Cuando estalla la crisis, las posiciones se extreman; se desbordan las pasiones, como dice el lugar común, y el hombre, animal político por condición, ante la pérdida de sus códices de comportamiento –para decirlo con toda la fuerza de su historia y costumbre- empieza a hormiguear, a boquear, a desbandarse, dejando en el cajón de un sistema de cosas que se le escapa la métrica y contención de la razón.
Mira avecinarse una nube de cambios por lo menos incómoda, cuando no en extremo traumática, arrasadora, reformadora de los viejos hábitos de vida, hecho jamás nunca bien visto cuando una sociedad se anquilosa o petrifica en un modelo, en un sistema, visión de mundo, etc., sobremanera cuando esa sociedad empieza a ser propiedad de determinados grupos, quienes basan su condición propietaria en la explotación de los demás.
Entonces empieza la lucha, las tildadas, las campañas admirables o lo que sea que bloquee la reforma del sistema de cosas conocido, sacrosanto, genético, normal, milenario y a veces hasta divino. Moderada al comienzo, cuando nadie cree que el mundo cambiará porque está hecho de una única e invariable materia; pero harto desquiciada cuando el cambio empieza a tocar rancias posiciones, privilegios, cartas, conceptos de sangres azuladas, etc.
El sentido de la propiedad, siempre peleado en su individualidad con lo difuso de la materia social; el modo político cómo se ha arreglado una nación determinada, donde conocidamente pueda el rey de la creación caminar; y las llamadas libertades civiles que permitan a cualquiera ejercer reclamos en nombre de milenarios títulos de propiedad universal, sea ya sobre el planeta o la vida de otras personas (esclavitud), empiezan a convertirse en banderas de batalla, agitadas contra el cielo con toda la fiereza de un guerrero que arguye que la pérdida de una de estas propiedades equivale a perder la vida misma.
¡Y cómo no! –puede exclamar cualquiera de los señores contrarrevolucionarios que valoren que sus fincas, carros, edificios y hasta vidas humanas no sólo son de su propiedad, sino que constituyen su propio modelo de vida, su comodidad, su servicio, la especie de aire que dispara un abanico sobre su cara o genitales-. ¿Cómo no? ¡Se tiene que luchar! Porque las nuevas ideas lo que hacen es invertir la vida, son obras del demonio, y es cosa de fin de mundo que un esclavo pase a estirar sus “patas” para que sus antiguos amos se las laven. ¡Pardiez! ¡Fin de mundo con estas revoluciones!
El hombre se extrema. Empieza a perder tornillos. A disparar contra cualquier brinza de paja en el viento que suene a reforma. A satanizar. A ensalzar y a asesinar, asumiendo propios criterios de justicias, dado que los reculantes conocidos han sido desbancados por los locos principios de la nueva legitimidad, basada en el inválido criterio de eso que llaman pueblo, es decir, en la opinión de quienes siempre han sido sometidos y explotados por la convención, la costumbre, la ignorancia y las armas.
¡Vaya, vaya: si la prosperidad y el progresismo no está en el futuro ni en los cambios, sino en la costumbre conservadora-de-privilegios de un pasado que debe ser inalterable!
Grita la derecha política que el hombre siempre ha tenido un dios, un rey, un emperador, y que ese mismo modelo, donde alguien es cabeza de algo, es lo que debe vertebrar el sistema de castas y privilegios para con los demás, más abajo de la escala. No importando que alguien pueda inferir que se es arrodilladizo, inmoral, impersonal o lo que sea; es un asunto de la historia y sobrevivencia. Es una licencia que faculta a que cada quien más abajo del eslabón pueda fundar sus particulares reinados, sembradíos, emporios comerciales, cofradías de sangre o cualquier otra leyenda que faculte la explotación humana en nombre de semejantes conceptos sagrados.
Entonces se sientan los grandes personajes a la derecha de una cámara parlamentaria para llamarse monárquicos, y empiezan a ejercer su derecho a la historia y a repudiar los demoníacos cambios. Hasta a Jesús de Nazaret lo colocan por encima de las almas, replicando en el cielo el modelo de los magnates en la tierra.
Explota la crisis de valores políticos y sociales por los cuatro lados de la humanidad y cada quien diestro siente el piso movérsele por debajo de los pies. Desbandada hay en el mundo y traen los vientos viejos recuerdos, pasadas propuestas de vidas, incómodas elucubraciones de que el mundo no era sostenible como al presente daba sus pasos, exprimiendo a millones para con el zumo alimentar a unos pocos. ¡Ecos de voces que vienen a cuestionar el Modelo! ¡Anatema! ¡Pecado! ¡Contrarrevolución! ¡A las armas! A la sinrazón. No pueden aceptarse semejantes valores de igualdad que proponen que un miserable descalzo de la tierra tenga que ser igual a un potentado de los cielos. ¿A dónde se puede dirigir el viaje con semejante veleta del mundo patas arriba?
Entonces surgen los métodos de la locura, de los Cruzados recuperando la propiedad perdida, del viejo filósofo creyente en las cosas eternas, ése que nunca dijo que se podía bañar en un río contentivo de las mismas aguas del día anterior, pero que lo hacía igualmente bajo sus creencias. La razón empieza a oler a locura, a mundo al revés en verdad, afectando seriamente la percepción, llegando al extremo de no notar diferencia entre un amanecer o una caída nocturna.
Y las cuentas empiezan a seguir cuadrando con la lógica necesaria de los viejos tiempos, esos que nunca cambian por los siglos de los siglos, como es propio mental de una senilidad ilustrada. Se dice, para empezar, que no ha llegado ningún cambio y que las revoluciones son aires demoníacos expulsados de la tierra desde tiempos inmemoriales, con la especificación de que el Jardín de Edén es la tierra con su sistema neoliberal conocido y que lo otro, el demonio y su séquito de revolucionarios, yacen flotando en el interespacio.
Sin ningún tipo de comedimiento se pierden las ampulosas posturas de clase, esas que en los libros te refieren un mundo [hipócrita] de nobleza, obligante al ejercicio de connotados valores… No importan…; hay que ir a la guerra. Sin ningún tipo de comedimiento se empieza a ejercer la praxis del cinismo, esa teoría que en público te ponía a hablar de valores humanos, de rescate de los más desposeídos o desvalidos… No importa…; hay que ir a la guerra. Sin ningún tipo de comedimiento se empieza a mentir, a manipular, a confundir colores, a negar montañas y cifras, a ansiar, en fin, el término de los desagradables vientos reformatorios, no importando que durante unos breves segundos la descompostura obligue al ejercicio de la irracionalidad, de lo contraético, de todo lo que apunte a la aniquilación de otros seres que en algún momento soñaron con un mundo para todos. ¡Cómo se les ocurre: si el mundo ya es una propiedad privada!
Hitler excediéndose hacia los campos de concentración; Franco y su totalitarismo en España; EEUU persiguiendo comunistas; Israel cazando palestinos… ¡A la guerra, a la guerra!
Repaso, rápidamente, algunas mentiras o motivos de la sinrazón pura de la derecha política mundial, latinoamericana o venezolana, último esto para no olvidarnos de nosotros mismos. Es decir, cuando los sentidos empiezan a fallar, el entendimiento se obnubila y una oscura noche se apodera de las emociones:
- Paramilitarismo: en Venezuela la derecha extremada lo siembra y fomenta para rescatar lo “suyo”, no importando que en el intento pierdan o destruyan al país.
- Hugo Chávez: no es popular, no tiene un 70% de aprobación de gestión y, por el contrario, cada día cae palo abajo en las encuestas. Es un ritornelo paralelo a la gesta de los cambios en Venezuela, desde el año 2.000.
- Secesionismo: como en Bolivia o cualquier otro país del mundo donde la izquierda prenda, se hace perentorio dividir a las naciones en partes, como en la Francia vieja se dividió el parlamento entre derechistas e izquierdistas. Venezuela no habrá de ser una excepción, con la diferencia de que se busca formar repúblicas dentro de otros (República del Zulia, otra de Guayana, otra de Carabobo o Táchira), cada una asiento de las bases ideológicas de la disención.
- El presidente Ahmadineyad, de Irán, presuntamente hizo trampas en las elecciones al ganar con semejante margen de ventaje (33%); pero no hizo trampas el presidente de México (de la derecha política) al ganarle las elecciones a Obrador con una ventaja de 0,2%, si no me equivoco
- Mario Vargas Llosa, de reciente visita en Venezuela, es un corolario del pensamiento humano que apoya las ideas progresista de la derecha política, demostrándose con ello que Venezuela retrocede hasta la quinta paila del oscurantismo en el mundo.
- Barack Obama: es un peligro porque predica, a diferencia de Bush, cesar algunas guerras; es decir, propone tumbar algunos negocios de algunos halcones de la guerra de la Casa Blanca. Y tal guerra no es más que el ejercicio del viejo método de fundar comunidades esclavizadas, al servicio de emporios imperiales, como es el gusto de los desquiciados del poder, como es la costumbre –a su decir-, como dios manda…
- El magnicidio es la solución a los problemas: aniquilar físicamente a uno o a unos cuantos en medio de esos segundos de descomposturas ética y moral. Total: naturalmente la mente olvida lo que ofende al ego.
- La lucha de la oposición en Venezuela, que tanto pide libertad de expresión y tanto pide a diario matar al presidente, así como la sublevación de los militares, no hace más que sonar a la locura de pregonar que en Venezuela hay una dictadura con libertad de expresión, cosa loca y no vista nunca que lleva a aceptar que hay la dictadura porque no la hay y no la hay porque la hay. Algo así como que existen depredadores que no depredan o cualquier otra tontería que pueda idear el sofisma humano.
Nunca ha caído en cuenta ni por un segundo la derecha política mundial, en sus afanes de victimizar a la izquierda por su fracasos, de que ha llevado las manos libres en el mundo para imponer su modelo en las últimas décadas, mucho menos de que ha fracasado redondamente, no teniendo los arrestos necesarios (esos que utiliza para perseguir, torturar y asesinar) para reconocerlo. Al no tener cojones, no le queda otra opción a la derecha política que dejarse vivir en la ilusión de un pasado pleno en el presente, donde nada ha ocurrido y toda verdad es mentira, en el continuo vivir y gozo de sus eternas glorias imperiales.
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