“En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Estas relaciones de producción en su conjunto constituyen la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se erige la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social” (Marx, Contribución a la Crítica de la Economía Política).
Desde hace algunos meses se ha planteado la discusión sobre el imperativo de superar la estructura del Estado burgués como meta estratégica del proceso revolucionario venezolano. En consecuencia, corresponde que profundicemos en el concepto de Estado burgués, con el propósito de que sirva para superar las contradicciones de nuestra cotidianidad política. Para ello, hacemos un ensayo – muy modesto – por ahondar en su comprensión, utilizando como guía algunos precedentes del marxismo.
Ante todo, podemos preguntarnos a qué se refiere la expresión del “Estado burgués”. ¿Se trata simplemente de la estructura superficial, de tipo administrativo, que muchas veces asociamos con la idea de burocracia? ¿Constituye el conjunto de leyes que conforman la estructura jurídico-política del Estado liberal-burgués? ¿Solamente nos referimos al cuerpo de funcionarios que, con ideología retrógrada, llevan al fracaso de los planes del gobierno? ¿Podemos incluir en la idea de “Estado burgués” una dimensión internacional, que supere la misma noción de “Estado-Nación”? Todos estos aspectos, y otros, forman parte de lo que llamamos “Estado burgués”, sin embargo, al tratarlos de modo particular, es casi seguro que omitimos su aspecto fundamental. El núcleo del Estado burgués es la propiedad y, en particular, la defensa de un tipo de propiedad: la propiedad privada burguesa, entendida como el régimen de propiedad y en cuanto a la propiedad como fuente de poder social.
El Estado burgués puede considerarse como el conjunto de estructuras políticas, jurídicas y administrativas, instaladas para proteger un modo particular de propiedad. Cuando decimos que se trata de un modo particular de la propiedad nos referiremos a la concepción burguesa de la propiedad privada. Es necesario reconocer que, en tanto que un modo de relación del ser humano con los efectos materiales (productos), pueden existir varios tipos de propiedad (sobre todo tratando de la propiedad de los objetos de uso, tales como la propiedad privada individual, privada colectiva, social directa, social indirecta, etc.). Sin embargo, también la propiedad privada funciona como garante de un poder social: puede, por ejemplo, convertir en propiedad el trabajo ajeno y crear un sistema de relaciones humanas basadas en el lugar que se ocupa como proveedor/comprador de trabajo. Si bien el acceso a los bienes materiales – en función de la satisfacción de necesidades sustantivas – constituye históricamente un elemento de la lucha de los Pueblos, es necesario hacer la distinción, justamente, porque en nuestro mundo actual predomina la figura de la propiedad privada.
Al hablar de la propiedad no podemos referirnos solamente a la definición jurídica (a la figura que rige el modo de apropiación específica de los productos materiales), sin tratar también la propiedad como hecho ético-moral o, si se quiere, cultural. Este nivel, el de la conciencia social, se vincula con el anterior y está constituido por el contexto de ideas y valores que le dan significado a la acción económica en un contexto social definido. Aquí buscamos determinar cuál es el equivalente de la propiedad privada en el campo de los valores que orientan la acción humana. Para reconocerlo, podemos preguntarnos, por ejemplo, cuales son las directrices que rigen la producción, y que por tanto, la caracterizan. En este plano, la propiedad privada individual, concebida para proteger la reproducción del capital, nos encuadra como personas solamente en tanto que tenemos acceso al mercado de mercancías; mientras que la propiedad social, unida a la conciencia del ser colectivo, nos identifica como integrantes de un cuerpo social unido en un proyecto común.
Para la reflexión, podemos tomar como ejemplo la creación de la Corporación de Mercados Socialistas (22-12-09). En su discurso, el Comandante Chávez afirmó que es necesario rescatar el uso de ciertos términos del campo de ideas del capitalismo, entre ellos, el de “mercado” (algo similar escribió Ernesto Ché Guevara en sus Apuntes Críticos a la Economía Política, cuando decía que, aunque la teoría económica comunista utilizara conceptos traídos del capitalismo, era su tarea despojarlos del núcleo capitalista: la teoría del valor). Chávez recordó que el intercambio de bienes en función de las necesidades sociales existía antes de que se materializara el capitalismo tal como lo conocemos hoy día. Afirmaba luego, ante los posibles prejuicios de los capitalistas, que el gobierno no pretende abolir la propiedad privada, sino “democratizar la propiedad”. En consecuencia, no tiene nada de contradictorio hablar de un “mercado socialista”.
La idea de “democratizar la propiedad” la entendemos como la búsqueda de mejores formas de ampliar el acceso de las mayorías a los momentos de la cadena de producción de bienes y servicios, con el propósito de satisfacer necesidades básicas y favorecer el desarrollo humano integral. Sin embargo, desde la mira estratégica de “terminar con el Estado burgués”, el Estado revolucionario no se propone competir en el mercado en los términos del mercado capitalista, sino extraer el intercambio de bienes del campo ideológico del capitalismo y reformular los modos de intercambio. Para el socialismo, el interés está en cambiar el terreno: las reglas de intercambio y el modo de interpretarlo; llevar al mercado, al intercambio social, al campo socialista, con una racionalidad radicalmente distinta. Se apunta, más que a simplemente “democratizar” la propiedad, a “construir la hegemonía de la propiedad social” (Chávez en el Salón Ayacucho, 28-01-10). No hacerlo así, equivale a reproducir los valores y los vicios del mercado capitalista.
Por ello, si nos quedamos en el nivel superficial, podríamos estar tentados a ver a la COMERSO como una herramienta para competir con el capitalismo en su propio terreno. Esto sería tanto como pedir que las noticias sobre la “arepa socialista” entren en competencia con la industria publicitaria, sembrada de antivalores, que promueve la comida chatarra. Por otra parte, no se trata solamente de asegurar la colocación de bienes producidos/importados por el Estado en el contexto de un mercado capitalista ordinario, porque la propiedad, en términos morales, permanecería intacta. El Estado Socialista pretende crear conciencia, capacidad y control sobre todos los pasos del proceso productivo, desde el modo en que se definen las necesidades sociales hasta el consumo final. En este camino, intenta superar también la instrumentalización del trabajador en el sistema de producción.
Para desplazar la categoría de mercado impuesta por el capitalismo, el Estado socialista debe “socializar” la propiedad. Para ello, (1) debe abordar las figuras jurídicas que encierran el concepto de propiedad, para romper con las categorías tradicionales y con el cerco de relaciones sociales que imponen. Consecuentemente, (2) tiene que transformar el carácter de lo que conocemos como la cadena productiva de bienes, impulsando la apropiación social y colectiva de los medios y dinámicas que lo conforman (incluso adaptando las condiciones de trabajo). Esto dos pasos no podrían lograrse de modo sustantivo, si al mismo tiempo no se atiende (3) atacar el contexto que le da sentido al intercambio en términos capitalistas; sustituir la directriz del intercambio en términos individualistas para el lucro, por el intercambio colectivo que promueve la satisfacción de necesidades sociales. Y esto implica (4) replantear el contenido subjetivo de la actividad económica, los valores que la convierten en dinámica integral de la sociedad, y no en su principal motivación. Dicho de otro modo, el replanteamiento socialista del problema de la propiedad implica abordar el tema desde nivel de la política y de la cultura, al definir los principios que hacen posible la propiedad social, y avanza, dialécticamente, hacia la materialización de las nuevas estructuras que ordenan y hacen viables esos principios en nuestra realidad.
Esto significa que es necesario evitar las fórmulas “parciales”. Por ejemplo, la creación de propiedades sociales “por decreto”, sin la formación de estructuras sociales orgánicas que las sustenten, puede llevar tanto a su fracaso material como a que sean absorbidas por la lógica del capitalismo. Del mismo modo, si se tienen unidades de producción social técnicamente competentes e ideológicamente coherentes, pero se les lanza al mercado de los grandes empresarios y se les confronta contra las leyes y la burocracia tradicional, se les conduce al fracaso. Estos problemas son derivaciones claras del “Estado burgués”, que deben ser examinadas y superadas con otra lógica (recordemos que Che Guevara denunció que la Rusia comunista nunca pudo desprenderse de la lógica capitalista para la producción de bienes materiales). Por otro lado, también el modelo debe probar que es suficiente para lograr lo que se propone hacer, como modo de definir y de satisfacer las necesidades sociales.
Si miramos a la propiedad estrictamente como figura jurídica en el marco del Estado burgués, tenemos que puede “democratizarse” a través de medidas de intervención en el mercado capitalista y de redistribución social de recursos. Sin embargo, con ello, la propiedad puede repartirse sin tocar la conciencia social, incluso, reforzando los valores de intercambio capitalista. Como el propósito de la revolución es crear una materialidad sustantiva (una nueva cultura correspondida con una nueva realidad material), se debe repensar la propiedad en términos ideológicos. En otras palabras, la tarea de socializar la propiedad debe plantearse en términos materiales, pero también ético-morales, para superar la enajenación del sujeto en tanto que forme parte de un sistema de mercancías (como en el capitalismo).
Entonces, atacar al Estado burgués requiere confrontar a la propiedad privada, no solamente como derecho de uso sobre bienes materiales, sino como fuente de poder social (capaz de convertir el trabajo en mercancía); y en cuanto que posee una dimensión ético-moral, que nos domina tanto o más que la primera. Aquí surge otra contradicción, y es que el Estado venezolano ha ejercido también, de distintas maneras, el papel de actor en el mercado capitalista. Su mayor riqueza, el petróleo, no constituye un bien en sí mismo, comparado con el valor que adquiere cuando se coloca a disposición de las grandes economías industriales en el mercado internacional. Este poder económico le da al Estado la capacidad para participar en el mercado a partir de la importación de bienes, sin modificar, si no se lo propone, la estructura de mercado (o de hacerlo de un modo apenas superficial). Claramente, el centro del problema no es que Venezuela tenga petróleo, sino la dinámicas que se generan dentro de la lógica del Estado tradicional, cuando la riqueza petrolera se entrega a los intereses capitalistas en una economía mundial dedicada al consumo de hidrocarburos, y en una sociedad nacional culturalmente dependiente del Estado y de su papel como nodo periférico del sistema internacional. Para el Estado Socialista, Comunal, el petróleo puede ser riqueza material inestimable y una herramienta geopolítica para la integración con otros Pueblos.
Dejando por sentado que, en cuanto superestructura jurídico-política, la tarea del Estado burgués es proteger la propiedad burguesa a través de todos los instrumentos de que disponga (leyes, instituciones, violencia “legítima”, etc.), parece conveniente que intentemos también la reflexión sobre el cuerpo de funcionarios que lo sostienen, no solamente en tanto que órgano administrativo, sino particularmente como componente subjetivo que le pertenece. Partamos de que, de acuerdo con su composición social, una buena parte de los que sostienen el funcionamiento del Estado tienen origen en el estrato que convencionalmente recibe las categorías de “clase media” o de “pequeña burguesía”.
Desde el punto de vista funcional (como administradores), el papel del cuerpo de funcionarios es respaldar dinámicas sociales y políticas que, en el fondo, ayudan a proteger la propiedad burguesa. Sin embargo, en tanto que componente subjetivo que participa en un proceso de transformación revolucionaria, los funcionarios burgueses parecen llamados a transformarse a sí mismos. Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre los “servidores públicos” que apoyan la transición al Estado socialista, y los que se oponen? Que los segundos mantienen apego, de modo abierto o encubierto, al proyecto histórico de la pequeña burguesía: llegar a ser propietarios. Digamos, sin profundizar en ello, que el campo burgués posee su propio proyecto: acceder a la propiedad como fuente de poder social. Esto significa no solamente tener acceso a la adquisición de medios de producción y de mercancías, sino también ser capaz de convertirse en propietario del trabajo de otros.
Los pequeñoburgueses que obstaculizan la superación del Estado burgués, persiguen, en su vida personal y profesional (por lo tanto, en el Estado), el proyecto de convertirse en propietarios. Por esa razón se sirven de las herramientas que le presta el propio Estado y obstaculizan la transición al campo socialista, se rinden ante el continuismo del poder constituido y posponen las reformas (incluso pueden desviar las políticas para que sirvan al capital). Encubren al proyecto burgués con el discurso de la Revolución, adoptan las formas, pero lo vacían de contenido concreto, de lo que lo hace transformador. Como su racionalidad es la de la propiedad burguesa, refuerza la racionalidad ya instalada en el Estado burgués. En consecuencia, las políticas gubernamentales fracasaran o tendrán éxito según sea su relación con la propiedad privada.
No se trata, claro está, de un grupo homogéneo, sino de varios grupos que, persiguiendo los mismos fines, lucha por el control de los medios, la estructura formal del Estado burgués. Por tanto, la disputa entre grupos tiene siempre como centro el acceso a la propiedad privada. Cada grupo requiere mantener al funcionariado estatal, que constituye base de apoyo y masa humana afín con el proyecto (tomemos el ejemplo contrario de la Comuna de París, que pretendía reducir la burocracia al máximo y confiar las actividades administrativas al Pueblo organizado). Su tarea es conservar el control del Estado capitalista-petrolero-burocrático, como medio para mantener la dominación material e ideológica sobre el Pueblo. En consecuencia, participan también en un sinnúmero de malas prácticas que nos son conocidas: pretenden cerrar parcelas sobre el bien público que representa el Estado, excluye al Pueblo de la formulación y ejecución de los planes, etc.
La lucha entre estos grupos tiene efectos destructivos para la Revolución, como las derrotas electorales (la derrota de Reforma resultó, en buena parte, de la falta de apoyo de los gobiernos regionales) y la falta de movilización consciente. Se hace un daño enorme a la liberación del Pueblo cuando se monopolizan las vías de decisión (dirección del Estado representativo, dirigencia del Partido, etc.), negándose a formar al Pueblo para que las asuma, y al mismo tiempo se pierde el contacto con las masas, porque entonces surge el desencanto y la desmovilización popular. Así como no puede haber Revolución sin teoría, práctica y reflexión, tampoco puede haberla sin la participación de las masas en un proceso de concienciación y de autoconformación como sujetos protagónicos.
Ahora bien, resulta significativo verificar que las ideas dominantes de una época son las ideas de las clases dominantes. Una conciencia encerrada en la propiedad privada no es carácter exclusivo de los grupos dominantes, sino que se difunde por toda la sociedad, también en la conciencia de aquellos que, por su posición de exclusión, están llamados a formar la base sociocultural del proceso venezolano. En otras palabras, las ideas vinculadas con la propiedad burguesa penetra incluso la conciencia de quienes no tienen bienes ni posibilidades de acceder al proyecto burgués, pero que igualmente aspiran a convertirse en propietarios (tal es la consecuencia de los cambios culturales acaecidos en el contexto de la expansión capitalista sobre nuestro país). Todos recordamos que una parte de la campaña contra la Reforma Constitucional tuvo, de parte de los medios privados, como tema nuclear la defensa de la propiedad privada. Todavía hoy algunos se sienten identificados con campañas como la del “país de propietarios” (CEDICE), que apunta a crear una imagen de igualdad (o de nivelación) a través de la propiedad y del mercado.
Nuevamente, podemos afirmar que, si la revolución se limita a proporcionar a los excluidos posibilidades de participar en el mercado capitalista, pero éste no se ataca ética y moralmente a través de la formación en conciencia, se le estará proveyendo de nuevos consumidores y aliados fieles. La renta petrolera debe democratizarse profundamente a través de radicales medios de socialización y redistribución de la riqueza. Pero proporcionar recursos para el gasto inconsciente en un contexto capitalista equivale a proveer consumidores al mercado. Por esto se puede decir que el problema de las “clases” tiene pertinencia no solamente para el tema de la propiedad de los medios de producción, sino en particular, para el problema de la conciencia. Cabe que planteemos la necesidad de formular una estrategia contrahegemónica, socialista, frente al proyecto burgués de ser-propiedad.
En suma, la tarea de acabar con el Estado burgués implica, como hemos dicho, abordar la propiedad burguesa y las condiciones imperantes de producción, y contrarrestar sus efectos ético-morales atacando el proyecto ideológico de convertirse en propietario. Tomando como referencia la perspectiva de Marx (véase el epígrafe de esta nota), podemos decir que la lucha consciente contra el Estado burgués implica el desarrollo de las fuerzas productivas y la transformación de las relaciones de producción, la construcción de otro marco jurídico-político que se corresponda con la hegemonía de la propiedad social, y la labor de formación sobre la conciencia social. A partir de estas bases, sería necesario partir de una caracterización de nuestra situación actual.
El proyecto contrahegemónico socialista se plantea encontrar las condiciones para revertir la erosión cultural y la fragmentación social propia del capitalismo, ayudando a que materialice la conciencia del ser social. Como condición, debe demostrar que es capaz de garantizar el sustento y desarrollo integral de las bases sociales, así como condiciones para el trabajo no enajenado. La creación de condiciones materiales basadas en la producción y el reparto socialista, sustentada sobre una base sociocultural enraizada en la conciencia del ser común, son dos aspectos inseparables del proyecto de construir la hegemonía de la propiedad social.
Estas ideas implican, claro está, otra interpretación de la acción económica comunitaria, donde la producción responde a las necesidades humanas, materiales y culturales, antes que a los intereses inmediatos de la empresa capitalista. Que se logre depende de la ampliación de las condiciones de poder efectivo de las mayorías (a través de garantías de protagonismo en lo económico, político, cultural), y se vincula con la modificación de la estructura jurídica (incluso del modo de legislar), el reemplazo de las estructuras formales de administración, la supresión de la “vieja” cultura política, etc. Pero estos aspectos serán insuficientes si no se deja al descubierto el proyecto burgués de apropiación privada del trabajo y de la producción social. Por otro lado, siguen vigentes algunas preguntas: ¿cómo crear conciencia social, en una sociedad marcada por el individualismo y la precariedad inducida por el mercado? ¿Cuál es el modelo educativo – en sentido amplio – que ayudará a la formación de la conciencia del ser social?
Hasta aquí la exposición resulta, quizá, bastante abstracta. Podemos proponernos un ejercicio de reflexión sobre el problema del “Estado burgués” a partir de casos como los siguientes:
En el Aló Presidente transmitido desde Ciudad Mariche (17-01-10), se tenía previsto que el Comandante Chávez entregara algunos títulos colectivos para el uso de la tierra. Hacia el final del programa, una representante de las comunidades, perteneciente a un consejo comunal, fue interrogada por el Presidente sobre si trabajaba con el Ministerio de Comunas, a lo cual respondió que no, que solamente tenía apoyo de la Alcaldía. Esto mereció una amonestación del Presidente, que recordó la necesidad de que los representantes de los poderes públicos integraran acciones para cumplir eficazmente con las políticas públicas (incluso recordó la disputa entre dos alcaldes de la región central y de cómo los “abandonó” a los dos, con la consecuencia de que se perdiera la alcaldía). Atacó el individualismo, el personalismo y el “grupismo”.
Más tarde, se escuchó el reclamo de una representante de las mesas técnicas de tierra, que solicitaba mayor atención del gobierno. Chávez le explicó que es necesario que éste tipo de órganos se integren plenamente con los consejos comunales, que se deben superar las posturas individuales y personalistas, que la organización comunal depende de que todos hagan un esfuerzo por integrarse y coordinar acciones, que él solo no puede responder a todas las demandas de modo particular, etc. Finalmente, al momento de entregar los títulos, se hizo evidente, por las protestas de varias personas, que otros colectivos estaban siendo excluidos del acto y de la entrega. Chávez, como correspondía al momento, no realizó la entrega de títulos, y la postergó hasta que los interesados cumplieran con su solicitud de conformarse en Comunas.
Mirando estas contradicciones, podemos preguntarnos ¿de qué manera se vinculan con la existencia de un Estado burgués en Venezuela? Y ¿cómo pueden superarse en el marco de eliminación del Estado burgués y la construcción del Estado socialista? Se trata – tan sólo – de una muestra de las contradicciones presentes en nuestra tarea de transformación, pero vaya esfuerzo de reflexión-acción que se requiere para su superación.
santiago.roca@yahoo.com