Cuando en los grupos oposicionistas se habla de socialismo, de fraternización del pueblo no se trata de concepciones políticas, sino de sus realidades económico-sociales. En estos días, la “democracia” se confunde con el imperialismo. Cualquier otra democracia no puede existir para estos grupos, más que dentro de la cabeza de los visionarios que no se preocupan de los acontecimientos reales; y para estos señores los principios solo se desarrollan por sí mismos sin ser determinados por los hombres y las circunstancias. El socialismo ha pasado a ser un principio del pueblo el principio de las masas, y entre las fuerzas socialistas se pueden contar las masas democráticas.
Los sueños quiméricos de la “social democracia” o “social imperialista” o “democracia social”, (como la llaman los nuevos adecos), y de la paz eterna bajo la égida de la organización política se han vuelto tan ridículos como las frases sobre la unión, bajo la égida de la libertad del pueblo, esto es la égida de la libertad del libre comercio. Sólo los socialistas somos capaces de fraternizar bajo las banderas de la democracia, puesto que la burguesía tiene que defender en el país intereses particulares y como el interés es, para ellos, el elemento determinante, no quieren que el nacionalismo y el socialismo se eleve por encima de sus tales intereses.
Debemos dirigir nuestra atención muy especialmente a los partidos de la oposición y los obispos de la Iglesia Católica. Los secuaces de estos partidos y de esa Iglesia, que están al servicio del imperialismo, son los oscurantistas de los tiempos presentes; combaten con su espíritu y sus enseñanzas sin corazón las aspiraciones jóvenes y fuertes, pero resueltos, a mantener a los pueblos a todo trance en la esclavitud, no saben más que gritar, ¡comunismo!, ¡comunismo!, ¡dictadura!, ¡dictadura! Y cuando no consiguen lo que pretenden alcanzar sus fines, tergiversan los principios sociales o sembrando recelos contra el pueblo. Es necesario arrancar la careta detrás de la que se esconden estos fascistas sinvergüenzas, para que el pueblo vea su verdadera cara. Toda su aspiración se cifra ahora en reclutar partidarios entre las filas socialistas, en sembrar la discordia entre sus partidarios, para en caso de una intervención extranjera, levantar un grupo de descontentos y anexarlos a sus filas, declarándonos la guerra en nombre de dios, del redentor y en nombre de la justicia.
Hay que salirle al paso a esa maniobra de querer convertir el caso del magnicidio y golpe de estado en una opera bufa, debemos enfrentarlos con medidas contundentes, exigimos meter presos a estos delincuentes y asesinos de cuello blanco; empresarios, banqueros, latifundistas, dueños de medios de comunicación, etc., no podemos permitir que suceda lo mismo del 2002. La Justicia tiene que actuar contundentemente; abajo la impunidad, sino queremos que suceda una catástrofe que nos lleve a la guerra civil; estos bandidos confunden la magnanimidad con la blandenguería. Ya sabemos que no podemos creer que la cosa sea fácil, pues esos grupos cuentan con la protección de los gobiernos imperialistas, con sus medios de difusión mediática nacionales y del mundo que ellos llaman desarrollado, y los dineros que estos bandidos nos saquearon del erario público. Los curas no hacen más que vomitar pestes desde los púlpitos, piden que se asesine al Presidente Chávez; gritan lo peor contra el socialismo, que si este es ateo, contra las Leyes Habilitantes y el Gobierno Revolucionario, lo que consiguen con eso es que a las iglesias vayan cada día menos feligreses, ya que no entienden que con eso lo que consiguen es favorecer nuestra causa. “El Libertador en sus días postreros reconoció que si hubiera fusilado a Páez, Santander y unos cuantos más, no seríamos el país inerme que somos”.
Creemos que la religión debe dejar de ser esencial mediante una decisión política. La religión deberá establecerse por ley de los legisladores.
El socialismo, estudia la organización de la sociedad y las relaciones de unos con otros.
Seguimos con el socialismo:
Es necesario que nos aferremos a la palabra socialismo y la inscribamos audazmente en nuestras banderas, contando luego los militantes que se congreguen en torno a ella. Por lo que toca a la implantación del socialismo, hay que saber ante todo, pues es la cuestión capital, si éste puede debe durante el cual se eduque al pueblo y concientizarlo, para él; y necesitamos además saber, caso de que sea así cuándo habrá de entrar en funcionamiento y cuanto tiene que durar ese período de concientización; en segundo término, hay que preguntarse sí el régimen socialista puede y debe implantarse de una vez o sí debemos como se está haciendo, comenzar con algunos ensayos, y, finalmente implantarlo. Pero creemos que en lo que se refiere a Salud y Educación Gratuitas, y medios de Producción, deberíamos darles más ayuda económica y técnica, e ir más rápido en su ejecución.
La premisa esencial de la existencia y de la dominación de la clase capitalista es la acumulación de la riqueza en manos particulares, la formación y el acrecentamiento de capital. La condición de la existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado se basa exclusivamente en la competencia de los trabajadores entre sí. El progreso de la industria, del capitalismo, que trata de oponérseles es agente del imperialismo, es un agente castrante, busca el aislamiento de los trabajadores, resultante de la competencia, con su unción revolucionaria y que buscan el medio de la asociación.
En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad común, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad común. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Perderá su carácter de clase.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, (gana 4 y gasta 6) la suma de los medios de existencia indispensables al trabajador que no dan para su vida como tal. Por consiguiente, lo que el trabajador se apropia por su actividad es estrictamente lo que ni le alcanza para su exigua existencia. El socialismo no quiere de ninguna manera abolir la apropiación personal de los productos del trabajo, indispensables a la mera reproducción de la vida humana: esta propiedad no deja ningún beneficio líquido que pueda darle poder sobre el trabajo de otro. Lo que quiere el socialismo es suprimir ese modo infame de apropiación que hace que el trabajador no viva sino para acrecentar el capital del explotador, y no viva sino en tanto lo exigen los intereses de la clase dominante. “Los burgueses nos dicen despectivamente: Pero si esto son sofismas con que Carlos Marx y otros engañaron a los pobres obreros”.
Ser capitalista debe significar no sólo que se ocupa una posición personal en la producción, sino una posición social. El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por el esfuerzo conjunto de todos los miembros de la sociedad y, en último término, sólo por el esfuerzo conjunto de todos los miembros de la sociedad. El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social.
En la sociedad burguesa, el trabajo viviente no es más que un medio de acrecentar el trabajo acumulado. En la sociedad socialista, el trabajo no es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la existencia de los trabajadores. De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina el presente; en la sociedad socialista es el presente el que domina al pasado. En la sociedad burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el obrero que trabaja está sometido y privado de personalidad. ¡Y es la abolición de semejante estado de cosas lo que la burguesía considera como la abolición de la individualidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de abolir la personalidad, la independencia y la libertad burguesas.
Pero si el mercantilismo desaparece, el comercio libre desaparece también. Toda la palabrería sobre el libre cambio, lo mismo que todas las fanfarronadas liberales de nuestros burgueses, tienen sentido únicamente en relación con el comercio no libre, con el burgués sojuzgado; pero no tiene ningún sentido al tratarse de la abolición del mercantilismo, de las relaciones burguesas de producción y de la burguesía misma por el socialismo.
La grande burguesía ha destruido la antigua familia, no dejando de ella más que la forma, y a quien trate de romper esta forma para vivificar su espíritu y restablecerla, le acusan de destructor de la familia. Según su especial manera figurativa y metafórica, en su estilo pintoresco a la vez que enrevesado.
Todas las objeciones dirigidas contra el modo socialista de apropiación y de producción de los productos materiales han sido hechas igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda cultura. La cultura, cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría más que la transformación en apéndice de la máquina. Sus ideas son en sí mismas productos de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase.
En una palabra, nos acusan de querer abolir la propiedad individual. Efectivamente eso es lo que queremos. Desde el momento en que el trabajo no pueda ser convertido en capital, en dinero, en renta, en una palabra, en poder social susceptible de ser monopolizado, es decir, desde el instante en que la propiedad individual no pueda transformarse en propiedad burguesa, desde ese instante declaran que la personalidad está suprimida.
Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la desaparición de las viejas ideas marcha a la par con la desaparición de las antiguas relaciones sociales. Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotación de una parte de la sociedad por la otra, es un hecho común a todos los siglos anteriores. Reconocen, pues, que por personalidad no entienden sino el burgués, al propietario burgués. Y esta personalidad, ciertamente, debe ser suprimida. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia social de todas las edades, a despecho de toda divergencia y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas comunes: formas de conciencia que no desaparecerán completamente más que con la desaparición definitiva del antagonismo de las clases. La revolución socialista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales; nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales heredades. El socialismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales, no quita más que el poder de sojuzgar el trabajo ajeno con ayuda de esta apropiación.
Objetan que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad, que una pereza general se apoderaría del país. Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido por la holgazanería, puesto que aquellos que trabajan nada obtienen y los que obtienen no trabajan.
Más dejemos aquí las objeciones hechas por la burguesía al socialismo. La sustitución de la burguesía, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos.
Salud Camaradas Socialistas.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialismo o Muerte.
¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net