Socialismo del siglo XXI, ideas para una base programática

Veinte años atrás una hecatombe conmovió al planeta. De pronto “el mundo cambió”, dijeron algunos, y era cierto en buena medida. Se desplomó el Muro de Berlín y desapareció la Europa socialista, y poco después la Unión Soviética. El esquema mental con que muchos comprendían al mundo se vino abajo porque las bases objetivas que lo sustentaban habían cambiado. Aquello por lo que millones habían sacrificado sus vidas, el socialismo, parecía un fiasco.

 

Veinte años de crisis ideológica del socialismo y embates del capitalismo neoliberal

Desde entonces y hasta ahora ha reinado la confusión ideológica entre quienes comprenden que el capitalismo es un sistema explotador, irracional e injusto, y aspiran legítimamente a que “el hombre no sea el lobo del hombre” (disculpen que no use una expresión inclusiva), que la economía tenga por objetivo el bienestar colectivo y no la ganancia de unos pocos, y que su fundamento sea la razón y la ciencia y no la ley del más fuerte.

 

Muchos, en aquellos momentos de confusión, tiraron al piso las banderas por las que habían luchado, y se pasaron descaradamente al bando de los cínicos.  Cinismo de saberse traidores, pero justificándose con aquello de que “el capitalismo triunfó, no hay otra alternativa”. Conocí a más de uno que rápidamente vendió sus libros, pues no le servían de nada en su nueva vida.

 

Muchos otros sostuvieron las banderas como pudieron frente al vendaval. Siguieron llamándose a sí mismos socialistas o comunistas. Pero, ¿qué debía entenderse ahora por estas palabras? ¿Qué debían rescatar y qué debían desechar de aquellos impresionantes procesos sociales del siglo XX? No estaba, ni está claro aún.

 

Al igual que en la Torre de Babel, cada uno empezó a hablar su propio idioma, ininteligible no sólo para los demás, sino incluso para sí mismo. Se apilaban literalmente montones de documentos, pero de los que no salía nada claro. La confusión y el desánimo fueron vaciando y fraccionando las filas.

 

Por supuesto, la confusión ideológica era fiel reflejo de una nueva realidad política en que el capitalismo neoliberal había inflingido una derrota al movimiento obrero y socialista internacional. Se había abierto una nueva etapa histórica en la que la globalización neoliberal impuso mayores tasas de explotación a la clase trabajadora en todos los países, bajo un régimen de democracia burguesa formal, que contó con el apoyo activo de la socialdemocracia y los burócratas ex comunistas reciclados en respetables propietarios capitalistas y políticos del sistema.

 

Pasamos a vivir bajo el signo de la globalización neoliberal, sin necesidad de un baño de sangre, gracias a la burocracia stalinista que culminó su traición a la clase obrera, iniciada desde la década del 20, privatizando la propiedad social en beneficio propio bajo lemas como “prestroika”, “glasnost” y “socialismo de mercado”.

 

El Foro Social Mundial, primer peldaño en la superación de la crisis

Pero la realidad siempre compone los males del espíritu. Y del gran crecimiento capitalista de inicios de los 90, rápidamente empezaron a aflorar las contradicciones del sistema, a reverberar las crisis que le son intrínsecas y que anticiparon la actual (el “efecto Tequila” en el 94, la crisis del 97, la crisis de las “puntocom” del 2000). El aumento de la miseria social y la explotación económica fue reavivando al movimiento obrero y popular, en especial allí donde los eslabones de la cadena son más débiles, como en América Latina, para no hablar de otros continentes que conocemos menos.

 

Venezuela y el Caracazo del 89 anticiparon lo que se venía. Las crisis políticas crónicas de Bolivia y Ecuador, gestas como la “guerra del agua” contra las privatizaciones, y un largo etcétera de movimientos sociales en los que no nos vamos a detener, pero que modificaron el mapa político. Sin mucha claridad programática, en lo que todos parecían coincidir (y aún sigue siendo así en gran medida) era luchar contra los efectos nefastos del neoliberalismo. Así que los movimientos políticos y sociales se conformaron más como “antineoliberales” que como socialistas.

 

Aquellos movimientos sociales y sus consecuentes cambios políticos parieron un primer escalón en el proceso de resolver la enorme confusión ideológica creada en 1989-90 por la Caída del Muro: coincidiendo con el nuevo siglo surgió un organismo que permitió reagrupar las filas, el Foro Social Mundial, que no por casualidad nació en Brasil. Y, aunque persistía la duda respecto a qué alternativa levantar, todos nos fuimos identificando con el lema de del FSM: “otro mundo es posible” (por inferencia, porque este mundo capitalista es una porquería, como dice el tango).

 

Para todo un sector del FSM el otro mundo al que había que aspirar se reducía a crear un “capitalismo más humano” (al decir de Juan Pablo II) y las correcciones económicas que había que introducir para alcanzar la justicia social se bastaban con la llamada Tasa Tobin. Para otro sector, minoritario, el otro mundo debía ser socialista, sin ninguna duda. Pero, ¿socialista como la ex URSS? ¿Cómo China? ¿Cuba es el modelo a seguir?

 

 

La propuesta de Chávez: el Socialismo del Siglo XXI y la V Internacional

El propio Foro fue madurando, envejeciendo y ahora languidece, pero la última vez que se reunió en Porto Alegre, en la cima de su esplendor, hace unos 5 años, ante un gimnasio repleto de activistas que le ovacionaba, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, lanzó una propuesta que conmovió a la sala: “el socialismo del siglo XXI”.

 

Aunque la fórmula no resuelve ninguno de los problemas planteados, sí liquidó las ilusiones de quienes pretendían que bastaba con retocar un poco al sistema capitalista. Chávez hizo una contribución enorme al volver a colocar en el imaginario de millones de explotados en el mundo la aspiración a una sociedad socialista. 

 

Hace pocos meses, en 2009, agobiado el planeta por la mayor crisis capitalista desde 1929, amenazado por una contraofensiva militar, política y económica del imperialismo norteamericano, coincidiendo con el veinte aniversario de la Caída del Muro, el presidente Chávez ha lanzado un reto que puede significar un paso más hacia la resolución de la crisis política e ideológica de quienes a aspiramos a un mundo mejor: reagrupemos el socialismo bajo las banderas de la V Internacional.

 

No sabemos si la idea va a fructificar o no. Todo dependerá de la capacidad del PSUV, el organismo convocante. Pero al movimiento socialista internacional le viene bien la propuesta, porque le permite reflexionar sobre el programa en torno al cual sería posible fundar la nueva Internacional.

 

Como todo organismo político, la V Internacional debe tener dos pilares: la agitación y la propaganda. La primera implica la movilización contra el sistema y sus consecuencias, y es en la que todas las vertientes van a estar de acuerdo con facilidad; la segunda implica la propuesta del mundo que queremos construir, es la más difícil, por ende será más difusa y abierta a la discusión. Esta última implica una valoración del pasado, necesaria para hacer propuestas a futuro, en la que seguramente no habrá muchos acuerdos.

 

En la medida en que el debate sobre qué socialismo queremos construir sigue abierto y no se puede cerrar con ningún esquema, la parte agitativa, que le daría el tono de Frente Ünico Antiimperialista a la V Internacional, tendría un peso privilegiado. Esto incluye la solidaridad en las luchas y la defensa de los derechos económicos y sociales, así como de las libertades democráticas y nacionales, amenazadas por la política imperialista. Es la parte del programa que se opone al mundo que nos impone el capitalismo neoliberal.

 

 

¿Pero qué es el Socialismo del Siglo XXI?

La nueva Internacional no puede dejar de esbozar algunos elementos sobre el mundo que le propone a la humanidad, sobre qué tipo de socialismo queremos. Y, aunque en esto el debate no se cierra, sí es preciso que se abra, y que lo hagamos concientemente, si es que queremos superar la confusión ideológica que reina desde hace 20 años.

 

El propio concepto de Socialismo del Siglo XXI encierra dentro de sí una crítica de los socialismos del siglo XX. Esa crítica tiene dos aristas: el referente al régimen político (¿democracia, democracia obrera o social, dictadura del proletariado?); y el referente al régimen económico (¿estatización total de la economía, capitalismo de estado, socialismo de mercado?).

 

Por supuesto, no se puede jugar a ser futurólogos, ni basar la política concreta en base a criterios moralistas cerrados, como suelen hacer los sectarios, ya que el tono lo irá dictando la lucha de clases específica en cada momento y en cada país, que es la que en última instancia resolverá problemas como cuánta democracia o cuánta socialización de los medios de producción se puede alcanzar en un momento dado.

 

En la medida en que se trata de construir un programa, es necesario señalar con claridad qué queremos hacer y qué no queremos hacer. En esto el análisis crítico de las experiencias pasadas es la guía indispensable.

 

En cuanto al régimen político, para que el socialismo sea un reclamo que mueva a millones de seres humanos, debe estar asociado, como en el siglo XIX, a la lucha por la mayor democracia posible, lo que incluye derecho a formar partidos y al disenso. Claro que la construcción de la democracia socialista requiere la crítica de la democracia burguesa (con su formalismo controlado por los poderes económicos).

 

Pero ya no vale escudarse en viejos conceptos como “dictadura del proletariado”, cuyo contenido dejó de ser el que le dieran Marx o Lenin, para pasar a ser sinónimo del régimen totalitario de tipo stalinista, ampliamente repudiado. Es la realidad la que provee de significado a los conceptos, y el contenido de ese concepto fue llenado por la degeneración burocrática de la URSS con todas sus aberraciones.

 

Otro tanto puede decirse respecto al régimen económico. Es evidente que la estatización completa, por decreto, de la economía no es socialismo, y que ningún país solo puede llegar al socialismo. Aquella discusión entre Trotsky y Stalin también quedó saldada. En todo caso, las victorias sociales en salud o educación son apenas atisbos del bienestar que se podrá alcanzar el día que el mundo sea socialista. Aquellas sociedades, en el mejor de los casos fueron sociedades en transición al socialismo, y en el peor de los casos capitalismo de estado, como prefieren denominarle otros.

 

Después de todo, los clásicos del marxismo siempre reconocieron que para todo un período histórico seguirían vigentes elementos de la economía mercantil, aunque el grueso de la industria y los servicios públicos fueran propiedad estatal. Esto también obliga a una crítica conciente en el sentido de que la persistencia del mercado es sinónimo de explotación económica, por ende, de la división en clases de la sociedad y de su consecuencia lógica, la lucha de clases.

 

La revisión crítica del pasado reciente conduce a comprender que la estatización total de la economía ha obedecido más a una necesidad política, impuesta por la lucha de clases internacional, que ha forzado a sostener los regímenes de transición en una especie de economía de guerra o “comunismo de guerra”, que a un verdadero avance hacia una sociedad que supere al capitalismo.

 

A veces, como en el caso de Cuba, las circunstancias obligan a resistir como buenamente se puede, en espera de que la lucha de clases internacional cambie y traiga vientos favorables. En este sentido Cuba constituyó un baluarte durante estos veinte años de retroceso y confusión ideológica. Pero reivindicar el proceso cubano y su aporte a la lucha contra la explotación imperialista, no implica falsear la realidad y no admitir los enormes problemas sociales y económicos que la aquejan.

 

En sentido contrario, ¿constituye socialismo algunos programas sociales de redistribución del ingreso (transferencias, como le llama el Banco Mundial)? ¿Es socialismo el proyecto de capitalismo socialdemócrata? ¿Dónde está el quid de la cuestión?

 

 Tanto en el asunto del régimen político, como en cuanto al régimen económico, la clave que debe inspirar al socialismo del siglo XXI es la movilización y participación democrática de las masas.  Las masas movilizadas revolucionariamente, participando y debatiendo, son las que pueden marcar el ritmo de la transición y son la única garantía de que el proceso no sea derrotado y retroceda. La participación y la movilización popular, es algo que los capitalistas no soportan pues afecta sus ganancias. Ese es el centro del asunto.

 

Nos acerca más al socialismo un régimen económico abierto a elementos del mercado, como la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin, pero con participación popular en la administración pública y económica, que una caricatura socialista de economía estatizada y régimen represivo. Los trabajadores no son tontos, y nadie cuerdo quiere vivir bajo un régimen totalitario ni la socialización de la miseria.


 


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Olmedo Beluche


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