La Revolución es como una gran puesta en escena, con la particularidad
extraordinaria de que la representación no es una representación, sino
un ejercicio verídico de transformación de la realidad
Pero como en toda puesta en escena, el reparto exige una diversidad de papeles.
Confundirlos, unificarlos en uno sólo, es un error muy grave.
Todos deben tener, por supuesto, la política al mando, pero cada uno con sus propias responsabilidades determinadas.
No
es lo mismo la Asamblea que el Partido. El Partido que el Gobierno
Local o Estadal. Y estos no son lo mismo que el Gobierno Nacional.
En
el caso del gobierno, aquellos altos funcionarios que, escudándose en
un supuesto trabajo político, descuidan el cumplimiento de las tareas
específicas que les corresponden, mal servicio le hacen a la
Revolución.
Hemos sabido de presidentes de fundaciones de algún
ministerio, autodenominados bolivarianos, que le dicen, por ejemplo, a
sus trabajadores (confundiendo una institución pública con el Partido):
“aquí estamos para hacer política, y el que no esté de acuerdo que
renuncie".
Y a partir de allí, lo que viene es el abandono de las tareas.
Imagínense
ustedes una panadería que no produjese panes, pero donde se la pasasen
citando a Lenin. Si leyesen a Lenin, sabrían que lo verdaderamente pernicioso es la enfermedad infantil del estupidismo. Y más aún cuando se mezcla con oportunismo.
Mal servicio, repito, prestan a la Revolución. Lo que le hacen es daño.
Lo
malo es que no lo suelen pagar ellos. Cuando esa práctica
irresponsablemente necia se instala, quien lo paga es el pueblo que ve
frustrada la esperanza de resolver sus necesidades materiales y
espirituales. Y en último término lo paga el propio proceso
revolucionario, cuando se debilita su capacidad de convencimiento.