“No se puede separar mecánicamente las cuestiones políticas de las cuestiones de organización”. (Lenin, Discurso de cierre del 11° Congreso del Partido Comunista de Rusia, citado por Lukacs en el prólogo de su ensayo “Notas metodológicas sobre las cuestiones de organización”, en “Historia y conciencia de clase”)
El marxismo fue concebido como teoría transformadora de la realidad. Por esa razón, sus primeras grandes expresiones – Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Gramsci, – fueron, al mismo tiempo, indisolublemente, teóricos y dirigentes revolucionarios. Sus análisis y denuncias estaban comprometidos con captar el núcleo de lo real con sus contradicciones como motores de la realidad, para poder comprenderla en su dinámica y descifrar sus alternativas. Su trabajo teórico estaba intrínsecamente comprometido con proyectos de transformación concreta y radical de la realidad.
De ahí esa identidad indisoluble entre trabajo teórico y dirección política revolucionaria, práctica intelectual y trabajo partidario, las fronteras entre sus actividades como teóricos y como dirigentes revolucionarios eran tenues, al punto que la primera sistematización de la idea del comunismo – el Manifiesto Comunista – fue encomendada políticamente y sirvió como documento básico del primer partido internacional de los trabajadores.
A partir del fenómeno que Perry Anderson llamó “marxismo occidental” (Nota: in Anderson, Perry, Afinidades selectivas, Boitempo Editorial), - resultado de la combinación negativa de la estalinización de los partidos comunistas y de la represión fascista – pasó a haber una ruptura entre teoría y práctica, retornando, ahora sobre el marxismo, la imagen del intelectual desvinculado de la práctica política, con la correspondiente autonomización del discurso teórico.
Las estructuras partidarias, hegemonizadas por el estalinismo, bloqueaban elaboraciones y debates teóricos y políticos alternativos, haciendo que se produjese una nueva figura en el marxismo: el intelectual desvinculado de la práctica política. Su correlato fue la práctica política partidaria desvinculada de la elaboración teórica.
Inevitablemente el análisis y la denuncia pasaron a predominar sobre las propuestas, las alternativas. Hubo un desplazamiento de los temas, pero también un desplazamiento a favor de la teoría desvinculada de la práctica política. Práctica política sin teoría, teoría sin práctica – los dos problemas pasaron a pesar como un karma sobre el marxismo y la izquierda.
La práctica política de la izquierda tendió al realismo, al posibilismo, al abandono de la estrategia, mientras que la teoría marxista tendió al intelectualismo, las visiones especulativas, de simple denuncia, de polémicas ideológicas en torno a los principios, sin desdoblamientos prácticos.
En las décadas más importantes hasta aquí de su trayectoria – de los años 20 del siglo pasado en adelante -, la izquierda no pudo contar con la articulación entre sus mejores intelectuales para elaboraciones que contribuyesen directamente a enriquecer su práctica política y, al mismo tiempo, un período de extraordinaria riqueza en la elaboración teórica del marxismo, no estuvo directamente articulada con la práctica, enriquecida por ella y apuntando a temas y relaciones concretas de fuerza.
La afirmación de Lenin que encabeza este artículo remite exactamente a eso: no existe un momento de elaboración teórica y después un momento de aplicación concreta de las conclusiones teóricas. El marxismo articula intrínsecamente la política y las cuestiones de organización, como una de las expresiones de la articulación entre teoría y práctica. Un análisis marxista que no se articule con proyectos de transformación revolucionaria, castra el marxismo de su diferencia específica en relación a todas las otras teorías.
Un intelectual que se dice marxista y no articula su pensamiento con la práctica político-partidaria, no asume el marxismo como pensamiento dialéctico, como motor de la práctica política concreta. Corre todos los riesgos de autonomizar la teoría, de despreciar las relaciones de fuerza políticas, de no captar los movimientos reales de la historia. Fue lo que afectó al marxismo occidental, que no se pudo aliar a la inmensa creatividad teórica de los autores que pueden ser incorporados en esa categoría, a la transformación de esa teoría en fuerza material, por la penetración en las masas – conforme la afirmación de Marx. Perdió la teoría su dimensión transformadora, perdió la práctica política la inmensa capacidad analítica de la teoría.
Esa desarticulación es políticamente grave, siendo responsable por un fuerte y reiterado sentimiento de parte de los intelectuales, que se reivindican legítimos representantes de la teoría, que pretenden expresar en estado puro, que tienen razón contra el bastardeo de la política. (El propio Lukacs expresó eso de forma conciente en el nuevo prefacio de Historia y conciencia de clase, cuando confiesa que sentía que siempre había tenido razón y siempre había perdido políticamente, deduciendo que debía alejarse de la política.) Que, en realidad, entre la teoría y la realidad – siempre heterodoxa – se quedan con la teoría y se aíslan de la práctica, de los caminos reales de la historia concreta.
Esa distancia se torna todavía más grave cuando el mundo vive situaciones inéditas – hegemonía capitalista e imperial global, junto la exhibición clara de sus debilidades y de retroceso de los llamados factores subjetivos de la construcción de alternativas anticapitalistas -, en que la reflexión teórica articulada con la práctica política se torna todavía más indispensable.
El refugio de sectores de la intelectualidad en la denuncia de capitulaciones políticas, sin capacidad de proponer alternativas, y la trayectoria empírica, de adaptación a las correlaciones de fuerza desfavorables por parte de fuerzas políticas, constituye un cuadro negativo, desfavorable a la construcción de soluciones superadoras de la enorme crisis hegemónica que viven nuestros países y el mundo globalizado.
El ejemplo dramático de Venezuela es muy significativo, en que un proceso político innovador, valeroso, se choca con la oposición frontal de casi la totalidad de la intelectualidad universitaria. Mientras esta se divide entre un “denuncismo” de izquierda, sin injerencia política y capacidad propositiva alternativa, el proceso político siente el efecto de una capacidad reflexiva vinculada a su práctica para contribuir a encarar sus dilemas y a definir su futuro.
Pero el fenómeno se extiende, de manera más o menos similar, en todo el continente. Un brillante pensamiento crítico no acostumbra estar acoplado a la práctica política, mientras fuerzas políticas nuevas tienen dificultades para encarar los nuevos desafíos políticos, en sus dimensiones teóricas. Se trata de valorizar la reflexión teórica, acoplada orgánicamente a la práctica política, y de enriquecer la práctica política, iluminada por la reflexión teórica.
Ejemplos de la articulación entre capacidad de elaboración teórica y de dirección política fue, en América Latina, el chileno Luis Emilio Recabarren, el cubano Julio Antonio Mella, el peruano José Carlos Mariategui y, más recientemente, el brasileiro Ruy Mauro Marini y el boliviano Álvaro García Linera – demostrando la factibilidad de esa articulación y de como ella fertiliza tanto la creación teórica, cuanto la práctica política.
La imagen del marxista universitario, desvinculado de la práctica política es una contradicción en términos, una incoherencia, de la misma forma que dirigentes políticos marxistas que no sean al mismo tempo intelectuales revolucionarios. El punto de vista del marxismo es un punto de vista de partido, desde un partido, desde la acumulación de fuerzas para un objetivo estratégico, programático.
No se trata de defender la teoría como canon teórico intocable, sino de rescatar el marxismo como metodología – su única dimensión ortodoxa, según Lukacs -, de crítica y de superación de la realidad existente.