

¿Y el libro que proyectabas editar con tus artículos sobre... Venezuela, creo? Coño, ahora no lo recuerdo con precisión. Disculpa que te falle este tu ¨secretario¨, como me nombraste recientemente.

¿A quién le envío tus artículos recogidos de internet para recuperar la memoria de tu pc borrada por culpa de un apagón y por culpa de que no los copiaste en una memoria usb que no tenías? ¿Y tus crónicas semieróticas de ¨Ofelia Muzio¨ han de permanecer por siempre inéditas e inconclusas? Discúlpame esta indiscreción, pero tus amigos en todo el mundo debieran leerlas algún día. Porque todo lo que escribías gustaba y no dejabas a nadie indiferente.

Sí, Celia, nadie que te conocía o te leía quedaba indiferente. O te amaban incondicionalmente o te odiaban con furor. Y, así como hoy hemos amanecido con un nudo en la garganta los revolucionarios, los internacionalistas y los que amamos a Cuba, seguro que esbozarán su sonrisa cínica los gusanos, los anticomunistas y más de un burócrata staliniano.

Te odiaban o te amábamos: por tu defensa vertical de la Revolución cubana, de sus conquistas y su legado; porque declarándote incondicionalmente fidelista y guevarista, también reivindicaste a León Trotsky, desde Cuba; porque la revolución bolivariana te sacaba chispas de entusiasmo por los ojos, sin que depusieras la actitud crítica frente Chávez; porque siendo sandinista de corazón, un legado de tu madre, no permitiste que se mancillara el nombre de Ernesto Cardenal; porque fuiste incondicionalmente socialista y antiburocrática, pésele a quien le pese; porque defendiste a las FARC, incluso polemizando con tu amado Fidel y con Chávez.

Nos hicimos amigos en medio del debate y la lucha por la Constitución venezolana propuesta por Chávez. Ambos defendíamos el Sí desde el trotskismo. Bueno, es que sólo se podía llegar a ser tu amigo en la lucha política, como corresponde a auténticos revolucionarios como tú.

Un día de febrero de este año (¡hace tan poquito, coño!) te anuncié que viajábamos a Cuba como parte de una delegación del Partido Alternativa Popular de Panamá, y tuve el privilegio de que me recibieras en tu casa, que se había convertido en una segunda Cancillería cubana, lugar de visita obligada para los socialistas que pasábamos por La Habana.

Todavía te recuerdo parada en la escalera con tus ojos cafés, pelo castaño y una gran sonrisa. Ambos reímos y supe que seríamos amigos. Me presentaste a tus hijos, tu orgullo, a tu hermano, tu desordenada biblioteca y tu arma mortal, la computadora.

Yo te hablé de Panamá. Tú me hablaste de Cuba, de la incertidumbre de un Fidel enfermo. De las variantes infinitas del movimiento trotskista internacional. Y me confesaste que lo que más te había dolido fue que, cuando públicamente te declaraste trotskista, te habían quitado el carnet del partido, el carnet con la firma de Fidel, su secretario general y que guardabas la esperanza de recuperarlo algún día.

Hace 18 días nomás te recibimos en Panamá. En el Salón de Profesores de Humanidades nos impresionaste a todos, incluyéndome, pues no te había escuchado antes como conferencista. Nos hablaste de todo: de Martí y su nexo con Mella y con la juventud del Moncada, porque la lucha por la independencia de Cuba coincidió con la llegada de las ideas socialistas y el surgimiento del imperialismo moderno; de Venezuela y los procesos políticos en Sudamérica; le expresaste directamente al embajador boliviano tu admiración por Evo; de Trostky, de las FARC. Tantas cosas.

Pero creo que más que las ideas políticas lo que nos llegó al corazón fue tu optimismo revolucionario, tu entusiasmo, la alegría que irradiabas. Entre los que pudieron dialogar directamente contigo, escuché más de un suspiro masculino mientras los ojos se negaban a despegarse de tí. Es que, Celia, eras un huracán, como ese que hoy ha pasado sobre tu sepultura recién cerrada.

Como te recibimos en nuestra casa, de Briseida y mía, tuve el privilegio de que me hablaras más en detalle. Entonces conocí a Abel Santamaría, maestro de escuela, salido de un ingenio, hijo de inmigrantes gallegos. De cómo su hermana más apegada a él se fue a La Habana. Del día en que Abel le presentó a Haydée a Fidel como el hombre que Cuba necesitaba. Del Moncada, de la actitud criminal de Batista, del juicio y cómo publicaron La Historia me absolverá en la clandestinidad.

Me hablaste mucho de tus padres, de quienes te sentías sumamente orgullosa. Por lo que pude captar, heredaste de Haydée el carácter irreverente y teso, de Armando el intelecto. De ambos el amor por Cuba y el compromiso de defender su revolución hasta la muerte. Deber moral que cargaste sobre tus hombros para honra de ambos. Cumpliste, Celia.

Te mostramos Panamá, lo bueno y lo malo, el canal, bebimos vino, cantaste, bailaste y reíste con los compañeros y compañeras. Creo que estabas feliz. Nos despedimos con el compromiso de vernos cuanto antes.

Hoy han llamado y escrito todos, Celia, de Revista de América, del colectivo de Kaos, del PAP. No lo pueden creer. Yo tampoco. Te queremos mucho. Como tú dirías:

¡REVOLUCION O MUERTE, VENCEREMOS!


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Olmedo Beluche - Revista América


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