Deseos no empreñan, como así dicen por allí. De poco serviría, mientras convivamos con burgueses, “empoderar” a gente descapitalizada ya que hasta podría resultar contraproducente. Tampoco ayudará mucho regalar los bienes del Erario Público a quienes no den previas demostraciones de ser gente honesta y trabajadora, y así lo hagan con pruebas fehacientes.
La experiencia acumulada en Venezuela durante tres (3) décadas y más nos ha corroborado el rotundo fracaso de nuestras políticas keynesianas aplicadas con personas que tienen de todo menos cualidades tecnoempresariales, ni siquiera bodegueriles, pero sí mucho de deseos de dinero fácil a través de la ya establecida vía legal y politiquera, en una suerte de “robar y dejar robar”, según el prejuicio popular endilgado perfecta y acertadamente a los “adecos”.
Tales beneficiarios de créditos blandos han gozado a su arbitrio de mercados cautivos, con exoneraciones de impuestos, con infraestructura vial gratis, galpones a módicos precios y pagaderos a largo plazo y transferibles, con aguas servidas y preservidas, servicios electrotelefónicos y hasta con disfrute de elasticidades laborales.
Han sido gente cargada de aspiraciones burguesas, gente “consumista” normalmente repleta de necesidades domésticas que han buscado cubrirlas mediante un disfraz de empresarios. Los beneficiarios de subvenciones tienen un plan con prioridades ya conocidas hasta por las piedras:
1.- comprar un carro último modelo, 2.- dar una inicial para una zona “residencial” connotada como burguesa, etc., y con lo que les va quedando compran maquinarias chimbas usadas y arman un aparataje empresarial con toda su parafernalia, donde jamás se obtendrá muy poco de valor agregado y nada de ganancia lícita, y cuyos trabajadores jamás serán “debidamente” explotados ya que serán otros coparasitarios paraburocráticos quienes permanentemente, al lado de su patrono, se dedicarán anualmente a presentar perdidas tras pérdidas y a solicitar créditos adicionales con el chantajista argumento de “seguir operando”, so pena de lanzar nuevos desempleados a la calle, cosas así.
Nosotros pensamos que deberíase dignificar al hombre honesto y trabajador, ese que todavía queda por allí, y a quien le daríamos algunas facilidades para su vivienda, le garantizaríamos un mejor salario aun contra la voluntad del empresariado maula y subvencionado por el Estado; le garantizaríamos una efectiva y eficaz protección policial, y sancionaríamos severamente al especulador, al corrupto, al acaparador, al comerciante quincallero y parásito tradicional. En fin, dignificaríamos su currículo, habida cuenta de que una familia perezosa y lumpemproletaria no necesaria ni solamente ha sido marginada por nadie sino por sí misma, y exhibirlos como marginados, como limosneros del Estado , poco dignifica a los descendientes de dicha familia. El lumpen no puede tener prioridad frente al proletariado.
En Venezuela existe un desempleo parcialmente muy ficticio. El que está formado por flojos, así literalmente empleado, y el de quienes se han acostumbrado a vivir de sus padres ora ricos, ora pobres, a vivir a expensas de los políticos cazavotos con cargo al erario público, al sindicato o al presupuesto del partido cuyas finanzas obviamente proceden de los bolsillos de los venezolanos verdaderamente honestos y hacendosos, pero quienes son obligados a vestirse de blanco, de verde, o de rojo o negro.
La dignificación del hombre no puede seguirse manejando mediante aleatorias limosnas muestrales al pillo, al incapaz en sentido estricto, ni al vividor porque finalmente toda esa inmoralidad burocrática caerá sobre sus hijos, y para entonces habríamos reciclando al hombre viejo en lugar del hombre nuevo que estamos deseando.