Luego del partido
entre Argentina y Alemania, a duras penas logré
contener el impulso de escribir algunas líneas de fraterno
agradecimiento al Maradona-dios-barbudo-y-comprensivo,
devenido una vez más en ángel caído, que logró convencerme, él y los
suyos, de que no hace falta conocer los aspectos técnicos del juego para
saber cuando se juega un fútbol hermoso y deslumbrante.
Más
pudo, sin embargo, un repentino latigazo de recato, un llamado a la
mesura. De pronto, no pude evitar sentirme un completo advenedizo:
¿realmente sería capaz de asimilar las hondas implicaciones de la
derrota para el alma del pueblo argentino? ¿Sería capaz de entender el
significado de su tristeza? Decidí guardar silencio. Un silencio
solidario, podría decirse que militante, pero silencio al fin.
Como
no hubiera podido suceder de otra manera, las primeras señas me
llegaron el mismo sábado 3 de julio a través de Giorgio
Mamani, el último futbolista combativo. Vi al Mamani sollozante y
quise estrecharle la mano y regalarle un abrazo. En cambio, me conformé
con presenciar su conversación con el anciano Friman, el mismo que
alguna vez cargara en brazos el Che Guevara durante su misión en Angola.
"No llore, Mamani, no llore", le dijo Friman. "Las derrotas, a veces,
con el tiempo se convierten en victorias", agregó. "Cuando el Che y su
escuadrón de cubanos perdieron, todos pensamos que sería un fracaso.
Pero sus ideas siguieron y muchos africanos quisieron imitarlo: unos
años después, lograríamos la emancipación. Con Maradona y su escuadra
argentina pasará lo mismo: serán muchos los que sigan su visión
revolucionaría del fútbol", le explicó sabiamente.
Al día
siguiente leí a Mario
Wainfeld, en Página/12, y
logré comprender un poco más. Wainfeld comenzó renegando "de esos
hinchas sin sangre ni capacidad de sufrimiento" que en cuestión de
segundos abandonan las lágrimas y ensayan sonrisas y saltitos
emocionados apenas son presas de las cámaras de televisión. "La cámara
recorre los rostros de los hinchas de un equipo eliminado, contritos,
con llanto. De pronto, los ciudadanos-mediáticos se ven reflejados en
las pantallas, se recomponen, sonríen, saludan. Truecan, cual fenicios,
su noble padecer por un instante de fama". Cuánto parecido con los
personajes que plenan cierta plaza de Las Mercedes o los espacios de
ciertos centros comerciales del este de Caracas. No obstante, sigue
Wainfeld, "los hinchas argentinos no recayeron en esa debilidad de
carácter. La derrota… es un trance de duelo".
Me gustó su
comparación entre el juego realizado por Argentina y un célebre evento
boxístico: abajo en el marcador desde muy temprano, la albiceleste
decidió irse al ataque, aunque esto significara relajar sus líneas
defensivas, sin nada que perder, con la vergüenza suficiente como para
no ceder a la tentación de administrar la derrota, como sólo juegan los
grandes equipos. "Al cronista le recordó la pelea de Ringo Bonavena
contra Cassius Clay. Bonavena, un boxeador discreto pero valiente, le
sostuvo quince rounds al enorme Mohamed Alí. En el último, el negro lo
tiró; tres caídas determinaban knock out técnico. En vez de escurrirse,
de abrazarlo, Bonavena seguía yendo a buscarlo..., cayó tres veces
nomás. Y quedó ídolo para siempre". Acá le llamamos a eso morir con las
botas puestas.
Por todo lo hecho, por todo lo visto, por todo lo
demostrado, Wainfeld concluyó: "En esta hora transida, con la
sensibilidad a flor de piel, corresponde aplaudir de pie a los jugadores
y a Diego, que pusieron lo mejor de sí, ganando y perdiendo con buenas
artes, sin fingir, sin llorar, sin arrugar". Así legó Wainfeld unas
líneas para enseñarle al que lo desee aprender el arte de la derrota en
buena lid.
Pero no fue sino hasta toparme con un maravilloso
texto de Jorge
Giles, que tuve la fortuna de leer gracias a Carola Chávez,
cuando supe
que había terminado de armar el rompecabezas. Lo que hizo Giles fue
describir el ambiente que rodeó el recibimiento de la selección
argentina en Ezeiza, la noche del domingo 4 de julio: "No había sabor a
derrota en el aire. Tampoco a un triunfalismo estéril. Había alegría y
orgullo de sentirse argentino, de tenerlo al Diego, de saber que
‘volveremos’ como cantan una y mil veces las voces del pueblo".
Imposible no reconocerse en aquella atmósfera. Volvió, volvió, volvió,
volvió. "Ya pasará. Nada es para siempre. Lo saben los humildes de toda
humildad. Los que se toman revancha sólo en la alegría compartida. Nunca
con el odio ni el revanchismo de clase de los poderosos. Ese odio que
se traduce hoy en la inocultable satisfacción de algunos medios del
monopolio porque perdimos en Sudáfrica. En cada nota y en cada título
tiraron sal sobre la herida de un pueblo, no de un gobierno. Tamaño
despropósito les costará más olvidos de los que ya vienen sufriendo.
Este pueblo es agradecido con los que se juegan por él y es por eso que
abrazan con sus gestos y canciones a Diego Armando Maradona y a todos
sus muchachos hoy más que nunca. Porque se sienten parte de él, lloran
con él, sufren con él, caen con él, ríen con él. Por eso no sorprende la
multitud en Ezeiza. Es ese sentimiento popular el que no están en
condiciones de medir ni detectar ni elaborar los adversarios del pueblo.
Los escribas y lenguaraces del monopolio ni siquiera registran que este
pueblo cuidó el fuego y el rescoldo en la peor de sus noches
dictatoriales y aun así no se supo dar nunca por vencido. ¿A nosotros
nos van a contar lo que es derrota?".
Todo resumido en un par de
frases: "Los que se toman revancha sólo en la alegría compartida. Nunca
con el odio ni el revanchismo de clase de los poderosos". El tipo de
odio que destila el infeliz de Roberto
Giusti el martes 6 de julio: "No voy a decir donde estaba el sábado
pasado, cuando el árbitro pitó el final de la humillante derrota
argentina ante la escuadra teutona, pero sí que me sorprendió la
tumultuosa y enconada celebración de unos espectadores habitualmente
serenos, no tanto por el triunfo de los alemanes… sino por el feroz
puntapié que dejó completamente magullado y maltrecho el insufrible ego
de Maradona. Confieso que más allá del asombro compartí, parcialmente,
esa maligna alegría con la cual quedaba refrendada la certeza según la
cual el fútbol también está contaminado por la política".
Según
Giusti, "que Chávez expresara sus simpatías por albicelestes y
canarinhos… llevó a buena parte de 'la afición' nacional a brincar sobre
una pata y también sobre las dos por los estruendosos fracasos de Dunga
y el Diego. El rompimiento de la obligatoria simpatía venezolana por
los equipos suramericanos tiene razones políticas de peso y ya se sabe
cómo la llegada a la selección argentina de Maradona, un técnico
mediocre, inexperto, improvisado, caprichoso indisciplinado y
desconocedor de las estrategias del juego, fue orquestada por los
esposos K… Lo siento por los jugadores, quienes se dieron íntegros en la
cancha y por los aficionados argentinos, todos burlados en su buena fe,
pero lo celebro porque un gobierno retrechero y corrupto se metió un
autogol que puede cambiar la suerte de un gran país y no me refiero
únicamente al de los esposos K, sino al de aquél que, apenas comenzando
el mundial, felicitó al 'Camarada
Maradona' por su triunfo ante Nigeria".
Como podría decirlo
el mismo Giles, por eso es que están condenados, Giusti y los suyos, a
padecer infinitamente el olvido popular. Porque este pueblo es
agradecido con los que se la juegan con él. Jamás se sentirá parte de la
clase de hombres que encarna Giusti, no llorará por ellos, ni sufrirá
por ellos ni caerá por ellos y mucho menos reirá con ellos. Lo saben, y
por eso no les queda otro recurso que la desvergüenza y el patetismo de
su "maligna alegría", que nunca ha podido llamarse mejor. Eternos
adversarios del pueblo, jamás serán capaces de medir ni detectar ni
elaborar un sentimiento popular que les es absolutamente ajeno.
Pero
tratemos de entender: con Giusti y todos los suyos, sucede lo contrario
de lo que enseñaba el viejo Friman a Mamani: que las victorias, a
veces, con el tiempo se convierten en derrotas. A través de ellos se
expresa un inocultable sentimiento de amarga derrota y el más hosco
resentimiento de clase, por más que intenten disimularlos brincando
sobre sus patas. Su actitud equivale a una singular variante de los
"ciudadanos-mediáticos" de los que nos hablaba Wainfeld: frente a las
cámaras – y en los diarios – dan saltitos, saludan y se mofan de la
derrota ajena. Fuera de cámaras, el insoportable padecimiento de la
propia derrota.
¿Nos van a venir a hablar de derrotas? Giusti,
esto va contigo y con todos los tuyos, hace años que intentamos
explicárselos, pero no han entendido nada: hace años que este pueblo
saborea la victoria.
Gracias, camarada Maradona, por existir.
http://saberypoder.blogspot.com/