A Roberto Giusti y todos los suyos

¿Nos van a venir a hablar de derrotas?

Luego del partido entre Argentina y Alemania, a duras penas logré contener el impulso de escribir algunas líneas de fraterno agradecimiento al Maradona-dios-barbudo-y-comprensivo, devenido una vez más en ángel caído, que logró convencerme, él y los suyos, de que no hace falta conocer los aspectos técnicos del juego para saber cuando se juega un fútbol hermoso y deslumbrante.

Más pudo, sin embargo, un repentino latigazo de recato, un llamado a la mesura. De pronto, no pude evitar sentirme un completo advenedizo: ¿realmente sería capaz de asimilar las hondas implicaciones de la derrota para el alma del pueblo argentino? ¿Sería capaz de entender el significado de su tristeza? Decidí guardar silencio. Un silencio solidario, podría decirse que militante, pero silencio al fin.

Como no hubiera podido suceder de otra manera, las primeras señas me llegaron el mismo sábado 3 de julio a través de Giorgio Mamani, el último futbolista combativo. Vi al Mamani sollozante y quise estrecharle la mano y regalarle un abrazo. En cambio, me conformé con presenciar su conversación con el anciano Friman, el mismo que alguna vez cargara en brazos el Che Guevara durante su misión en Angola. "No llore, Mamani, no llore", le dijo Friman. "Las derrotas, a veces, con el tiempo se convierten en victorias", agregó. "Cuando el Che y su escuadrón de cubanos perdieron, todos pensamos que sería un fracaso. Pero sus ideas siguieron y muchos africanos quisieron imitarlo: unos años después, lograríamos la emancipación. Con Maradona y su escuadra argentina pasará lo mismo: serán muchos los que sigan su visión revolucionaría del fútbol", le explicó sabiamente.

Al día siguiente leí a Mario Wainfeld, en Página/12, y logré comprender un poco más. Wainfeld comenzó renegando "de esos hinchas sin sangre ni capacidad de sufrimiento" que en cuestión de segundos abandonan las lágrimas y ensayan sonrisas y saltitos emocionados apenas son presas de las cámaras de televisión. "La cámara recorre los rostros de los hinchas de un equipo eliminado, contritos, con llanto. De pronto, los ciudadanos-mediáticos se ven reflejados en las pantallas, se recomponen, sonríen, saludan. Truecan, cual fenicios, su noble padecer por un instante de fama". Cuánto parecido con los personajes que plenan cierta plaza de Las Mercedes o los espacios de ciertos centros comerciales del este de Caracas. No obstante, sigue Wainfeld, "los hinchas argentinos no recayeron en esa debilidad de carácter. La derrota… es un trance de duelo".

Me gustó su comparación entre el juego realizado por Argentina y un célebre evento boxístico: abajo en el marcador desde muy temprano, la albiceleste decidió irse al ataque, aunque esto significara relajar sus líneas defensivas, sin nada que perder, con la vergüenza suficiente como para no ceder a la tentación de administrar la derrota, como sólo juegan los grandes equipos. "Al cronista le recordó la pelea de Ringo Bonavena contra Cassius Clay. Bonavena, un boxeador discreto pero valiente, le sostuvo quince rounds al enorme Mohamed Alí. En el último, el negro lo tiró; tres caídas determinaban knock out técnico. En vez de escurrirse, de abrazarlo, Bonavena seguía yendo a buscarlo..., cayó tres veces nomás. Y quedó ídolo para siempre". Acá le llamamos a eso morir con las botas puestas.

Por todo lo hecho, por todo lo visto, por todo lo demostrado, Wainfeld concluyó: "En esta hora transida, con la sensibilidad a flor de piel, corresponde aplaudir de pie a los jugadores y a Diego, que pusieron lo mejor de sí, ganando y perdiendo con buenas artes, sin fingir, sin llorar, sin arrugar". Así legó Wainfeld unas líneas para enseñarle al que lo desee aprender el arte de la derrota en buena lid.

Pero no fue sino hasta toparme con un maravilloso texto de Jorge Giles, que tuve la fortuna de leer gracias a Carola Chávez, cuando supe que había terminado de armar el rompecabezas. Lo que hizo Giles fue describir el ambiente que rodeó el recibimiento de la selección argentina en Ezeiza, la noche del domingo 4 de julio: "No había sabor a derrota en el aire. Tampoco a un triunfalismo estéril. Había alegría y orgullo de sentirse argentino, de tenerlo al Diego, de saber que ‘volveremos’ como cantan una y mil veces las voces del pueblo". Imposible no reconocerse en aquella atmósfera. Volvió, volvió, volvió, volvió. "Ya pasará. Nada es para siempre. Lo saben los humildes de toda humildad. Los que se toman revancha sólo en la alegría compartida. Nunca con el odio ni el revanchismo de clase de los poderosos. Ese odio que se traduce hoy en la inocultable satisfacción de algunos medios del monopolio porque perdimos en Sudáfrica. En cada nota y en cada título tiraron sal sobre la herida de un pueblo, no de un gobierno. Tamaño despropósito les costará más olvidos de los que ya vienen sufriendo. Este pueblo es agradecido con los que se juegan por él y es por eso que abrazan con sus gestos y canciones a Diego Armando Maradona y a todos sus muchachos hoy más que nunca. Porque se sienten parte de él, lloran con él, sufren con él, caen con él, ríen con él. Por eso no sorprende la multitud en Ezeiza. Es ese sentimiento popular el que no están en condiciones de medir ni detectar ni elaborar los adversarios del pueblo. Los escribas y lenguaraces del monopolio ni siquiera registran que este pueblo cuidó el fuego y el rescoldo en la peor de sus noches dictatoriales y aun así no se supo dar nunca por vencido. ¿A nosotros nos van a contar lo que es derrota?".

Todo resumido en un par de frases: "Los que se toman revancha sólo en la alegría compartida. Nunca con el odio ni el revanchismo de clase de los poderosos". El tipo de odio que destila el infeliz de Roberto Giusti el martes 6 de julio: "No voy a decir donde estaba el sábado pasado, cuando el árbitro pitó el final de la humillante derrota argentina ante la escuadra teutona, pero sí que me sorprendió la tumultuosa y enconada celebración de unos espectadores habitualmente serenos, no tanto por el triunfo de los alemanes… sino por el feroz puntapié que dejó completamente magullado y maltrecho el insufrible ego de Maradona. Confieso que más allá del asombro compartí, parcialmente, esa maligna alegría con la cual quedaba refrendada la certeza según la cual el fútbol también está contaminado por la política".

Según Giusti, "que Chávez expresara sus simpatías por albicelestes y canarinhos… llevó a buena parte de 'la afición' nacional a brincar sobre una pata y también sobre las dos por los estruendosos fracasos de Dunga y el Diego. El rompimiento de la obligatoria simpatía venezolana por los equipos suramericanos tiene razones políticas de peso y ya se sabe cómo la llegada a la selección argentina de Maradona, un técnico mediocre, inexperto, improvisado, caprichoso indisciplinado y desconocedor de las estrategias del juego, fue orquestada por los esposos K… Lo siento por los jugadores, quienes se dieron íntegros en la cancha y por los aficionados argentinos, todos burlados en su buena fe, pero lo celebro porque un gobierno retrechero y corrupto se metió un autogol que puede cambiar la suerte de un gran país y no me refiero únicamente al de los esposos K, sino al de aquél que, apenas comenzando el mundial, felicitó al 'Camarada Maradona' por su triunfo ante Nigeria".

Como podría decirlo el mismo Giles, por eso es que están condenados, Giusti y los suyos, a padecer infinitamente el olvido popular. Porque este pueblo es agradecido con los que se la juegan con él. Jamás se sentirá parte de la clase de hombres que encarna Giusti, no llorará por ellos, ni sufrirá por ellos ni caerá por ellos y mucho menos reirá con ellos. Lo saben, y por eso no les queda otro recurso que la desvergüenza y el patetismo de su "maligna alegría", que nunca ha podido llamarse mejor. Eternos adversarios del pueblo, jamás serán capaces de medir ni detectar ni elaborar un sentimiento popular que les es absolutamente ajeno.

Pero tratemos de entender: con Giusti y todos los suyos, sucede lo contrario de lo que enseñaba el viejo Friman a Mamani: que las victorias, a veces, con el tiempo se convierten en derrotas. A través de ellos se expresa un inocultable sentimiento de amarga derrota y el más hosco resentimiento de clase, por más que intenten disimularlos brincando sobre sus patas. Su actitud equivale a una singular variante de los "ciudadanos-mediáticos" de los que nos hablaba Wainfeld: frente a las cámaras – y en los diarios – dan saltitos, saludan y se mofan de la derrota ajena. Fuera de cámaras, el insoportable padecimiento de la propia derrota.

¿Nos van a venir a hablar de derrotas? Giusti, esto va contigo y con todos los tuyos, hace años que intentamos explicárselos, pero no han entendido nada: hace años que este pueblo saborea la victoria.

Gracias, camarada Maradona, por existir.

http://saberypoder.blogspot.com/


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Reinaldo Iturriza López

Ministro del Poder Popular para las Comunas

 reinaldo.iturriza@gmail.com      @ReinaldoI

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